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Perfil Natalia Fabeni es periodista y productora de Folha Internacional

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Tag Archives: são paulo

Un año en las calles

Por brasilcomn
31/12/14 11:00

POR ESTHER SOLANO Y WAGNER IGLECIAS

Esther (prof.esther.solano@gmail.com) es española, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de São Paulo y miembro del Fórum de Seguridad Pública. Wagner es brasileño, doctor en Sociología por la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (USP) y profesor de la Escuela de Artes, Ciencias y Humanidades de la USP.

***

Las fechas navideñas siempre son propicias para mirar hacia atrás y reflexionar sobre lo vivido. Si algo no puede pasar inadvertido en esta retrospectiva es el ciclo de protestas sociales 2013-2014, la ocupación continua de las calles de São Paulo, como si los ciudadanos quisieran arrebatarle el espacio urbano a la propiedad privada, la única que tiene presencia asegurada.

Comenzamos con el espasmo colectivo de las Jornadas de Junio de 2013, que dejaron a la ciudad de São Paulo catatónica, eufórica, sin que nadie entendiera bien lo que estaba sucediendo, pero con el aroma de que se estaba viviendo un momento histórico, una expresión colectiva de las voluntades, los deseos y los miedos de todos nosotros.

Cuando todavía no nos habíamos recuperado ni del susto, ni del entusiasmo, otro actor entró en escena, súbitamente. Los jóvenes adeptos de la táctica black bloc, con su estética negra, cargados con piedras y molotovs, dejaron pasmada a una ciudad que no sabía entenderse a sí misma. Rabia, violencia, miedo, policía en las calles.

Llegó diciembre de 2013. Todo parecía un poco más aplacado, sereno, volviendo a su rumbo, cuando, sin aviso previo, los jóvenes del “rolezinho” decidieron juntarse para ir a dar una vuelta a los shoppings de sus barrios e incluso de las zonas más ricas de la ciudad.

Protestas sociales en Brasil

Un episodio tan cotidiano, tan banal, pero que provocó una onda reaccionaria exagerada, que dejó expuesta la estructura jerárquica de la sociedad brasileña, con señoras aterradas por la idea de que “esos jóvenes negros de favela” pudieran invadir como hordas salvajes sus idolatrados shoppings exclusivos.

Entre sobresaltos de “rolezinhos” y black bloc llegó el 2014, el Mundial y el espacio público siguió siendo escenario de escenas de conflictos sociales: calles y  estadios, de nuevo, dejaron al descubierto la faceta más rancia de un Brasil que profería insultos clasistas y racistas en los partidos de fútbol.

La Copa del Mundo se perdió en el campo de forma vergonzosa, pero no menos vergonzoso fue ver el comportamiento de algunos de los que ocupaban las gradas de los estadios.

Y, como no podía faltar, las últimas de las emociones fueron el año electoral y dos eventos sociales fascinantes: la ocupación de las calles por parte de militantes y simpatizantes del Partido de los Trabajadores (PT) en un movimiento de dinamismo social electoral que hacía años no se veía y la organización de los conservadores, que nunca participaron de la tradición de expresarse políticamente según el modelo de manifestación, personas que vociferan contra un supuesto estado brasileño-bolivariano-castrista-leninista, a los que se suman grupos aislados que piden la vuelta de un gobierno  militar.

REOCUPACIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO

Es importante resaltar que la mayor metrópoli brasileña vive un proceso de reocupación de las calles y del espacio público.

En las últimas décadas, la concepción de que el espacio público es apenas un lugar de pasaje entre dos espacios privados (la casa, el trabajo, el shopping, la escuela) había ganado mucha fuerza en São Paulo. Además, sucesivas gestiones municipales trataron el espacio público de forma militarizada, impidiendo su uso por artistas de calle y colectivos juveniles.

A eso se suma, por un lado, la ideología del mercado inmobiliario, tan fuerte en São Paulo, a vender todo el tiempo la concepción de espacios privados exclusivos, definidores de elevados grados de status social que garantizan seguridad y confort, y, por otro, la cultura del automóvil, por la cual muchos equivocadamente imaginaron que los problemas de transporte en una ciudad de más de 11 millones de habitantes podían resolverse por salidas individuales y privadas.

Un hecho aparentemente banal, pero muy característico de sectores de la élite paulista, fue el puntapié inicial para cambiar las tendencias dominantes e impulsar la reocupación de las calles por movimientos sociales diversos. En 2011, habitantes de un barrio acomodado se manifestaron públicamente contra la instalación, en esa región, de una estación de metro.

Alegaban que aquello podría aumentar y diversificar en demasía la circulación de personas por el barrio. La reacción de los movimientos sociales fue de repudio, en forma de ironía.

La “Parrillada de Gente Diferenciada”, organizada en la calles del exclusivo barrio de Higienópolis, en mayo de 2011, se constituyó como un catalizador para que diversos colectivos volvieran a encarar la calle como espacio no apenas de circulación, y sí de ocio y reivindicación política en la ciudad de São Paulo.

Obviamente muchos movimientos sociales jamás habían dejado las calles, pero aquel episodio, aliado a la fuerza de las redes sociales, incentivó a numerosas personas a salir a las calles de la mayor ciudad del país para protestar. Seguramente no se verán, otra vez, contingentes de decenas de miles de personas como se vieron en las Jornadas de Junio de 2013.

Ahora ya no hay una masa indiferenciada protestando por temas vagos, contra “todo lo que está ahí”, pero es bastante probable, como ya se ha demostrado desde 2013, que São Paulo siga siendo escenario, en 2015 y en los próximos años, de diversas manifestaciones. Con excepción de aquellas de banderas anti-democráticas, no deja de ser un aliento.

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La vuelta del vinilo a São Paulo

Por brasilcomn
14/08/14 13:34

POR CECILIA ARBOLAVE, DE SÃO PAULO

Pocos días después de que el café Conceição Discos abrió sus puertas, en julio, ya se corría el rumor de que los quitutes (expresión simpática en portugués para “comiditas”) eran deliciosos.

La novedad me entusiasmó ya que no hay tantas cafeterías en mi barrio -sobran lanchonetes, bares y panaderías, pero no hay tantos cafés como en tierras porteñas-. No tardé mucho en acercarme a la calle Imaculada Conceição, en el barrio de Santa Cecília, para que mi paladar corroborase esa buena fama.

Allí me recibió Talita Barros, de 33 años, una chef paulistana que, antes de decir cualquier cosa, sonríe. Puede quedarse por algunos segundos con esa expresión contemplativa -sonríe hasta con los ojos-.

