Brasil con Ñfavela – Brasil con Ñ http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br El país con todas las letras Fri, 22 Sep 2017 17:43:00 +0000 pt-BR hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.7.2 Brasil, país de fútbol y violencia http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/2013/12/12/brasil-pais-de-futbol-y-violencia/ http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/2013/12/12/brasil-pais-de-futbol-y-violencia/#comments Thu, 12 Dec 2013 17:31:35 +0000 http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/?p=670 Continue lendo →]]> POR GERMÁN ARANDA

Iba yo una soleada tarde del pasado mes de marzo paseando por la “pacificada” favela Rocinha con mi amigo y fotógrafo Chema Llanos. Nos metimos por un callejón y nos encontramos con una amable mujer algo mayor para subir sola la compra por las empinadas escaleras que llevaban a su casa. Conversábamos tranquilamente y esperábamos a que tomara aire para ayudarle a subir las bolsas cuando apareció un chaval de unos veinte años con los ojos rojos y en bermudas, sin camiseta, y nos apuntó con una pistola.

La mujer apenas se inmutó: “No os preocupéis, este es del barrio”, nos decía. “Déjalos, que son gringos”, le pedía muy tranquilamente al joven, que seguía apuntándonos visiblemente enfadado y, en su nube de marihuana, respondía gritando: “¡Gringos no son, que lleva la misma camiseta que un P2 (policía secreto)!”. “¡Levántate la camiseta y pásame la mochila!”. Cuando vio que en la bolsa había una cámara de fotos y no un arma, como esperaba, y empezó a percibir claramente nuestro acento extranjero, le cambió la cara. “Aaaah, gringos, ¡bienvendidos!, os podéis quedar un rato aquí si queréis, buen rollo”, nos dijo sonriente y ya con la pistola abajo. Casi nos hicimos amigos.

Llevo poco más de dos años en Brasil y la violencia nunca me ha golpeado hasta hacerme daño en mis propias carnes. Al contrario, siempre digo que el brasileño es un tipo pacífico al que con contacto físico, una sonrisa y una disculpa es más fácil de tranquilizar que a un inglés o a un español malhumorado. Pero la violencia, aún cuando no estalla, se huele, está al acecho, y por eso un episodio como la batalla campal del pasado domingo en el estadio del Atlético Paranaense no es precisamente el que más me sorprende, por mucho que alarme y escandalice al mundo entero.

Una batalla campal entre hinchadas dejó cuatro heridos el domingo pasado. Fotografía: Geraldo Bubniak- Fotoarena/Folhapress

Una batalla campal entre hinchadas dejó cuatro heridos el domingo pasado. Fotografía: Geraldo Bubniak- Fotoarena/Folhapress

Por una parte, me parece necesario aprovechar la atención mediática que atrae un país como Brasil por el hecho de estar camino al Mundial para que se conozcan los entresijos de su sociedad, las bondades de su cultura y también las injusticias que se cometen. Por otra, me irrita y me parece injusto que toda aquella violencia que sea más próxima al torneo tenga una repercusión mayor debido a que tiene relación con el fútbol o a que el afectado es un turista o un tipo de clase alta.

“Podrías ser tú”, parece que se le dice al lector burgués e internacional. Mientras tanto, la mayoría de las miles de personas que mueren cada año asesinadas (50.108 durante el año 2012 según el Anuario Estadístico de Fórum Brasileño de Seguridad Pública) serán siempre anónimas. Y algunas también son víctimas directas de la policía. Los agentes mataron unas cinco personas por día en 2013, según un adelanto del diario “O Globo” de la versión actualizada del mismo informe, todavía no publicado.

Es estremecedoramente fácil conocer de cerca estas historias. Hace ahora un año, tuve la ocasión de visitar la casa y conocer a la familia de Matheus, un niño que tenía ocho años cuando fue alcanzado por una bala de un policía militar en la nuca al salir de su casa de la favela de Maré en Río de Janeiro para comprar algo de desayuno. La marca de la bala sigue aún en la puerta metálica mientras sus hermanos juguetean delante de ella.

