POR NATALIA FABENI
En la favela Santa Marta, ubicada en el barrio de Botafogo, en la zona sur de Río de Janeiro, de los tiros entre bandas de narcotraficantes que alguna vez atemorizaron a su población solo quedan unas cuantas marcas en una de las paredes de lo que hoy es el cuartel de la Unidad de Policía Pacificadora (UPP).
Esa época de balas perdidas, miedo y violencia descarnada quedó atrás en diciembre de 2008, hace poco menos de cinco años, cuando la primera UPP de Río se instaló en lo alto del morro Dona Marta, en lo que era una de las comunidades más violentas de la ciudad.
Ahora, ese tiempo en el que el Comando Vermelho (CV) manejaba el tráfico de drogas en la favela y peleaba esa plaza con balas de fusil se encuentra en el libro “Abusado”, del periodista Caco Barcellos, quien retrató la realidad escalofriante del tráfico en la favela a principios de la década de 2000, a cargo de Marcinho VP, líder del Comando Vermelho.
En una de las paredes externas de lo que hoy es la UPP de Santa Marta aún pueden verse las marcas de disparos de otra época. Natalia Fabeni
Según datos del Instituto de Seguridad Pública (ISP), después de la instalación de la UPP en Santa Marta, una comunidad de aproximadamente 6.000 habitantes, los homicidios se redujeron a cero. En 2007, antes de la pacificación, se habían registrado dos asesinatos.
“Desde que se instaló la UPP, en diciembre de 2008, nunca más se disparó un tiro en esta comunidad”, me cuenta con orgullo el capitán Márcio de Almeida Rocha, que trabaja en la favela desde 2011. No sólo los datos estadísticos ni los más de 120 policías de la UPP hablan de la drástica reducción de la criminalidad, sino que también los habitantes de la favela lo reconocen. “Acá nunca más se escuchó un disparo”, me comenta Paulo Lopes, de 45 años, dueño de un puesto que vende remeras, almohadones y souvenirs frente a la estatua de Michael Jackson, en la explanada homónima, bautizada en honor al fallecido rey del pop que filmó en Santa Marta, en 1996, el videoclip “They Don’t Care About Us.
Hoy, la “Laje de Michael Jackson” es uno de los platos fuertes de la visita a la favela y se cuentan a cientos los turistas que se sacaron fotos con la estatua. Los paseos guiados a cargo de los habitantes de Santa Marta son una de las principales fuentes de ingreso que tiene la comunidad.
Lopes vive en la favela desde hace 30 años y me dice que no hay punto de comparación entre lo que era antes y lo que es ahora: “Hoy ya no vivo con miedo, mis hijos pueden ir y venir solos, si compro algo en la ciudad ya nadie se niega a traerlo hasta acá arriba. Aunque falta mucho por hacer, las cosas cambiaron en Santa Marta”.
Cuando habla de “cosas por hacer”, Lopes se refiere a la infraestructura de la favela. La construcción de muchas de las casas es muy precaria, hay cloacas a cielo abierto, pilas de basura acumulada y cuando llueve los habitantes tiemblan. No sólo por la estructura de las casas, sino también porque el único medio de transporte del morro, el plano inclinado, deja de funcionar. Son más de 200 escalones los que separan la base de la cima.
El espacio dedicado a Mickael Jackson. Paula Giolito/Folhapress
Me mezclo entre madres y niños que van a la escuela y bajo hasta el pie del morro en el plano inclinado. La vista desde lo alto es impactante: el Cristo Redentor, el Pão de Açucar y Botafogo. Abajo, en la Praça Cantão y sus alrededores, el movimiento de los comercios y de la gente es constante. Jaqueline, de 33 años, aprovecha para visitar amigas en el único día libre que tiene en la semana. Nació y creció en Santa Marta, junto a cinco hermanos y decenas de primos, y hoy trabaja en el Palacio Laranjeiras, residencia oficial del gobernador de Rio de Janeiro, Sergio Cabral. Pero no es lo único que hace: gana unos reales extra los sábados trabajando en un geriátrico. Me cuenta que ese dinero lo guarda en una latita, que está escondida en su casa, y que sueña con viajar, con conocer la playa del Noreste.
“No quiero hacer otra cosa, no me importa mudarme, nunca pensé en irme de la favela, acá nací, acá está la gente que quiero, nunca dejaría este lugar”, me explica mientras arregla su cabello en un rodete. Le pregunto cómo era la vida en Santa Marta antes de la UPP. Me responde una cosa que luego voy a escucharla una y otra vez en boca de varios habitantes de la favela: “Si no te metés con las personas que no tenés que meterte, no pasa nada. Cada uno en su rincón, aunque todos nos conocemos”.
Principal medio de tansporte de Santa Marta. Natalia Fabeni
Reconoce, al igual que muchos otros habitantes, que con la llegada de la UPP las cosas cambiaron, pero remarca que todavía hay mucho por hacer y que no todas las favelas “abrazaron” a la policía tal como lo hizo Santa Marta. “Me acuerdo que mi mamá no nos dejaba estar en la calle y hoy los más chicos juegan tranquilos. Mi vida era del colegio a casa y de casa al colegio. ¿Tiros? Todo el día y por todas partes, pero desde que está la UPP nunca más hubo uno”, describe. Como trabaja en el Palacio Laranjeiras, le pregunto por Cabral, blanco de las protestas de los últimos meses enRío de Janeiro. “Si es corrupto tiene que ir preso. Si la gente cree que puede estar mejor y por eso sale a la calle, creo que es justo, lo que no entiendo son los destrozos que generan en la ciudad. Si supieran todo lo que cuesta arreglar lo que destruyen…”, reflexiona.