Basta subir algunos peldaños para encontrar una gran mesada verde agua con banquetas coloradas, que invitan a sentarse y observar la preparación del café sobre unas hornallas potentes. También hay mesas al fondo, con sillas de otra época que componen el estilo retro.

Escrito sobre las paredes gris topo, el menú tienta, especialmente el “queijo quente”, sandwich con queso derretido y cebolla, y los budines para la hora del té.

Pero el lugar es más que un local moderno con aroma delicioso: como su nombre revela, es un local de discos de vinilo. Son esos discos, algunos consagrados, otros de producción contemporánea, que pasan por la vitrola de Talita y agradan a los clientes con su buena música.

“Mi intención era mezclar esas dos frentes. ¡Y funcionó! Vienen aficionados que llegan por los discos y se encantan con los quitutes y también los que vienen por la culinaria y descubren los discos”, cuenta la chef, que ya pasó por los restaurantes Mangiare y La Casserole, también en São Paulo.

Conceção Discos, en Santa Cecilia, además de vinilos ofrece ricas "comiditas". Fotografía: Cecilia Arbolave

Conceição Discos, en Santa Cecilia, además de vinilos ofrece ricas “comiditas”. Fotografía: Cecilia Arbolave

MÚSICA Y CERVEZA

Hace menos de un año también abrió en São  Paulo otro espacio para los amantes de la música. Tal vez abrir no sea el verbo más adecuado, pues durante mucho tiempo, Carlos Rodrigues Costa, de 39 años, vendía discos en un local de la galería Presidente, en el centro de la ciudad.

Era un punto de encuentro de amigos, clientes y apasionados. En 2011, después de nueve años atendiendo allí, Carlos decidió cerrar Sensorial Discos. ¿El motivo? Como único socio de su empresa, necesitaba descansar y quería pasar un tiempo en el exterior.

Tres años después, decidió retomar su emprendimiento, esta vez con un amigo y antiguo frecuentador del local,  Antonio Lucio Fonseca, de 40 años. En octubre del año pasado, reabrieron el local, con el mismo nombre, pero con otra dirección.

Alquilaron un espacio en la calle Augusta, referencia en la noche paulistana, y montaron el negocio de discos de vinilo. La localización, en el barrio Jardins, ayuda a seducir curiosos que circulan por la región.

Como hacía en la galería, Carlos le sigue dando mucho espacio a la producción nacional independiente. Pero el formato del lugar es diferente: Sensorial Discos es también un bar, que reúne una selección muy variada y completa de cervezas importadas y artesanales.

Quien pasa por allí por la noche también puede aprovechar los pocket shows y diferentes eventos, como lanzamientos de libros o ferias de zines, como la que llega este viernes, 15 de agosto, llamada Mercado de Peixe.

Otra opción en la ciudad es Sensorial Discos. Allí se pueden degustar también cervezas artesanales. Fotografía: Daia Oliver

Otra opción en la ciudad es Sensorial Discos. Allí se pueden degustar cervezas artesanales e importadas. Fotografía: Daia Oliver

RESCATE DEL VINILO

A ellos se suman otros espacios, como Fatiado Discos, un localcito en el tranquilo barrio de Perdizes, que además de música ofrece cerveza y, para hacerle justicia a su nombre, vende fiambres cortados (en portugués, fatiados) en el momento.

También está Mandibula, un bar, café y local de discos en la Galería Metrópole, en la plaza Dom José Gaspar, espacio cada vez más hype de República, en el centro de São Paulo.

Que haya tantos rincones paulistanos tal vez sean un reflejo de un rescate de los vinilos que se viene sintiendo, no sólo en el consumo como también en la producción.

Hay muchos discos que están teniendo reediciones en vinilo o hasta nuevos discos son lanzados en ese formato. En São Paulo, los franceses Frédéric Thipagne y Matthieu Hebrard, crearon en 2012 el sello Goma-Gringa, en el que promueven música del pasado y artistas contemporáneos locales.

Para Carlos, de Sensorial Discos, ese rescate del vinilo es inevitable, pues mucha gente salió del Mp3 y fue directo para este formato. “Por muchos años fui a ferias de discos y el público era muy segmentado. Hoy mucha más gente se interesa por el vinilo , de cualquier estilo musical.”

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Un Mundial entre el amor y el odio

Por brasilcomn
04/07/14 11:49

POR EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO

Argentinos improvisando un asado en un carrito de supermercado en las calles de Porto Alegre, chilenos amaneciendo al abrasador sol de Copacabana tras una noche de juerga, colombianos enseñando salsa a las mujeres de Cuiabá, en Mato Grosso, y mexicanos cantando más fuerte que los cearenses en el estadio Castelão de Fortaleza.

En la “Copa de las Copas” de Dilma Rousseff, se hablan muchos idiomas pero si hay uno que se ha destacado por encima de todos, hasta el punto de conseguir acallar a los brasileños dentro de los estadios, es el español.

No en vano, este ha sido el Mundial de Latinoamérica y los brasileños y brasileñas ya se arriesgan a cantarlo e incluso chapurrearlo para encontrar pareja. El “portuñol” está de moda.

Y es que en este Mundial ha ocurrido lo inimaginable, no solamente porque apenas ha habido rastros de las tan temidas protestas que muchos esperaban, sino porque el ambiente entre aficiones, que en teoría no se podrían ni ver, ha sido en líneas generales muy bueno.

Un grupo de chilenos pasea por Ipanema, en Río de Janeiro. Fotografía: Fabio Brisolla/Folhapress

Un grupo de chilenos pasea por Ipanema, en Río de Janeiro. Fotografía: Fabio Brisolla/Folhapress

Aunque a muchos les incomode admitirlo, cuando la presidenta Dilma Rousseff afirmó unos días antes de la inauguración del Mundial que el torneo sería “una gran fiesta” tenía razón.

A los datos me remito, la mayor protesta hasta el momento se produjo en São Paulo, el pasado 22 de junio, y reunió a 15.000 personas, una cifra considerable pero no tan impresionante si se la compara con la manifestación de cerca de un millón de personas, que tuvo lugar pocos días antes del comienzo de la Copa de las Confederaciones en 2013.

Pero no todo podía ser paz y alegría en este Mundial. El fútbol es, a partes iguales, capaz de sacar lo mejor y lo peor del ser humano. En ocasiones, la alegría asociada a la victoria de un equipo puede caldear más los ánimos que una derrota.

Con 100.000 argentinos en las calles de São Paulo, cantando aquello de que “Maradona es más grande que Pelé”,  es poco menos que un milagro que las cosas no hayan acabado en tragedia.