La relación entre los episodios del pasado domingo y el contexto de violencia en el país no es mía. Usando estadísticas como estas, Fernando Graziani se preguntaba en su blog de la revista “Carta Capital“¿Impactado con la violencia en los estadios? ¿En qué país te crees que vives?”. Y calculaba: “Con esos datos, es fácil hacer una cuenta. Durante los noventa minutos de un partido de fútbol (…) mueren asesinadas en Brasil entre ocho o nueve personas”. Y añadía un dato que me parece relevante y que no se encuentra tan intensamente arraigado en el debate social como el de los homicidios: murieron en Brasil 50.000 personas en las carreteras en 2012. Los informes de la Unión Europea dicen que ese mismo año fallecieron 28.000 sumando todos los países miembros, sobre una población unos 500 millones de personas, más del doble que en Brasil.

La violencia en el fútbol preocupa con vistas al Mundial 2014. Fotografía: Heuler Andrey- Agif/Folhapress

La violencia en el fútbol preocupa con vistas al Mundial 2014. Fotografía: Heuler Andrey- Agif/Folhapress

En un país donde los homicidios tienen lugar predominantemente en sitios marginales y donde un negro tiene muchas más probabilidades de ser asesinado, así pues, un visitante durante la Copa o alguien de clase alta seguramente tenga más peligro a bordo de un autobús en Río de Janeiro. Sí, esa forma de conducir es una de las cosas que más llama la atención a quienes visitan la ciudad y sí, eso también es violencia, aunque reconozco haberme reído muchas veces por la emoción de verme a bordo de una atracción de feria.

La semana pasada, volviendo a casa a primera hora de la mañana, tuve que recorrer a pie una carretera cortada porque el autobús que pasó por allí unos minutos antes del que yo ocupaba había chocado con otro que venía en sentido contrario. Alrededor de una decena de heridos leves sangraban y lloraban impotentes en el costado de la carretera sin que hubiera llegado una ambulancia pese a que habían pasado unos diez minutos desde el accidente. Me mosqueó mucho más de lo que me sorprendió. ¿Qué esperáis?, me preguntaba después de haber experimentado centenares de veces conducciones temerarias, cuando no suicidas.

Hace unos días al volver de fiesta, de nuevo de la Rocinha, me enteré de que en esa misma favela, donde también fue torturado y asesinado el obrero Amarildo de Souza, en julio pasado, hubo un tiroteo mientras yo me divertía, aunque no lo escuché. Otro día, caminando por la favela Vidigal, me encontré con un fusil de la policía apuntándome a la altura de la cara. No a mí intencionadamente, sino que al girar una esquina el agente estaba en esa posición de asalto. Sus compañeros me aseguraron que eso era normal, rutinario. En otro episodio más divertido, un camarero tuvo que apartar con sumo cuidado y pidiendo permiso los enormes fusiles de dos policias que, apoyados sobre una silla, le impedían pasar entre dos mesas.

 

El obrero Amarildo de Souza fue torturado y desaparició de la favela Rocinha en julio.Fotografía: Marcelo Sayão/Efe

El obrero Amarildo de Souza fue torturado y desapareció de la favela Rocinha en julio pasado. Fotografía: Marcelo Sayão/Efe

Hablan los números, pero hablan también, en mi caso, vivencias propias y cercanas: Brasil es el país del fútbol, sí, y el de la samba. Y es sumamente acogedor, pero también es el país de la violencia. O al menos uno de ellos. Y si eso es una preocupación para mí, que soy -como la mayoría de los que vendrán al Mundial- un hombre occidental, blanco y heterosexual, y por tanto no pertenezco a ninguna de las minorías históricamente maltratadas en este país y en el mundo, imaginen cómo es para aquellos que viven en la cara B de la vida.

