“Mucha gente sin techo, mucho techo sin gente”
26/06/15 11:16POR CARLOS TURDERA, DE SÃO PAULO
Tomo un ómnibus en la calle Augusta rumbo al centro viejo de la ciudad. A mi lado se sienta un señor de unos 70 años, con ropas que parecen de la misma edad. Al pasar frente a las torres que se alzan en esa región en auge, exclama: “¡Gastan fortunas en esos apartamentos! Y, uno, que siempre ha vivido aquí, ahora tiene que irse, porque el salario ya no paga las cuentas del mes”.
El hombre, que ha tenido que mudarse debido al exorbitante aumento de los alquileres, resume un fenómeno tal vez no muy reconocible a primera vista, pero que está tan presente que hasta tiene un nombre: gentrificación (proceso por el cual la población de un barrio popular es desplazada por otra de un nivel adquisitivo mayor).
La burbuja brasileña
Paralelamente a esos desplazamientos, el “boom” inmobiliario de São Paulo viene desinflándose desde hace al menos un año. Antes de la supervalorización, ya había muchos edificios vacíos en la ciudad. Datos del municipio indican que en 2014 había 400.000 inmuebles deshabitados, entre casas y edificios, al mismo tiempo que unas 130.000 familias no tenían dónde vivir.
“Tanto techo sin gente, tanta gente sin techo”, dice un graffitti de menos de 140 caracteres, que también podría ser un tuit.
El gobierno municipal decidió aumentar el año pasado los impuestos a las propiedades en desuso. En regiones donde el metro cuadrado ronda los 3500 dólares (sobre todo en Jardins y zona sur), la medida, previsiblemente, no fue bien recibida. Tampoco las caras desconocidas que comenzaron a pasearse por allí.
Las ocupaciones parten de un movimiento que unos llaman “de derecho” y otros “de usurpación”. Hace unos años presencié la toma de un edificio céntrico y pude ver cómo el grupo se distribuía, con organización y velocidad sorprendentes, los 15 pisos del predio, sus departamentos y las funciones de cocina, limpieza, seguridad, salud, etc.
Con el deterioro de la economía, esos “techos sin gente” han atraído a más personas. Hace unas semanas, ví uno de los desalojos que se han vuelto comunes en el último tiempo. La violencia con que se ejecutan pone en evidencia la enorme distancia social que hay entre quienes tienen y quienes no, poniendo en jaque la idea de Brasil como un país cordial.
Tubos de ensayo
En otras zonas de la ciudad, donde el precio de las propiedades es más bajo, las construcciones abandonadas atraen un segundo tipo de “ocupación”, la de personas que no sufren falta de vivienda y que no necesariamente entran allí sin pagar.
Son los laboratorios de experiencias artísticas, periodísticas o sociales, que emergen como una mezcla de co-working, comuna y red social.
A diferencia del movimiento de “reapropiación del espacio público”, que busca revitalizar las plazas, estas iniciativas tienen lugar en el interior de edificios o casas que, por estar sin uso o en franco deterioro, se vuelven alternativas de bajo costo.
Las hay de varios tipos; las más duraderas son aquellas que desarrollan proyectos profesionales o artísticos definidos, practican el crowfunding y tienen un acuerdo con el propietario, además del apoyo de los vecinos.
En el centro viejo se encuentra “Farol”, el nombre que le han dado a un antiguo edificio de cuatro pisos los grupos que desarrollan allí sus proyectos: “Choque Cultural” (arte público y pensamiento urbanístico), “Líquen” (taller de artistas y diseñadores), “Balsa” (espacio de eventos) y “Fluxo” (redacción, estudio, lugar de encuentro y reuniones).
Este último es quizás el que más ha trascendido debido a que sus miembros desarrollan proyectos de comunicación y están articulados con los medios.
Lidera esa experiencia Bruno Torturra, un periodista que pasó de los medios tradicionales a una estructura especializada en activismo social (llamada “Midia Ninja”). Allí se reúnen reporteros, fotógrafos, editores y artistas para experimentar “con el lenguaje, el contenido y las relaciones entre comunicadores y público”.
Con una terraza que ofrece una excepcional vista al valle Anhangabaú, los ocupantes tienen una agenda de cine club, debates, fiestas, transmisiones en vivo y producción de contenidos.
Buscan también un nuevo modelo de negocio para el periodismo. Por ello, suele verse por allí a varios de los profesionales que salieron de las redacciones tras los recientes despidos masivos.
Reacción explosiva
En la misma región, otras experiencias han transitado diversa suerte. Una de ellas es “Laboratório Compartilhado TM13”, el nombre que recibió la Escuela de Ballet Municipal, en mayo de 2014, tras la ocupación del colectivo AnhangabaRoots.