Lo que se vivió la noche del martes (1) en el barrio de Vila Madalena, en la zona oeste de São Paulo, fue un aviso. Los 2000 argentinos que allí festejaron su pase a cuartos, tras imponerse en un agónico partido a Suiza,  ya saben a qué suenan las bombas aturdidoras y a qué huele el gas lacrimógeno de la Policía Militar (PM).

La Policía Militar usó gases lacrimógenos para dispersar a los hinchas reunidos en Vila Madalena, barrio bohemio de São Paulo. Fotografía:Avener Prado/Folhapress

La Policía Militar usó gases lacrimógenos para dispersar a los hinchas reunidos en Vila Madalena, barrio bohemio de São Paulo. Fotografía:Avener Prado/Folhapress

“Los bares ya estaban cerrados cuando los agentes intentaron desocupar las calles haciendo un cordón de aislamiento. Algunos aficionados exaltados reaccionaron arrojando piedras, botellas y bengalas”, informó el miércoles la PM, que  en un principio negó haber utilizado bombas de efecto moral sobre los argentinos, pero que más tarde rectificó a información añadiendo una escueta frase: “Una granada de efecto moral fue usada para dispersar al grupo”.

A medida que avanza la competición, los ánimos de los aficionados se van caldeando y las derrotas no se encajan de igual manera. Fue el caso de agresiones entre colombianos y uruguayos en la Fan Fest de Copacabana y de un grupo de uruguayos contra brasileños en el interior del estadio Maracaná, el pasado sábado 28, tras la eliminación de Uruguay por 2-0 ante Colombia.

Los enfrentamientos podrían alcanzar su clímax si Argentina se cuela en la final del Maracaná el próximo domingo 13 de julio. Nadie sabe cuáles serían las consecuencias de un segundo “Maracanazo” y más ante Brasil, el eterno rival de los albicelestes.

Con todo, si se piensa en los 600.000 aficionados que se han desplazado hasta Brasil en estos días, las peleas podrían ser calificadas de minucia. Los brasileños, por su parte, no parecen estar dispuestos a arruinarle la fiesta a nadie, y menos a ellos mismos.

Brasileños festejan el gol de Brasil contra Chile, en la Fan Fest de Fortaleza. Fotografía: Kamil Krzaczynski/Efe

Brasileños festejan el gol de Brasil contra Chile, en la Fan Fest de Fortaleza. Fotografía: Kamil Krzaczynski/Efe

En las 12 ciudades sede, las Fan Fest han sido una fiesta continua y un lugar de encuentro entre los locales y los visitantes. A esta altura, se puede asegurar, sin temor a equivocarse, que en este Mundial el contacto entre aficiones ha traído más historias de amor que de odio.

Brasileños cantando letras de chilenos, colombianos y hasta blasfemando con la ya famosa canción de “los hermanos” sobre Maradona y Pelé.  Lo que no haya conseguido unir estos días el fútbol, lo ha unido Tinder.

La famosa aplicación para la búsqueda de pareja ha sido portada de periódicos de medio mundo, como la aplicación más utilizada estos días en Brasil. En este mundo globalizado, las diferencias entre nacionalidades son cada vez más anecdóticas y todos, ya sean australianos o iraníes, han llegado con las mismas ganas de fiesta.

Los brasileños han olvidado sus preocupaciones por unos días y se han abierto al mundo. Este Mundial lo está demostrando: el brasileño es un pueblo acogedor y siempre preparado para organizar una buena fiesta.

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El Mundial de las oportunidades (y del oportunismo)

Por brasilcomn
13/05/14 10:58

EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO

Con poca majestuosidad, más bien con descaro, “O Rei do Futebol”, Pelé, abandonaba la semana pasada un acto publicitario en São Paulo. ¿Qué podría hacer huir de una manera tan poco honrosa al héroe de toda una generación de brasileños?

La respuesta es aún más inverosímil que la pregunta: los apenas 200 manifestantes del movimiento “sin techo” que en ese momento desfilaban por la Avenida Paulista, en el centro de la ciudad. Una protesta pacífica y minoritaria era suficiente para poner en fuga a un icono del país ante la mirada incrédula de los periodistas que acompañaban el acto.

Algo que en un primer momento podía parecer anecdótico, casi irrisorio, en realidad encerraba una enorme carga simbólica. Una gloria del pasado huyendo de personas que sólo reclamaban un futuro mejor. Aquel que solía despertar respeto y admiración en el pueblo ahora lo evita e incluso le pide que se comporte y “no acabe con la fiesta del fútbol”.

Pelé participó la semana pasada de un evento publicitario en São Paulo. Fotografía: Nacho Doce/Reuters.

Pelé participó la semana pasada de un evento publicitario en São Paulo. Fotografía: Nacho Doce/Reuters.

¿Qué ha cambiado en Brasil para que el que se diera baños de multitudes ahora las evite a toda costa? ¿Ha dejado de ser el fútbol el escaparate de las glorias de Brasil para pasar a ser el de sus vergüenzas? El “padrão FIFA” parece ser la respuesta.

Cuando faltan sólo 30 días para el inicio del Mundial, los brasileños se dividen entre aquellos que encajan en los estándares de la FIFA, es decir, los que han comprado sus entradas y viajarán por todo el país acompañando a la “canarinha” y los que ni quieren, ni se pueden permitir, la que Dilma se atrevió en llamar “la Copa de las Copas”.

Aquellos que esta semana perdían el apetito porque Scolari no llamó ni a Kaka ni a Robinho, y los que solamente con pensar en los 12.600 millones de dólares que ha costado el torneo a los contribuyentes, se les corta la digestión.

La sociedad a través de fútbol está expresando su división. El deporte que antaño aunaba a todos los brasileños ahora los divide. Incluso las dos grandes leyendas del fútbol brasileño, Pelé y Romario, parecen haber asumido el papel de líderes de ambos bandos. “La Copa será el mayor atraco de la historia de Brasil”, llegaba a asegurar, ya en 2012, “O Baixinho”.

Palabras que por aquel entonces sonaban a profecía trasnochada pero que el año pasado tomaban forma cuando millones de brasileños tomaban las calles antes y durante la Copa de las Confederaciones, antesala del Mundial y experimento fracasado de la FIFA.

El ex jugador Romário criticó en varias oportunidades los gastos del Mundial. Fotografía: Pedro Ladeira/Folhapress.

El ex jugador Romário criticó en varias oportunidades los gastos destinados al Mundial. Fotografía: Pedro Ladeira/Folhapress.