Y si son las minorías y los marginales quienes más peligran, no es difícil concluir que la mejor arma contra la violencia social es erradicar la desigualdad e invertir de manera inteligente y apasionada en educación, si bien hay que reconocerle al gobierno actual su creciente esfuerzo en esta área.

Así que cuando me preguntan si necesitaba Brasil ser sede de este Mundial, replico con otra pregunta: ¿Ayudará a reducir la desigualdad? ¿A que se construyan más escuelas u hospitales? No tengo una respuesta exacta a estas preguntas. Es más exacta la cifra de 8.000 millones de reales (unos 3.400 millones de dólares actuales) gastados hasta ahora en trece estadios , muchos de los cuales caerán en desuso -o casi- después del torneo.

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Nuevas formas de policía comunitaria dentro de la favela http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/2013/11/21/nuevas-formas-de-policia-comunitaria-dentro-de-la-favela/ http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/2013/11/21/nuevas-formas-de-policia-comunitaria-dentro-de-la-favela/#comments Thu, 21 Nov 2013 16:42:58 +0000 http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/?p=559 Continue lendo →]]> POR GABRIEL BAYARRI

Gabriel Bayarri (g.bayarritoscano@gmail.com) es español, estudiante e investigador de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y nos acompañará con una serie de textos cada 15 días en los que abordará parte de su investigación sobre las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en las favelas de Río de Janeiro, desde el período anterior al crimen organizado hasta las nuevas formas de pacificación y justicia dentro de las comunidades.

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El ambicioso plan de la Secretaría de Seguridad del Estado de Río de Janeiro para pacificar las favelas cariocas es sólo la punta del iceberg de un largo proceso. Iniciado en 2008, actualmente la pacificación se ha llevado a 28 favelas de las más de 900 comunidades existentes en el estado de Río de Janeiro*. Y el debate sobre las nuevas formas de policía comunitaria, aplicadas en el modelo de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), está sólo comenzando.

Las UPPs siguen, por decreto, una selección de los territorios en los que instalarse. Deben ser siempre: 1) Comunidades pobres. 2) De baja institucionalidad y alto grado de informalidad. 3) Con presencia de grupos criminosos fuertemente armados.

En el proceso de implantación, el primer paso antes de la inclusión de la UPP será la intervención táctica, llevada a cabo por el Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE) y/o el Batallón de Policía de Choque, con el objetivo de recuperar el control estatal sobre áreas ilegalmente dominadas por grupos criminosos altamente armados. Estabilización, implantación y control son las etapas llevadas a cabo por los propios policías militares que formarán la UPP.

Dos policías patrullan la favela Manguinhos, en Río de Janeiro, durante la instalación de la UPP. Sergio Moraes/Reuters.

Las UPPs  buscan, en un desafío constante, la independencia respecto a la ya estigmatizada Policía Militar (PM). Así, los policías que forman parte de las UPPs reciben una capacitación extra en cuestiones como derechos humanos o policía ciudadana. Se trata de un curso formado por seis módulos: protección social; primeros auxilios; gestión del espacio urbano y género; juventud y sexualidad. Esta formación complementaria pretende acabar con la perspectiva estrictamente belicista y punitivo-represiva que caracteriza a la PM.

Las funciones dentro de la UPP se dividen entre el “Grupo de Policía Pacificadora” (GPP), encargado de patrullar la favela, reforzar su sensación de presencia; el Grupo Táctico de Policía Pacificadora (GTPP), que apoya al anterior en situaciones críticas; y el sector administrativo.

La normalización se dio en 2009, cuando el boletín de la PM anunció formalmente la anexión del programa de las UPPs a su cuerpo, y un bono extra de 500 reales (220 dólares, aproximadamente) para los policías que tuvieran que trabajar en las favelas recién pacificadas.