Mientras camina, Jaqueline se para frente a una peluquería y saluda a Felipe Miranda, que tiene 21 años, y que ese día estrena nuevo oficio: cortar el cabello de hombres y mujeres. Hizo un curso de seis meses y ayuda en el negocio del que es dueña su tía. Para Felipe vivir en Santa Marta es ahora más tranquilo, y cuenta que al principio la convivencia entre los habitantes de la favela y la policía no era fácil, porque había recelo y desconfianza. “Había que acostumbrarse, no éramos nosotros los que teníamos que ganarnos la confianza de ellos, sino ellos de nosotros. Hoy estamos todos más tranquilos, pero es bastante malo cuando no nos dejan hacer fiestas o poner música alta”, se queja. Ese es precisamente el punto de roce más fuerte entre la policía y la gente.
El capitán Rocha me lo explica de la siguiente manera: “Tratamos de evitar esas situaciones en donde haya mucho alcohol, porque es un momento de debilidad, en donde alguno puede salir a buscar droga o alguien puede aprovechar para venderla”. Por eso a los bares y a todo lo que pasa alrededor de ellos los miran con mil ojos, porque el tráfico en Santa Marta todavía existe, aunque en cantidades mucho menores y ya no viene acompañado de crímenes violentos. Por ejemplo, a lo largo de 2012, según datos del ISP hubo 18 incautaciones de drogas. “La gente disfruta de vivir tranquila, por eso, si ve algo extraño o alguien que levante sospechas enseguida lo reporta, así nos ayudan a cuidarlos, porque nadie quiere volver a esos años en donde no se podía ni caminar por el morro”, desliza el policía.
Vista del barrio de Botafogo desde Santa Marta, en la zona sur de Rio de Janeiro. Natalia Fabeni
El otro lado de la pacificación
El año pasado, cuando se cumplieron cuatro años de la pacificación en Santa Marta, el Secretario de Seguridad Pública de Rio de Janeiro, José Mariano Beltrame, dijo que quizás por haber sido la primera favela en Rio en recibir una UPP, fue la que tuvo más éxito en su implantación.
Los mismos habitantes de la favela reconocen que lo que pasa en Santa Marta es diferente de lo que sucede en las otras 33 UPPs instaladas en Río desde 2008 hasta esta fecha, en particular en Rocinha, Mangueira o Alemão. “Tengo familia y amigos en Rocinha y sé que allá no es igual que acá, los policías se aprovechan de las chicas más lindas y eso crea bronca dentro de la comunidad”, dice Jennie mientras sube las escaleras del morro para llegar a su casa.
A principios de este mes, la TV Folha emitió un informe acerca de cómo, tras cinco años de la pacificación, se logró una reducción significativa del tráfico de drogas, aunque las denuncias contra policías por el hostigamiento y desaparición de personas fue en aumento.
A partir de testimonios de los habitantes de las favelas y de documentación de la Policía Civil y Militar, el informe concluyó en que hay denuncias contra el desempeño de los uniformados en 25 de las 33 UPPs de Rio de Janeiro, lo que representa un 76% de ellas.
El día a día en Santa Marta. Natalia Fabeni
Además, aunque el número de homicidios cayó un 68%, los datos estadísticos del ISP muestran que hubo un aumento en el número de desaparecidos en las primeras 18 comunidades que recibieron UPPs entre 2008 y 2012, que albergan una población de casi 211.000 personas, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) y el Instituto Pereira Passos (IPP).
Por ejemplo, las desapariciones saltaron de 23 a 133, lo que significa un aumento del 56%.
Una de las más mediáticas, que dio la vuelta al mundo y aún hoy es motivo de protestas fue la desaparición del ayudante de albañil Amarildo de Souza, visto por última vez entrando a un patrullero de la UPP en Rocinha, una de las favelas más grandes de Rio, para ser interrogado. A dos meses de que a Amarildo se lo haya tragado la tierra, su esposa e hijos siguen reclamando justicia y una explicación acerca de su paradero. La mancha que significó en la UPPRocinha la desaparición de Amarildo forzó el cambió en su plana mayor: el coronel Edson Santos fue reemplazado por la mayor Pricilla de Oliveira Azevedo, que ya había comandado la UPP de SantaMarta.
Otro caso emblemático que puso de manifiesto que el tráfico continúa y que los barones de la droga (el Comando Vermelho, principalmente) aún ostentan una porción grande de poder es el deJoséJunior, fundador de la ONG AfroReggae, quien hoy vive amenazado de muerte y que por repetidas intimidaciones de los traficantes tuvo que paralizar decenas de actividades culturales que desde hace más de 10 años desarrollaba en el Complexo do Alemão, una de las favelas más peligrosas de Rio, pacificada desde 2012.
En una reciente entrevista con la revista Trip, Junior dijo que “la UPP, la pacificación fue la mejor cosa que le pasó a Rio de Janeiro en los últimos tiempos” y que, pese a la situación en la que se encuentra, lo que pasó con él demuestra el “debilitamiento del tráfico”, porque, si los narcos estuvieran fuertes, “ya hubiese muerto”. Pese a los errores y a reconocer ciertas críticas, Junior apoya a las UPPs.
“Quien quiere el bien para Rio de Janeiro tiene que querer que ciertas políticas avancen, y la de la pacificación es una de ellas”, afirmó.