Mientras Romario ha ido denunciando los “abusos” cometidos en nombre del todopoderoso organismo deportivo, Pelé se ha ido encargando de relativizarlos, incluso afirmar, que incidentes como las muertes de los obreros en los estadios son solamente “cosas que pasan”. Sin embargo, con sus palabras “O Rei” podría convertir el Mundial, el buque insignia de la FIFA, en el próximo Titanic.

Algo que, desde luego, no le interesa a un hombre que a sus 73 años podría embolsarse nada menos que 26 millones de dólares entre eventos y contratos en publicidad durante el evento. De ahí su escasa preocupación por las personas que salen a la calle o quienes han perdido la vida en los estadios. Puede que sea cierto aquello que dijo Romario cuando afirmó que “Pelé callado es un poeta”, lo que si es seguro es que si consigue mantener la boca cerrada en las próximas semanas será un poeta rico.

Brasil se enfrenta estos días a sus fantasmas y el fútbol hace las veces de amplificador. Una banana, sobre el césped de un estadio de fútbol en España, es hoy día capaz de generar todo un debate sobre el gran tabú que todavía suscita el racismo en Brasil.

Una manifestación del movimiento sin techo hizo que Pelé abandonara la avenida Paulista. Fotografía: Luiz Claudio Barbosa/Futura Press/Folhapress.

Una manifestación del movimiento sin techo hizo que Pelé abandonara la avenida Paulista, la semana pasada. Fotografía: Luiz Claudio Barbosa/Futura Press/Folhapress.

Paradójicamente, puede que al final el campeonato sirva para sacar de una vez todas esas cuestiones sin resolver que, hasta ahora, los brasileños intentaban olvidar cada vez que se sentaban frente a la televisión para ver a su equipo.

Nadie sabe cuál será el legado del Mundial pero por mucho que se empeñen no serán ni Pelé ni Romario con sus palabras sino personas con sus actos, como los 200 “sin techo” de la Avenida Paulista, los que van a decidirlo. En la “Copa de las Copas”, la verdadera victoria o derrota del pueblo brasileño puede que no se juegue sobre el césped de los lujosos estadios, sino sobre las humildes calles de sus ciudades.

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Jessica y un Brasil entre los sueños y el arte

Por brasilcomn
01/05/14 11:56

CECILIA ARBOLAVE, DE SÃO PAULO

Cuando le preguntan hace cuánto tiempo vive en Brasil, la artista plástica Jessica Rosen vacila. ¿Responde que se mudó a São Paulo hace tres años o cuenta la historia completa? La duda es comprensible, ya que la versión más larga supone diez años de relación con el país tropical.

Aterrizó en Río de Janeiro por primera vez en 2004, para pasar sus vacaciones. Y ya en ese viaje encontró el tema de un proyecto artístico: las travestis cariocas de la avenida Mem de Sá, en el centro de la ciudad. Empezó fotografiándolas en la calle y, cuando tuvo más confianza, las retrató en sus ambientes de trabajo.

“Ya venía trabajando la construcción de la identidad de la mujer. Cuando vi a las travestis desarrollando su propia femineidad, me interesó mucho y quise capturarlo con imágenes”, cuenta la norteamericana de 35 años.

Jessica Rosen es norteamericana y vive actualmente en São Paulo. Fotografía: Johanna Baudou

Jessica Rosen es norteamericana y vive actualmente en São Paulo. Fotografía: Johanna Baudou

Tres años fue el tiempo que Jessica le dedicó a este proyecto, período en el cual pasaba algunos meses en Nueva York y otros en Río de Janeiro. Dos lugares que, para la artista, se complementan mucho: todo lo que le falta a la Gran Manzana, está en la “Cidade Maravilhosa”, y viceversa.

Viajó unas ocho veces a tierras cariocas y aprovechó esas incursiones para bordear la costa este de Brasil y conocer otros estados, como Espírito Santo, Bahía y Pernambuco.

Después de tantos despegues y aterrizajes, una maestría en arte la llevó a San Francisco, al California College of the Arts, en donde se quedó por dos años. Cuando se graduó, en 2008, la economía de Estados Unidos colapsó. Sin ahorros, pues había pasado los últimos dos años estudiando, y en medio de la crisis, la artista no pudo repetir aquellos años con estadías en la playa y se mudó a Nueva York, pero siempre con unas ganas latentes de volver a este país que tanto la inspiraba.

Y finalmente lo consiguió en 2010, cuando entró a una residencia artística en la Fundação Armando Alvares Penteado (FAAP), en São Paulo. Durante cuatro meses y viviendo en un departamento en frente a la Praça do Patriarca, en el centro paulistano, desarrolló un nuevo proyecto relacionado a sueños telepáticos, que resultó en un libro (disponible aquí) y algunos videos experimentales. Cuando la residencia terminó, tomó la decisión de quedarse en Brasil.

Fotografía: Jessica Rosen

Uno de los paisajes surreales que creó la artista. Fotografía: Jessica Rosen

MÁS ALLÁ DE LA FÍSICA

Los sueños y la sincronicidad son dos de los temas presentes en las fotografías, collages e instalaciones de Jessica, así como las percepciones extrasensoriales. Muchas de sus obras están colgadas en el living de su pequeño departamento en Vila Buarque, en el centro de la ciudad.

Hay paisajes surreales, creados con recortes de papel, que mezclan referencias de diferentes ciudades y también dos fotografías que hoy están expuestas en la muestra “É Fluido mas é Legível”, que tiene lugar en el Centro Cultural Oswald Andrade y se puede visitar hasta el 3 de mayo.

Al observar los elementos que “decoran” el ambiente, es posible encontrar relaciones entre los diferentes trabajos de Jessica. Hay una suerte de móviles, hechos con papel de revista, colgados del techo. Son los mismos elementos que se ven en algunas imágenes pegadas en la pared.

“Los armé para usar como escenario de un ensayo fotográfico. Quería transformar información invisible en visible. Pero hoy ya tienen vida propia”, cuenta.

Jessica ya participó de numerosas exposiciones en Brasil, Estados Unidos y Europa y siempre tiene más de un proyecto al que se está dedicando. Pero no vive sólo de su arte. Trabaja freelance para algunas revistas, como Elle y Vogue Brasil, ya sea como fotógrafa o haciendo collages (o ambos).

Imagen de una de las muestras en las que participó Jessica en San Francisco. Fotografía:  Jessica Rosen

Imagen de una muestra de la que participó Jessica en San Francisco. Fotografía: Jessica Rosen

Recientemente empezó a trabajar como profesora de inglés en un instituto de idiomas y también presta su voz para agencias de publicidad que necesitan una native english speaker para anuncios publicitarios.