Sin embargo, la policía de proximidad no surgió con las actuales UPPs. La necesidad de integrar policía y población favelada a través de acciones colaborativas ya había sido trabajada anteriormente a través de dos programas: el Grupo de Aplicación Práctico Escolar (GAPE) y los Grupos de Policía en Áreas Especiales (GPAEs),  completamente nuevos parala PM. Ninguno tuvo éxito.

Centro de Comando y Control de la UPP Rocinha, la favela más grande de Brasil. Daniel Marenco/Folhapress.

Fue a partir del primer mandato de Leonel Brizola como gobernador del estado de Río de Janeiro,  en 1983, cuando se intentó romper con la lógica represiva de la dictadura militar, introduciendo nuevos derechos humanos, opuestos con la violencia policial. Esto llevó a una fuerte polarización de la política de seguridad pública, entre los defensores  del “discurso social” y los del “discurso de represión”.

Ante esta política de seguridad pública surgió un nuevo concepto: la Política Pública de Seguridad, que entiende la presión social y las acciones de integración social como abordajes compatibles, que contemplan la idea de “proceso” como contrapunto al exterminio del conflicto, tan arraigado en la PM.

Así, el diseño y planificación de las UPPs, tercer intento de pacificación de las comunidades, buscaba, por primera vez,  una política interdisciplinar que integrase las políticas públicas de seguridad con otras políticas de acceso a la ciudadanía. Una gestión integrada del territorio pacificado. Se trata de una transición de las políticas de seguridad pública hacia las políticas públicas de seguridad.

Las UPPs aparecen a raíz de este proceso histórico, construidas sobre una fuerte oposición: constituidas por una Policía Militar con un histórico brutal de violencia, entrenada bajo una lógica de guerra, la “lógica del exterminio” del conflicto y de combate al enemigo, pero en un entorno en el que se debaten vivamente  nuevas formas de policía comunitaria a través del tratamiento de la seguridad como una política pública, integradora.

Vista de la UPP instalada en el Complexo do Alemão. Daniel Marenco/Folhapress.

Debido a ese delicado equilibrio en el que se constituyen las UPPs, sus objetivos como parte de una política integradora deben quedar claramente demarcados; sería un retroceso que en la evolución de las UPPs éstas se acaben transformando en actores políticos de base, en la representación absoluta del Estado dentro de las comunidades, corriendo el riesgo de que su gestión adquiera rasgos totalitarios en el proceso de democratización de las relaciones sociales.

La PM todavía está sujeta a un orden estatal, y no a un orden civil. La policía se concibe como extirpadora de conflictos, y no de soluciones. Clasificaciones empleadas por el  propio cuerpo como la de “favelado” asocian un comportamiento criminoso a todo el imaginario social de la favela, e inmutan la identidad del individuo, dificultando la interacción con una policía comunitaria y la transición del establecimiento de un orden represivo para un orden preventivo .

La cuestión que surge y que discutiremos en el próximo artículo es la siguiente: ¿Cómo una pacificación realizada en un enfrentamiento directo va a conseguir apropiarse de los mecanismos de mediación de conflictos, característicos de la policía de proximidad?

* Federación de las Asociaciones de Favelas del Estado de Rio de Janeiro (Faferj, 2011).

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El tribunal criminal en la favela, un pasado cercano http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/2013/11/08/el-tribunal-criminal-en-la-favela-un-pasado-cercano/ http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/2013/11/08/el-tribunal-criminal-en-la-favela-un-pasado-cercano/#comments Fri, 08 Nov 2013 18:01:05 +0000 http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/?p=472 Continue lendo →]]> POR GABRIEL BAYARRI

Gabriel Bayarri (g.bayarritoscano@gmail.com) es español, estudiante e investigador de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y nos acompañará con una serie de textos cada 15 días en los que abordará parte de su investigación sobre las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en las favelas de Río de Janeiro, desde el período anterior al crimen organizado hasta las nuevas formas de pacificación y justicia dentro de las comunidades.