Foco de resistencia contra el Mundial de fútbol, ese grupo fue desplazado por la policía al mes siguiente: la ocupación se encontraba en el mismo lugar donde se montaría la Fifa Fan Fest.
Sus integrantes, cultores del hip-hop, reggae y funk, realizaban allí seminarios, talleres, cine al aire libre y recitales de poesía.
Después del desalojo, se mudaron a “Casa Amarilla”, un antiguo caserón abandonado en las proximidades. Este nuevo domicilio, que había sido sede del INSS (Instituto Nacional de Seguridad Social), fue ocupado en febrero de 2014 por el grupo “Ateliê Compartilhado”, de artistas, activistas e intelectuales.
Estos últimos, a su vez, habían llegado allí después de ser desplazados de una plaza en el Baixo Augusta (donde se levantan las torres señaladas por mi circunstancial interlocutor en el ómnibus).
En esa casa, estaban realizando un ciclo de presentaciones de teatro, música y danza; también había debates y hasta clases de yoga. Pero la ocupación no tenía una estructura financiera definida ni un programa de largo plazo.
Con la llegada del nuevo grupo, la discusión de ideas fue in crescendo y alcanzó tal punto que unos pasaron a defender sus posturas con la vehemencia de los puños, dando lugar a escenas de pugilato generalizado.
“Hubo un choque de clases”, me dijo Chico Tchello, referencia de otra ocupación cerca de allí, “Buraco da Minhoca”, que vio de cerca lo ocurrido y cuya ocupación también llegó a su fin recientemente, tras los reclamos de una señora de la Plaza Roosevelt.
Condominio Cultural
Tras confirmarse en junio de 2015 el inminente desalojo por parte de la fuerza pública, todas las tribus debieron emprender la retirada. Así llegaron a la avenida Paulista, uno de los distritos financieros de la ciudad, donde en este invierno tropical se los puede ver en grupos bajo el icónico arco del MASP (Museo de Arte de São Paulo).
Siguiendo por esa avenida hacia el oeste de la ciudad, se llega al barrio Villa Anglo, donde hay un edificio centenario de 1250 metros cuadrados que ya funcionó como hospital, escuela, maternidad, geriátrico y hasta como casa particular.
En 2010, tras 15 años de abandono, el predio fue ocupado por un grupo de artistas, intelectuales, arquitectos y emprendedores.
La misión: “buscar procesos alternativos y creativos de convivencia para pensar el mundo de una forma diferente”.
Actualmente, brindan cursos (sonido, lenguaje audiovisual, fotografía), espectáculos (teatro, música, danza), una cena mensual y un taller de horticultura doméstica. Esas actividades sirven también para financiar el lugar, junto con donaciones que el grupo recibe a través de PagSeguro (un PayPal brasileño).
“Es más divertido y se pueden realizar objetivos más complejos”, me dice Eduardo Duwe, emprendedor audiovisual, que participó del proyecto en sus inicios, junto con Géssica Arjona y otros que continúan hasta hoy.
Tras haber vivido más de una década en una besetzte haus (casa tomada) en Berlín, Duwe argumenta que en los espacios autogestionados, menos costosos, “se potencian los resultados porque son más dinámicos y horizontales”.
Androides, humanistas y startups
De regreso a la región central encontramos en la calle Ouvidor un edificio de 13 pisos que fue ocupado por el colectivo Androides Andróginos el 1˚ de Mayo de 2014, para simbolizar con esa fecha la intención de convertir “lo que antes era gris en un centro de arte y cultura”.
El edificio, irónicamente, pertenece a la Compañía de Desarrollo Habitacional y Urbano.
El grupo asignó un piso a cada modalidad artística, propone una reflexión sobre arte y urbanismo y realiza debates, shows, fiestas, exposiciones y performances. El video del inicio de la ocupación es muy descriptivo: https://vimeo.com/93560021
Yendo un poco hacia el sudeste, en el barrio Vila Mariana se encuentra “Casa 40”, que se presenta como “un centro de cultura y espacio de convivencia para actores y entusiastas de la disonancia”.
Inspirados en ideas humanistas, realizan allí tertulias, cursos y debates sobre arte, política y filosofía, además de servir como vivienda temporaria y como local de venta de productos orgánicos. Declaran financiar el lugar con aportes de los propios miembros.
No son estas las únicas experiencias de “ocupación”. Hay otras que ocurren del lado de afuera de las casas tomadas, como www.belarua.com.br y www.revitarte.com, entre otras. Varias inclusive despuntan en la mira de grandes empresas, que las ven como una fuente de innovación.
Esos cientos de miles de construcciones sin utilizar, indicadores sombríos del absurdo económico al que ha llegado Brasil, parecen un gran laboratorio para ensayar soluciones alternativas al estancamiento actual. Eso, al menos, es lo que muchos están intentando.