En São Paulo no tiene una rutina muy rígida, pero eso no la llega a incomodar. Disfruta la flexibilidad de sus tiempos para poder pasear a su perra con nombre curioso, Dupla Sertaneja (en español, dúo sertanejo, que se refiere a un estilo de música popular). Uno de sus lugares favoritos en la ciudad es la pileta olímpica del complejo deportivo de Pacaembú -cuando hace calor, ya que es al aire libre-.

Y lo que también le gusta de São Paulo es que, a pesar del tamaño, uno conoce a sus vecinos, a los dueños de restaurantes y a las personas que forman parte de las inmediaciones del barrio, diferente de la Gran Manzana, cuja lógica es más impersonal.

En estos tres años, sólo volvió a su país una vez, y visitó Nueva York, Pensilvania y Maine, estado casi en la frontera con Canadá, donde se crió hasta el fin de su adolescencia. Además de la pregunta “¿Hace cuánto estás en Brasil?”, Jessica frecuentemente tiene que responder otra: “¿Te vas a quedar en São Paulo?”.

Preguntas típicas de las que cualquier extranjero es blanco. “Es difícil imaginarme viviendo aquí para siempre, pero no tengo planes de irme por el momento”, responde, mientras acaricia a Dupla Sertaneja.

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Brasil: ¿un nuevo destino para refugiados?

Por brasilcomn
14/04/14 13:22

POR MILLI LEGRAIN

Originario de la República Democrática del Congo, Louison Mbombo, de 17 años, llegó solo a Brasil, en abril de 2013, a bordo de un barco.  Tras el asesinato de su padre por haber apoyado un cambio democrático en un país marcado por la guerra civil, este joven congoleño permaneció encarcelado durante dos años y fue separado de  su madre y sus hermanos. Logró huir gracias a la ayuda de un guardia de la prisión.  Así llegó a las costas brasileñas,  huérfano  y sin saber en qué país estaba.

Parece el guión de una película pero no lo es. Louison es una de las 5000 personas que solicitaron asilo en Brasil el año pasado.

Si bien en América Latina los pedidos de asilo están bajando, no sucede lo mismo en este país. “Brasil es el segundo país que más refugiados recibe en América Latina, detrás de Ecuador, por su proximidad con Colombia, y por delante de Venezuela, Argentina y Chile”, indicó Andrés Ramírez, representante en Brasil de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Louison, el día de su graduación. Fotografía: Cáritas

Louison, el día de su graduación. Fotografía: Cáritas

De un total de 15 millones de refugiados en el mundo, unos 380.000 están en América Latina. De este último total, 5200 personas llegadas desde 80 países se encuentran en Brasil: la mayoría son colombianos, angoleños y congoleses.

En el estado de São Paulo las solicitudes de asilo se cuadruplicaron en los últimos tres años. Tanto que la ACNUR decidió abrir una oficina en esta ciudad el pasado 31 de marzo.

Las  crisis humanitarias crecieron a nivel global y han repercutido en el número de personas que piden asilo. Además de la guerra civil en el Congo, “tenemos los conflictos antiguos como Irak y Afganistán, y ahora la violencia post primavera árabe”, explicó Ramírez.

El conflicto en  Siria por sí solo generó 2,6 millones de refugiados y de ellos más de 300 están en Brasil. Uno de ellos es el periodista Mahmoud Alzouhby, que estaba en São Paulo cuando las autoridades de su país le impidieron renovar su pasaporte.

No obstante, según Ramírez, existen también otros factores que explican el auge de refugiados en este país. El Mundial y los Juegos Olímpicos también contribuyeron a colocar a Brasil en el mapa como destino de asilo.

Andrés Ramirez inaugura la oficina de la ACNUR en São Paulo. Fotografía: ACNUR

Andrés Ramirez inaugura la oficina de la ACNUR en São Paulo. Fotografía: ACNUR

Aunque huyan de conflictos armados, persecuciones por motivo de raza, religión, nacionalidad, grupo social u opinión política, los refugiados son muchas veces estigmatizados. Se los confunde a menudo con inmigrantes que buscan mejores oportunidades económicas o incluso con “fugitivos” o “forajidos”, denunció Larisse Leite, abogada de la ONG Cáritas en São Paulo.

“La búsqueda de una vivienda, la demora en el proceso [para determinar si la persona que pide asilo es o no un refugiado], el reconocimiento de los diplomas y la búsqueda de trabajo” son otros de los desafíos que enfrentan los refugiados, explicaron desde la ONG Cáritas.

La integración en Brasil también es complicada por las diferencias culturales y por el idioma, sin mencionar el riesgo de la explotación laboral, el trabajo esclavo y la particular vulnerabilidad al tráfico de personas.

Aún así, los refugiados están protegidos por la Convención de la ONU de 1951 firmada por 150 países. Los principios de la Convención fueron incorporados por Brasil en la ley 9474 que establece los derechos básicos de los refugiados.

Plaza de Sé lugar de reunión de refugiados en São Paulo. Fotografía: Géssica Brandino

Plaza de Sé lugar de reunión de refugiados en São Paulo. Fotografía: Géssica Brandino

Si bien el número de refugiados en Brasil es bajo, tomando en cuenta que es la sexta economía mundial, el crecimiento del número es preocupante y los países donantes que financian a la  ACNUR no ven al país como prioridad. En 2010, Brasil recibía 560 solicitudes de asilo al año. En 2013, esta cifra ya rondaba los 5000. La previsión para 2014 está en 12.000 pedidos.

“El CONARE [Consejo Nacional de Refugiados, vinculado al Ministerio de Justicia] debe reforzar su capacidad para responder. Y hay que acelerar el proceso de elegibilidad. Actualmente existen 5000 casos pendientes de resolución. Se van acumulando y las solicitudes siguen aumentando”, dijo Ramírez en una entrevista con Folha.

Hoy, un año más tarde, a pesar de los desafíos, Louison es ahora mayor de edad y parece haber recuperado la sonrisa. Hasta logra hacer bromas en un portugués prácticamente fluido. Fue acogido por una familia local, terminó la secundaria, trabaja y logró entrar en contacto por Internet con uno de sus hermanos. Está empeñado en seguir estudiando. Pero cuando le preguntan por qué está en Brasil, confiesa que no sabe todavía cómo responder.

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El São Paulo de Noelia

Por brasilcomn
07/03/14 13:47

POR CECILIA ARBOLAVE

En un intento por explorar nuevas historias de vida en São Paulo, Cecilia se propuso charlar con extranjeros para conocer otras experiencias y  formas de vivir la ciudad. Empieza así una serie de perfiles de latinoamericanos que, como ella, eligieron Brasil como su nuevo hogar.