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Durante la década de 1970 y 1980, Brasil entró en la ruta de exportación de cocaína hacia Europa y Estados Unidos y Río de Janeiro se transformó en un puerto de salida de la droga. Surgieron las “bocas de fumo” (lugares en donde se hace la venta de drogas) y se intensifica la criminalidad en la favela. Estos puntos de venta acaban enfrentando a  grupos paramilitares. Comienza así el crimen- negocio.

La guerra carioca es particular, pues muchos de sus ciudadanosla desconocen. Desciende por la ladera un traficante de la “vieja guardia”, del antiguo orden establecido, camina con un hombro más alto que el otro, símbolo de su posición en la favela de Santa Marta, en la zona sur de la ciudad.

Vista panorámica de la favela Santa Marta, en la zona sur de Río de Janeiro. Rafael AndradeFolha Imagem

Llega a la plaza de arena, utilizada como plaza del tribunal, donde gran parte de la comunidad le espera. El tribunal de justicia de la favela es dirigido por el jefe de la comunidad. El caso que tiene que juzgar es claro: robo de cocaína para consumo propio durante su empaquetamiento. Robar es incumplir uno de los 10 mandamientos sagrados del código penal del tribunal del tráfico. Temblando, el joven acusado levanta la mano izquierda, aparta la mirada, y aguarda el impacto del tiro en su palma.

Antes de la llegada de las primeras Unidades de Policía Pacificadora (UPP) era costumbre de los traficantes promover asambleas para discutir los asuntos del morro. Incumplir el código penal del tribunal del tráfico era castigado con agresiones físicas y morales. La lógica del “dar el ejemplo” consistía en todo un discurso público para imponer reglas informales en la favela. Lapedagogía del tribunal criminal se basaba en la punición ejemplar. “Todo morro tiene sus reglas”, afirma Felipe, un vendedor ambulante de dulces en Santa Marta.A pesar de esta pedagogía, el tribunal del tráfico establecía un sistema jerárquico de sanciones. Rasparle la cabeza a las mujeres era una sanción leve, una marca visible y temporal, pues el pelo crece nuevamente; era una sanción utilizada en casos de infidelidad. Por robar en la comunidad, la pena a veces era equivalente a una marca permanente, como un tiro en la mano, o ser expulsado de la favela. Conductas sensibles de ser punidas eran también la traición, las peleas, los chismes, las deudas con la “boca de fumo” y el contacto con la policía.

Ser un “X-9”es ser un informante a la policía o de ala prensa. Eso era castigado con tortura y hasta con la muerte. El delator, “X-9”, “bate-bola”, “cobra-ciega”, no siempre era un informante que actuaba por voluntad propia. La Policía Militar (PM) lo disfrazaba cómicamente, con enorme nariz, orejas y peluca que lo volvían irreconocible y le obligaban a pasear por la favela señalando a los miembros del tráfico con el dedo. Esta es la mayor violación a los códigos de conducta locales, y a menudo el enmascarado es descubierto por los vecinos.

De esta manera, no se puede decir que el tráfico no llevase ley y orden. Las facciones criminosas establecían unas estrictas reglas sociales y una rápida administración de los conflictos locales. Ningún vecino hacía denuncias a la policía. El traficante resolvía rápido cualquier inconveniente, los contratos eran orales, a pesar de la subjetividad existente en la resolución de esas disputas. La dirección del tráfico precisaba entender de contabilidad, gestionar los pagos y sobornos, ejecutar el mantenimiento del armamento y la planificación estratégica, además de ser jueces y asesores.

En 2007, antes de la llegada de las UPPs, eran comunes las escenas de la policía incautando armamento y drogas en las favelas. Guilherme PintoAgência O Globo

La “cidade maravilhosa” era una ciudad partida. Así, en 2008, la Secretaría de Seguridad del Estado de Río de Janeiro inauguró un ambicioso plan: devolver los territorios dominados por el narcotráfico al control del Estado, estableciendo a la justicia como una de las bases. Recuperar territorios empobrecidos dominados por décadas por traficantes y milicias armadas. Devolver la paz a la población local. Realizar, en suma, la pacificación de las favelas.

