Tragedia humana, corrupción y demora en la ciudad de la selección brasileña
06/06/14 15:43POR MILLI LEGRAIN, DE RÍO DE JANEIRO
Cuando faltan pocos días para el comienzo del Mundial, en la ciudad serrana de Teresópolis, en Río de Janeiro, la selección brasileña se entrena en la Granja Comary, un centro de entrenamiento cuya reforma costó US$6,5 millones.
Mientras tanto, del otro lado de la ciudad, una tragedia humana sigue su curso.
A principios de 2011, lluvias torrenciales y ríos de barro, producto de una gran inundación, dejaron más de 900 muertos, más de 240 desaparecidos y cerca de 9000 personas sin casa en siete municipios de la región, según cifras oficiales.
Antiguos residentes del humilde barrio de Campo Grande, en Teresópolis, describen cómo el vendaval que los sorprendió de madrugada dejó desprovistos a miles de habitantes, arrasó con todo y se llevó a una comunidad entera.

Una casa que sobrevivió a las lluvias en el barrio abandonado de Campo Grande. Fotografía: Milli Legrain.
Manuel Antonio de Oliveira da Silva, un obrero de 57 años, cuenta que perdió a cuatro de sus hijos, además de varios sobrinos y cuñados, sumando 20 familiares en total.
Pero son varios los que intuyen que en realidad murieron más personas de las que constan en los registros oficiales.
“Cuando se hicieron públicas las listas de los muertos, muchos nombres no aparecían. Solo aquí, en este campo de fútbol comunitario, se juntaron unos 500 cuerpos”, denuncia Flávio Carreiro, un joven conductor, ahora desempleado, que también perdió a una veintena de familiares en el barrio Granja Forestal.
Esta teoría también la sostiene Joel Caldeira, de la Asociación de las Victimas de las Lluvias del 12 de enero en Teresópolis (AVIT). “No hubo 129 desaparecidos en esta ciudad. Familias enteras desaparecieron”.
Y el dolor no acaba allí. “Después de la tragedia natural, vino la tragedia humana”, continúa Joel.
Se refiere al desvío de US$ 33,7 millones en recursos federales, estatales y donaciones nacionales y extranjeras destinados a la reconstrucción de las siete ciudades afectadas.
Esto lo confirma un informe del Tribunal Federal de Cuentas del Estado de Río de Janeiro.

De izquierda a derecha: Joel Caldeira, Flávio Carreira, Adalberto Serafin y Clovis de Oliveira da Silva. Fotografía: Milli Legrain.
Asimismo, en noviembre de 2011, el entonces alcalde de Teresópolis Jorge Mário fue separado de su cargo por haber estado involucrado en negocios turbios con varias constructoras locales a las que les cobraba coimas.
Mientras tanto, Manuel Antonio, conocido por sus amigos como Clovis, cuenta que han sido tres años y cuatro meses sin casa ni atención psicológica. Se pregunta dónde está el dinero para las víctimas.
Ahora, el gobierno del estado de Río de Janeiro intenta terminar 220 casas en la Fazenda Ermitage antes de septiembre. El momento es oportuno. Las elecciones para gobernador son en octubre. Pero el nuevo conjunto habitacional bordea una carretera peligrosa sin viaducto para los peatones.
“Inaugurar casas en barrios sin la infraestructura adecuada suele terminar mal. Miren lo que pasó en la Cidade de Deus”, recuerda Joel refiriéndose al barrio de viviendas sociales mejor conocido por sus guerras entre pandillas y por el tráfico de drogas.
Sus residentes habían sido removidos de los barrios caros de la ciudad como parte de una política de limpieza social de la zona Sur de Río de Janeiro en los años sesenta y setenta.
Por su parte, la Secretaría de Obras del Estado explicó a esta cronista que las obras se retrasaron por la falta de terrenos adecuados y la necesidad de recurrir a una expropiación de las tierras, algo que generó complicaciones.
Hay quienes argumentan que la tragedia de Teresópolis alcanzó esa magnitud porque muchas de las casas estaban hechas en terrenos irregulares, sobre áreas de riesgo, bordeando riachuelos.
Según una investigación parlamentaria de la Asamblea Legislativa del Estado de Río de Janeiro (ALERJ), presidida por el diputado Luiz Paulo (PSDB-RJ), la falta de una política habitacional consistente en la región es otra pieza clave para entender la tragedia.
Aún así, a pesar del dolor y de la larga espera, Clovis -que se hizo evangélico después del desastre-, no parece guardar rencor. Confiesa que si no fuera por la iglesia se hubiera vuelto loco hace tiempo. “Pensé muchas veces en dejarme llevar por las aguas, ya que allí murieron mis hijos”.
Este voluntario del AVIT sale adelante con unos US$220 mensuales que le alcanzan para cubrir los costes de su alquiler. Según Joel, impulsadas por los miembros de la asociación de víctimas, hubo 800 acciones judiciales para que las personas más vulnerables recibieran esta subvención.
Clovis me pide que le saque una foto al lado de unas flores amarillas. “Donde haya vida habrá esperanza”, dice con una sonrisa y sus ojos llenos de lágrimas.
Insiste que la tormenta no tuvo nada que ver con la selección brasileña y que espera que gane. Aun así, salta a la vista la ironía de ver tanto desamparo en la casa del futbol brasileño.
Roupa suja se lava em casa.
Buen artículo, Mili.
“Les dessous du football ne sont pas apétissants”. Ayer vi un reportaje sobre los trabajadores (esclavos?) nepalíes que construyen los estadios y demás instalaciones en Doha de cara al Mundial 2022. Daba ganas de llorar…
Muy bueno el artículo de Milli Legrain, porque refleja como se da prioridad al fútbol por encima de las necesidades de la población y muestra la otra cara de la moneda del Mundial en Brasil.
Ótimo artigo Milli, moro em Teresópolis e conheço sobre as dificuldes que essas famílias sofrem nos dias de hoje.
O INEA faz obras de desobistrução de canais e rios,desapropria casas em áreas de risco.
As famílias não tem onde morar, a ajuda não chega!o valor dos alugueis subiu por conta da tragédia,oportunidade perfeita para os gananciosos.
durante os resgates, em meio a corpos deformados, pude vivenciar a realidade da situação.
Viva a ostentação..viva a copa!!!