***

Conocer el edificio paulistano y de arquitectura modernista São Vito en medio de una infinidad de personas caminando o hasta corriendo de un lado para el otro, cargando bolsas de plástico y empujando carritos de compras, o entrando y saliendo de locales, fue decisivo para la cordobesa Noelia Monteiro.

Al pararse frente a aquel monstruo desocupado, al lado del Mercado Municipal y de la famosa calle 25 de Março, la argentina, que en aquel momento tenía 22 años y era estudiante de arquitectura, se preguntó cómo un edificio residencial de 27 pisos y 624 departamentos, inmerso en un área tan dinámica y con tanta infraestructura, podía estar desocupado. Fue en ese momento que encontró el tema de su tesis de graduación.

Era 2007 y Noelia estaba realizando un intercambio en la Universidad Estadual de Campinas, la Unicamp, a 80 kilómetros de São Paulo. Dos años más tarde, con el título en manos, volvió a Brasil a presentar su trabajo de graduación sobre cómo la combinación de actores públicos y privados podían hacer viables viviendas sociales en el centro de la ciudad.

Noelia Monteiro dejó su Córdoba natal, en Argentina, y se mudó a São Paulo. Fotografía: Cecilia Arbolave

Noelia Monteiro dejó su Córdoba natal, en la Argentina, y se mudó a São Paulo. Fotografía: Patricio Fernández Quintana

Fue en ese viaje que descubrió un posgrado en la Escola da Cidade relacionado con lo que venía estudiando, que la motivó a mudarse a esta ciudad en 2011.

Curiosamente, en esa nueva vuelta, pudo presenciar el final de la demolición de aquel edificio que tanto la había inspirado. Además de estudiar, empezó a trabajar en un estudio de arquitectura e integró el equipo que ganó un concurso para revitalizar áreas ocupadas y contaminadas, que pertenecen a cuencas hidrográficas.

Esa fue una de las sorpresas que Noelia se llevó al llegar a São Paulo: “El trabajo con vivienda social que se hace acá no tiene punto de comparación con el de la Argentina”.

Pero aún antes de saber de esta característica, la capital paulista ya la seducía. Desde la época de la facultad, conocía sus emblemas y autores arquitectónicos, como los modernistas Paulo Mendes da Rocha y João Batista Vilanova.

“Es curioso que la arquitectura sea increíble pero el urbanismo, tan caótico”, cuenta. Sin embargo, ese desorden urbano, que puede desconcertar a muchos, a ella la inspira, pues ve lo mucho que se puede hacer en su profesión.

Microuniverso particular

Sonriente y tranquila, Noelia, hoy con 29 años, encontró una forma de encarar la ciudad sin drama: “Uno se va creando sus mini mundos, con lugares que frecuenta, el barrio donde vive, las personas que conoce… De a poco, ese pequeño universo humaniza la ciudad y no es más un monstruo”. Y el mini mundo que la cordobesa construyó está en el centro de la ciudad, donde puede hacer casi todo a pie.

Noelia, en plena acción, durante la reforma de un apartamento. Fotografía: Cecilia Arbolave

Noelia, en plena acción, durante la reforma de un apartamento. Fotografía: Patricio Fernández Quintana

Vivió un tiempo en el Copan, el emblemático edificio proyectado por el arquitecto Oscar Niemeyer (1907-2012), que encanta con sus curvas y su vista panorámica. Después pasó a Vila Buarque, barrio que cuenta con una de las calles más arquitectónicas de San Pablo, conocida por concentrar muchísimos estudios, el Instituto Brasileiro de Arquitectura y la Escola da Cidade, donde Noelia estudió y sigue estudiando (ahora un posgrado sobre Geografía, Ciudad y Arquitectura).

Además de trabajar a pocas cuadras de allí, los lugares que le gusta frecuentar en su tiempo libre también están a una distancia “caminable”. Uno de ellos es el Sesc Consolaçāo, una institución que ofrece una variedad inmensa de actividades de recreación y cultura.

“También estoy cerca de la calle Augusta, que me fascina por ser un lugar en donde pueden convivir desde las tribus urbanas del centro a las concesionarias de Jardins, de un bar a un emprendimiento inmobiliario con showroom abierto a las 2 am”, cuenta, divertida.

Una multinacional chiquitita

Parte del día, Noelia lo pasa en casa, trabajando en los proyectos de un estudio que creó con dos amigos, Germán Nieva y Dante Rimodino. Después de terminar la facultad, hicieron una promesa: cuando alcanzasen los 30 años, crearían juntos un estudio de arquitectura.

Los argentinos habían ganado en 2006 un concurso de estudiantes con un proyecto de un centro cultural en un barrio popular de la ciudad de Córdoba y que hoy está en vías de construcción. Durante el proceso creativo, descubrieron muchas afinidades y se quedaron con las ganas de querer revivir ese trabajo en equipo.

Pero cuando se empezó a aproximar el cambio de década, Noelia estaba en São Paulo, Germán en Londres y Dante en Córdoba. Sin muchas perspectivas de mudanzas, en 2011, surgió la posibilidad de trabajar a distancia. La ONG carioca Casa do Caminho, una comunidad rural y de abrigo para niños y adolescentes, llamó a Noelia para modernizar su edificio.

Como había sido voluntaria por algunos meses el año anterior, ella conocía el espacio y sus dificultades. Pero no podía enfrentar el proyecto sola: fue hora de llamar a sus dos mosqueteros.

Germán, Noelia y Dante, socios en RMN. Fotografía: Germán Nieva

Germán, Noelia y Dante, socios en RMN. Fotografía: Germán Nieva

Juntos, pero separados, los tres trabajaron en el proyecto y nuevamente tuvieron la certeza de que tenían buena química. Decidieron entonces cumplir aquel viejo pacto y crearon el estudio: una multinacional, pues, después de todo, tiene tres sedes. Fiel a la tradición arquitectónica de nombrar las empresas con los nombres de sus dueños, lo bautizaron RMN. Pero no querían limitarse a las iniciales de sus apellidos, y buscaron un sentido más creativo.

Después de muchas idas y vueltas, llegaron a Random Meetings Nowhere, que resume el modus operandi del trío. “No sabemos si esa una transición al momento en que vivamos en la misma ciudad, pero nos gusta trabajar así porque nos abre más posibilidades”, cuenta la cordobesa.

Noelia habla de su vida en São Paulo y se la nota feliz. Extraña un poco algunas tradiciones de su país, como la de servir maní junto con la cerveza. Y también le gustaría volver a sentir el paso de las estaciones y ver los árboles anaranjados en el otoño así como las flores más vivas en primavera. Pero nada que opaque las conquistas de su experiencia aquí.