En el próximo texto, más sobre la implementación de las primeras UPPs, el establecimiento de una “nueva justicia” y el paso de los tribunales criminales a los puestos de mediación dirigidos por la policía.

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Cara y cruz de la paz en Río de Janeiro http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/2013/09/16/cara-y-cruz-de-la-paz-en-rio-de-janeiro/ http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/2013/09/16/cara-y-cruz-de-la-paz-en-rio-de-janeiro/#comments Mon, 16 Sep 2013 13:18:30 +0000 http://brasilcomn.blogfolha.uol.com.br/?p=255 Continue lendo →]]> POR NATALIA FABENI

En la favela Santa Marta, ubicada en el barrio de Botafogo, en la zona sur de Río de Janeiro, de los tiros entre bandas de narcotraficantes que alguna vez atemorizaron a su población solo quedan unas cuantas marcas en una de las paredes de lo que hoy es el cuartel de la Unidad de Policía Pacificadora (UPP).

Esa época de balas perdidas, miedo y violencia descarnada quedó atrás en diciembre de 2008, hace poco menos de cinco años, cuando la primera UPP de Río se instaló en lo alto del morro Dona Marta, en lo que era una de las comunidades más violentas de la ciudad.

Ahora, ese tiempo en el que el Comando Vermelho (CV) manejaba el tráfico de drogas en la favela y peleaba esa plaza con balas de fusil se encuentra en el libro “Abusado”, del periodista Caco Barcellos, quien retrató la realidad escalofriante del tráfico en la favela a principios de la década de 2000, a cargo de Marcinho VP, líder del Comando Vermelho.

 

En una de las paredes externas de lo que hoy es la UPP de Santa Marta aún pueden verse las marcas de disparos de otra época. Natalia Fabeni

Según datos del Instituto de Seguridad Pública (ISP), después de la instalación de la UPP en Santa Marta, una comunidad de aproximadamente 6.000 habitantes, los homicidios se redujeron a cero. En 2007, antes de la pacificación, se habían registrado dos asesinatos.

“Desde que se instaló la UPP, en diciembre de 2008, nunca más se disparó un tiro en esta comunidad”, me cuenta con orgullo el capitán Márcio de Almeida Rocha, que trabaja en la favela desde 2011. No sólo los datos estadísticos ni los más de 120 policías de la UPP hablan de la drástica reducción de la criminalidad, sino que también los habitantes de la favela lo reconocen. “Acá nunca más se escuchó un disparo”, me comenta Paulo Lopes, de 45 años, dueño de un puesto que vende remeras, almohadones y souvenirs frente a la estatua de Michael Jackson, en la explanada homónima, bautizada en honor al fallecido rey del pop que filmó en Santa Marta, en 1996, el videoclip “They Don’t Care About Us.

Hoy, la “Laje de Michael Jackson” es uno de los platos fuertes de la visita a la favela y se cuentan a cientos los turistas que se sacaron fotos con la estatua. Los paseos guiados a cargo de los habitantes de Santa Marta son una de las principales fuentes de ingreso que tiene la comunidad.

Lopes vive en la favela desde hace 30 años y me dice que no hay punto de comparación entre lo que era antes y lo que es ahora: “Hoy ya no vivo con miedo, mis hijos pueden ir y venir solos, si compro algo en la ciudad ya nadie se niega a traerlo hasta acá arriba. Aunque falta mucho por hacer, las cosas cambiaron en Santa Marta”.

Cuando habla de “cosas por hacer”, Lopes se refiere a la infraestructura de la favela. La construcción de muchas de las casas es muy precaria, hay cloacas a cielo abierto, pilas de basura acumulada y cuando llueve los habitantes tiemblan. No sólo por la estructura de las casas, sino también porque el único medio de transporte del morro, el plano inclinado, deja de funcionar. Son más de 200 escalones los que separan la base de la cima.