“Me pasaron más cosas en los últimos tres años que en los diez anteriores”, resume, contenta.

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Brasil, bueno, bonito y ¿barato?

Por brasilcomn
04/09/13 12:25

POR MARÍA MARTÍN

Cuando llegué a Brasil, sin trabajo, sin visado, sin perspectiva ninguna de lo que haría con mi vida, me surgió la oportunidad de trabajar para una revista sobre fondos de inversión. Recuperaba asuntos publicados en la prensa local, hacía entrevistas e intentaba publicar temas propios a razón de cinco artículos por semana. Cobraba 400 euros al mes, 526 dólares.

El día que me reuní con mis jefes en Madrid estuvimos hablando del proyecto, de lo importante que era Brasil en estos momentos y de lo interesante que sería escribir un blog desde allí. Pedí más dinero.

– Pero si con 400 euros allí debes tener un apartamento en la playa

Me entró la risa. Primero porque en la ciudad de São Paulo no hay playa y segundo porque no podía creerme que alguien pensase todavía que con esa miseria, que no es ni un salario mínimo en España, podía vivir dignamente en Brasil. Aún menos en São Paulo, la ciudad más cara de América del Sur para los expatriados, la decimonovena del mundo, según el último informe sobre coste de vida de la consultora Mercer.

Brasil no es esa exótica república bananera de agua de coco y caipirinha a un real que muchos piensan. El lunes el Instituto Brasileño de Turismo Embratur publicó un informe que refleja cómo los de fuera tenemos una idea equivocada de lo que cuesta vivir en el país, sobre todo en las principales capitales como Rio de Janeiro, São Paulo o Brasilia, las ciudades más caras del continente.

Según la encuesta, un tercio de los 537 extranjeros entrevistados que visitaron Brasil durante la Copa de las Confederaciones se sorprendieron con los precios de las seis ciudades sede. Les parecieron caros los hoteles, los taxis y los billetes de avión. Y con razón.

Recorrer en taxi el trayecto de menos de cinco kilómetros que lleva del barrio de Jardins al animado Vila Madalena no sale por menos de 20 reales (US$ 8). Embarcar en el puente aéreo São Paulo-Rio este fin de semana es imposible por menos de 360 dólares (R$ 860).

Pero la vida del turista, aún siendo víctima de su propio estatus, es más agradecida que la del ciudadano común.

Precio del tomate italiano en abril de este año: 3,8 dólares el kilo. Rivaldo Gomes/Folhapress

A pesar de que tras las protestas de junio se redujeron las tarifas, mi monedero sangra cada vez que subo al autobús o entro en el metro. Tres reales, 1,26 dólares, más de cinco veces el precio que pagan mis colegas en México DF -donde el estado subvenciona dos tercios del coste del servicio- o en Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador. Unos 0,70 céntimos menos de lo que cuesta en Madrid, donde circula una de las mejores redes de suburbano del mundo -nada que ver con el servicio ofrecido aquí-.

Aún así debo dar gracias por poder viajar en transporte público en una ciudad donde aparcar el coche puede costar hasta 15 dólares por hora.

Aún recuerdo cuando entré en el Carrefour por primera vez para hacer mi primera compra. Salí con una lechuga y dos zanahorias. Me escandalizó el precio de cosas básicas como las bolsas de basura, las tablas de planchar, las sartenes, las perchas para colgar la ropa, el vino, las setas o los tomates. Ahora porque ya estoy anestesiada, pero mi alboroto debería ser mucho mayor tras comprobar los efectos de la inflación.

¿Casa? A día de hoy no tendría cómo permitirme vivir en un apartamento para mi sola en una zona relativamente acomodada de la ciudad. Un amigo que vive en el barrio de Santa Cecilia, fronterizo con el degradado centro de la ciudad, paga 711 dólares (R$ 1.700) por un estudio con una habitación, un saloncito y una cocina diminuta; tiene una pequeña terraza linda, eso sí. Otro amigo ha visto como su alquiler de un piso de tres habitaciones en el barrio de Vila Madalena, considerado zona bien, pasaba de 1.000 a 1.255 dólares en tan solo un año. En México DF, un gran amigo paga 987 dólares por dos habitaciones en el mejor barrio de la ciudad. En España, por ese precio, uno ya puede vivir a sus anchas en acabados de mármol.

Entre las pocas cosas que me parecen asumibles –además de la cerveza, el esmalte de uñas y las plantas de interior- está el servicio móvil de Internet. Pago menos de cuatro euros al mes. ¿Cómo? Porque es de prepago, porque la velocidad razonable de descarga se desploma a los cuatro días, porque se cuelga cuando quiere y porque me paso la vida enganchada al wifi. Pero es que en España mis facturas no bajaban de los 100 dólares.

En este sentido soy una especie aparte, lo sé, porque el servicio de Internet móvil es el que más reclamaciones acumula del país -después de los bancos- y el que más decepcionó, por ejemplo, a los peregrinos que llegaron a Rio en la Jornada Mundial de la Juventud. Un 30% de ellos se quejó de la calidad y de su precio, según otra encuesta de Embratur.

Por si les queda alguna duda de lo que intento explicarles pueden echar un vistazo al post en inglés de Vincent Bevins donde cuenta sus desventuras con Vivo por una factura de 3.000 dólares.

En fin, la lista es larga y les he evitado los restaurantes, a los que solo me acerco en ocasiones especiales, así como las peluquerías, tiendas de electrodomésticos, cines o conciertos de grandes artistas. Brasil es un país maravilloso, pero tiene poco que ver con un bazar al por mayor rodeado de palmeras. Si estas son mis quejas, mientras algunos euros sanean mis cuentas bancarias mensualmente, imaginen las de la famosa nueva clase media que vive con un salario mínimo de 284 dólares.

 

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Tránsito nuestro de cada día

Por brasilcomn
02/09/13 12:07

POR PAULA RAMÓN 

Ir al trabajo hoy no ha sido fácil ni barato para los pasajeros que dependen de nueve líneas de autobús de la zona oeste, y de 41 que circulan en la zona sur de la ciudad. Huelgas y protestas han impedido el funcionamiento de estas rutas esta mañana y han dejado a un sinnúmero de pasajeros buscando alternativas para llegar a sus destinos. En mi caso fue un taxi y un gasto imprevisto de 20 dólares, mientras que para otros fueron nuevas rutas, más dinero o un día de permiso.

El tráfico no se ha convertido en el tema del día de la noche a la mañana. Las carencias del sistema de transporte público en São Paulo alteran de tal forma a los usuarios, que en junio pasado fueron el motor de la principal revuelta social de Brasil de las últimas dos décadas.

Las cantidad de horas que los usuarios pasan detenidos en las calles de la ciudad son motivo de conversación diaria. La Compañía de Ingeniería de Tráfico (CET, por sus siglas en portugués) indica que hay 7,5 millones de carros registrados en la mayor urbe del país, de los cuales 3,5 millones componen la flota circulante -o un auto por cada tres habitantes-. El promedio de los atascos puede variar, alcanzando hasta 300 kilómetros –reciente récord-, dependiendo del horario y la zona en medición.

El día 26 de julio, São Paulo registró una congestión de 300 kilómetros, un récord histórico en el periodo nocturno. Evaldo Fortunato/Futura Press/Folhapress

Pero las colas no son el único reclamo. Según datos de la Prefectura de São Paulo, en promedio, cada día 8,8 millones de personas utilizan la red de autobuses para circular por la ciudad. Para este porcentaje de la población, atrasos imprevistos, accidentes, errores de los conductores y unidades rebasadas son elementos diarios que marcan el comienzo y el fin de sus jornadas.

El precio del transporte público en Brasil hace que la mala calidad del servicio destaque aún más. Un estudio realizado hace tres meses por el profesor de la Fundación Getulio Vargas, Samy Dana, y el economista Leonardo Siqueira de Lima, revela que el brasileño tiene que trabajar más que los ciudadanos de 12 ciudades de América, Ásia y Europa para costear el transporte público.

Luego de la reducción de la tarifa, apoyados en datos del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística, del Banco Mundial y de las alcaldías de cada ciudad, los especialistas determinaron que en São Paulo una persona tiene que trabajar 12,8 minutos para pagar un pasaje, tiempo nueve veces mayor de lo que le toma a un vecino de Buenos Aires.

Otro estudio de los autores muestra que si bien el costo en São Paulo es mayor al de otras ciudades de Brasil, la diferencia salarial deja los ciudadanos de regiones como Amazonas, Bahia o Mato Grosso trabajando más tiempo para cubrir los gastos de movilidad.

A juicio de Dana, autor de ambas investigaciones, para mejorar la calidad del servicio, Brasil necesita ajustarse a parámetros internacionales. “Aunque los precios de los pasajes fuesen iguales a los de otras ciudades alrededor del mundo, estaríamos en desventaja, porque en esos países el transporte público llega a más lugares, funciona durante la madrugada y muestra más calidad”, comentó el profesor en junio pasado.

En el asfalto paulistano nadie la tiene fácil. Quien tiene carro reclama de las horas que pasa retenido en el tránsito; los pasajeros se agolpan en las paradas de autobús por tiempo indeterminado; los ciclistas exigen espacio y reconocimiento; los peatones tienen que lidiar con una ciudad que los excluye; y los motorizados tienen que surfear entre los retrovisores para desplazarse.

 

Pasajeros en la estación de metro de Jabaquara donde el pasado noviembre había que esperar 15 minutos de fila solo para alcanzar los tornos de entrada. Vinicius Pereira/Folhapress

En estos puntos, el centro económico de Brasil puede no ser diferente de otras capitales de la región que también se ven rebasadas por los cambios que impuso la migración y los nuevos modelos de desarrollo. Quizá por esto, puede que sea difícil para los ciudadanos de Caracas o Santiago de Chile entender por qué en junio miles de personas se lanzaron a las calles frustrados por el mal servicio en el transporte público y por los interminables “quilômetros de lentidão“, que a diario reporta la CET.

Pero tal vez haya una diferencia. Durante los últimos tres años se esparció por el país un sentimiento de “Brasil vai”. El optimismo de convertirse en una nación con números de primer mundo tomó a buena parte de la población, y las expectativas estaban a flor de piel. Los compromisos internacionales – ser sede para los mayores eventos deportivos del mundo: Mundial de 2014, y Olimpiadas de 2016- ayudaron a impulsar aquella visión del país que “agora vai”. Brasil crecía y, al contrario que sus vecinos, se volvía un referente regional. Al igual que sus Havaianas, había logrado transformarse en una marca de moda.

El problema viene de lejos. Pasajeros intentan embarcar en un autobús en la zona sur de la ciudad en 2010. Rivaldo Gomes/Folha Imagem

Pero la ilusión tropezó con la realidad de una nación que no seguía al pie de la letra las estimaciones económicas. Cuando los indicadores se distanciaron de los patrones esperados, los brasileños también comenzaron a comportarse de forma inesperada. Este componente psicológico, tal vez puede ayudar a entender porque menos de diez centavos de dólar costaron tan caro a la jerarquía política. Es que le experiencia diaria de esperar un autobús por una hora y pasar otros 90 minutos a bordo, de pie, puede transformar a cualquiera en el militante más radical de los Black Blocs.

El tema no sale de la pauta editorial. Al tiempo que el alcalde de São Paulo, Fernando Haddad (PT), promete nuevos corredores y expone fórmulas para garantizar la financiación del transporte público sin aumentar los costos para los pasajeros, una evaluación reciente de la SPTrans, la empresa municipal de transporte, reveló que en los primeros seis meses de su gestión, empeoraron los servicios prestados por 13 de las 19 empresas de autobuses de la ciudad.

En una suerte de juego del huevo y la gallina, las operadoras responsabilizaron a las manifestaciones y al tránsito de la capital. Las empresas con las peores evaluaciones fueron dos líneas que trabajan en la zona este, conocida por ser la más pobre de São Paulo.

La movilidad urbana, o mejor dicho, la falta de, no tiene soluciones inmediatas, tiene aspirantes a paliativos. La CET anunció una posible ampliación del “rodízio” o control de carros por número de placa, que abarcaría vías fuera del llamado centro expandido. La meta es mejorar la velocidad de los autobuses para incentivar a los conductores a pasar de la estadística de carros particulares a engrosa la de pasajeros, pero, desde su aplicación en 1997, la medida no ha incidido en la disminución de la compra de automóviles. De hecho, muchas familias compran dos y tres vehículos para poder sortear la restricción. Eso en una ciudad donde un estacionamiento puede costar hasta US$ 15 por hora. 

Entendiendo que los dramas de los usuarios van más allá de la lentidão del tránsito, no es tan simple culparlos. Hace unos días, Leonardo Sakamoto, periodista y politólogo, resumió la disyuntiva en su blog: “¿Estamos preparados para que la prioridad sea el transporte colectivo en vez del individual, o vamos a continuar defendiendo eso como una idea bonita, pero para los otros?”.

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