El espacio dedicado a Mickael Jackson. Paula Giolito/Folhapress

Me mezclo entre madres y niños que van a la escuela y bajo hasta el pie del morro en el plano inclinado. La vista desde lo alto es impactante: el Cristo Redentor, el Pão de Açucar y Botafogo. Abajo, en la Praça Cantão y sus alrededores, el movimiento de los comercios y de la gente es constante. Jaqueline, de 33 años, aprovecha para visitar amigas en el único día libre que tiene en la semana. Nació y creció en Santa Marta, junto a cinco hermanos y decenas de primos, y hoy trabaja en el Palacio Laranjeiras, residencia oficial del gobernador de Rio de Janeiro, Sergio Cabral. Pero no es lo único que hace: gana unos reales extra los sábados trabajando en un geriátrico. Me cuenta que ese dinero lo guarda en una latita, que está escondida en su casa, y que sueña con viajar, con conocer la playa del Noreste.

“No quiero hacer otra cosa, no me importa mudarme, nunca pensé en irme de la favela, acá nací, acá está la gente que quiero, nunca dejaría este lugar”, me explica mientras arregla su cabello en un rodete. Le pregunto cómo era la vida en Santa Marta antes de la UPP. Me responde una cosa que luego voy a escucharla una y otra vez en boca de varios habitantes de la favela: “Si no te metés con las personas que no tenés que meterte, no pasa nada. Cada uno en su rincón, aunque todos nos conocemos”.

Principal medio de tansporte de Santa Marta. Natalia Fabeni

Reconoce, al igual que muchos otros habitantes, que con la llegada de la UPP las cosas cambiaron, pero remarca que todavía hay mucho por hacer y que no todas las favelas “abrazaron” a la policía tal como lo hizo Santa Marta. “Me acuerdo que mi mamá no nos dejaba estar en la calle y hoy los más chicos juegan tranquilos. Mi vida era del colegio a casa y de casa al colegio. ¿Tiros? Todo el día y por todas partes, pero desde que está la UPP nunca más hubo uno”, describe. Como trabaja en el Palacio Laranjeiras, le pregunto por Cabral, blanco de las protestas de los últimos meses enRío de Janeiro. “Si es corrupto tiene que ir preso. Si la gente cree que puede estar mejor y por eso sale a la calle, creo que es justo, lo que no entiendo son los destrozos que generan en la ciudad. Si supieran todo lo que cuesta arreglar lo que destruyen…”, reflexiona.

Mientras camina, Jaqueline se para frente a una peluquería y saluda a Felipe Miranda, que tiene 21 años, y que ese día estrena nuevo oficio: cortar el cabello de hombres y mujeres. Hizo un curso de seis meses y ayuda en el negocio del que es dueña su tía. Para Felipe vivir en Santa Marta es ahora más tranquilo, y cuenta que al principio la convivencia entre los habitantes de la favela y la policía no era fácil, porque había recelo y desconfianza. “Había que acostumbrarse, no éramos nosotros los que teníamos que ganarnos la confianza de ellos, sino ellos de nosotros. Hoy estamos todos más tranquilos, pero es bastante malo cuando no nos dejan hacer fiestas o poner música alta”, se queja. Ese es precisamente el punto de roce más fuerte entre la policía y la gente.

El capitán Rocha me lo explica de la siguiente manera: “Tratamos de evitar esas situaciones en donde haya mucho alcohol, porque es un momento de debilidad, en donde alguno puede salir a buscar droga o alguien puede aprovechar para venderla”. Por eso a los bares y a todo lo que pasa alrededor de ellos los miran con mil ojos, porque el tráfico en Santa Marta todavía existe, aunque en cantidades mucho menores y ya no viene acompañado de crímenes violentos. Por ejemplo, a lo largo de 2012, según datos del ISP hubo 18 incautaciones de drogas. “La gente disfruta de vivir tranquila, por eso, si ve algo extraño o alguien que levante sospechas enseguida lo reporta, así nos ayudan a cuidarlos, porque nadie quiere volver a esos años en donde no se podía ni caminar por el morro”, desliza el policía.

 

Vista del barrio de Botafogo desde Santa Marta, en la zona sur de Rio de Janeiro. Natalia Fabeni

El otro lado de la pacificación 

El año pasado, cuando se cumplieron cuatro años de la pacificación en Santa Marta, el Secretario de Seguridad Pública de Rio de Janeiro, José Mariano Beltrame, dijo que quizás por haber sido la primera favela en Rio en recibir una UPP, fue la que tuvo más éxito en su implantación.

Los mismos habitantes de la favela reconocen que lo que pasa en Santa Marta es diferente de lo que sucede en las otras 33 UPPs instaladas en Río desde 2008 hasta esta fecha, en particular en Rocinha, Mangueira o Alemão. “Tengo familia y amigos en Rocinha y sé que allá no es igual que acá, los policías se aprovechan de las chicas más lindas y eso crea bronca dentro de la comunidad”, dice Jennie mientras sube las escaleras del morro para llegar a su casa.

A principios de este mes, la TV Folha emitió un informe acerca de cómo, tras cinco años de la pacificación, se logró una reducción significativa del tráfico de drogas, aunque las denuncias contra policías por el hostigamiento y desaparición de personas fue en aumento.

A partir de testimonios de los habitantes de las favelas y de documentación de la Policía Civil y Militar, el informe concluyó en que hay denuncias contra el desempeño de los uniformados en 25 de las 33 UPPs de Rio de Janeiro, lo que representa un 76% de ellas.

 

El día a día en Santa Marta. Natalia Fabeni

Además, aunque el número de homicidios cayó un 68%, los datos estadísticos del ISP muestran que hubo un aumento en el número de desaparecidos en las primeras 18 comunidades que recibieron UPPs entre 2008 y 2012, que albergan una población de casi 211.000 personas, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) y el Instituto Pereira Passos (IPP).

Por ejemplo, las desapariciones saltaron de 23 a 133, lo que significa un aumento del 56%.

Una de las más mediáticas, que dio la vuelta al mundo y aún hoy es motivo de protestas fue la desaparición del ayudante de albañil Amarildo de Souza, visto por última vez entrando a un patrullero de la UPP en Rocinha, una de las favelas más grandes de Rio, para ser interrogado. A dos meses de que a Amarildo se lo haya tragado la tierra, su esposa e hijos siguen reclamando justicia y una explicación acerca de su paradero. La mancha que significó en la UPPRocinha la desaparición de Amarildo forzó el cambió en su plana mayor: el coronel Edson Santos fue reemplazado por la mayor Pricilla de Oliveira Azevedo, que ya había comandado la UPP de SantaMarta.

Otro caso emblemático que puso de manifiesto que el tráfico continúa y que los barones de la droga (el Comando Vermelho, principalmente) aún ostentan una porción grande de poder es el deJoséJunior, fundador de la ONG AfroReggae, quien hoy vive amenazado de muerte y que por repetidas intimidaciones de los traficantes tuvo que paralizar decenas de actividades culturales que desde hace más de 10 años desarrollaba en el Complexo do Alemão, una de las favelas más peligrosas de Rio, pacificada desde 2012.

En una reciente entrevista con la revista Trip, Junior dijo que “la UPP, la pacificación fue la mejor cosa que le pasó a Rio de Janeiro en los últimos tiempos” y que, pese a la situación en la que se encuentra, lo que pasó con él demuestra el “debilitamiento del tráfico”, porque, si los narcos estuvieran fuertes, “ya hubiese muerto”. Pese a los errores y a reconocer ciertas críticas, Junior apoya a las UPPs.

“Quien quiere el bien para Rio de Janeiro tiene que querer que ciertas políticas avancen, y la de la pacificación es una de ellas”, afirmó.

 

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