El arte de la destrucción
14/09/15 12:05POR ABEL N. ALEJANDRE, DE RÍO DE JANEIRO
Río de Janeiro es una ciudad que no miente y muestra lo paradójico de su esencia.
Desde casi cualquier punto se puede observar la forma en la que de la exuberante naturaleza surgen pequeñas y humildes casas, entre los altos edificios se asoma imponente el cristo Redentor, y cómo, a ciento ochenta grados, el cielo azul, el mar y la blanca arena se funden bajo un sol filtrado por la neblina característica de esta región.
Esta bucólica imagen choca de frente con la crudeza de los desalojos, entre otras problemáticas urbanas y sociales de la ciudad.
Río de Janeiro albergó muchos de los partidos más importantes del Mundial organizado por la FIFA en 2014. Y será la sede de los Juegos Olímpicos de 2016. La organización de estos inmensos eventos, sin duda, servirán como escaparate de una ciudad en crisis.
Y no necesariamente se trata de una crisis económica, sino también de una crisis social, en donde las personas dejaron de importar, en favor de ofrecer un espectáculo al mundo entero con la ciudad como decorado.
Las demoliciones de la favela de Vila Autódromo, las casas marcadas y reducidas a escombros en la favela de Mangueira y las otras que fueron destrozadas en el Morro de la Providencia son los daños colaterales de la reurbanización de la ciudad.
La expropiación forzosa por parte de la Secretaría Municipal de Habitación (SMH) de Río de Janeiro la entienden muy bien los afectados. Es la fatal marca que sirve para definir cuáles casas van a ser demolidas en las favelas y morros de la periferia de la ciudad.
Se trata de una marca que lleva un estigma anclado, la violenta expropiación y demolición de una casa, de un hogar. Para peor, con el pago compensatorio que se les da a los afectados no es posible conseguir nada mejor.
Por eso, seguramente, pasarán a vivir en otra favela, lejos de todo lo que construyeron para ser intrusos en su propia ciudad, víctimas de un Mundial que no pudieron disfrutar o de una Olimpíada que con suerte verán sentados en sus casas o en los bares.
En la zona sur de Río, la más rica, se pueden ver pintadas con las siglas SMH y un número al lado. Estas casas no serán demolidas, estas letras que han aparecido en los barrios nobles hablan de la injusticia urbanística.
Se utiliza la ciudad como lienzo para comunicar, explicar y reivindicar uno de los derechos humanos más fundamentales: el acceso a una vivienda digna.
Uno de los grafiteros más reconocidos hoy en día a nivel internacional, el portugués Alexandre Farto aka VHILS, pasó un mes entre septiembre y octubre de 2012 en el morro de la Providencia, considerada la primera favela carioca, acompañado por su equipo y trabajando en un impactante proyecto que vale la pena conocer y que invita a reflexionar.
Retrató a algunas de las personas que tuvieron que abandonar su hogar a la fuerza después de muchos años. Con su peculiar técnica, quiso reivindicar ese pedazo de espacio que un día perteneció a alguien, a un ser anónimo, a una persona que siempre estará ahí porque ese es su lugar.
De algún modo le puso rostro a la tragedia, porque todo lo que le ocurre a la ciudad repercute directa o indirectamente en sus habitantes.
En el Museo de Arte de Rio (MAR), la exposición “Do Valongo à Favela: Imaginário e Periferia” explica cómo se originó la primera favela de la ciudad en 1987. VHILS logró exponer algunos de sus trabajos.
El Morro de la Providencia es especial no sólo por ser la primera favela de Río, sino también por tener una oscura historia que está guarda entre sus estrechas callejuelas.
La comunidad arrastra un sino de violencia e injusticia desde tiempos remotos en los que los propios habitantes de la favela, combatientes de la Guerra de Canudos (1896-1897) y ex esclavos, picaban la base de la montaña que servía como cantera, en la que estaban construidas sus precarias casas y eso les servía de sustento.
La construcción del teleférico que dejó sin casa al señor Humberto, entre otros, sólo fue una herida más en la comunidad. Este teleférico de uso gratuito funciona hasta las cuatro y media de la tarde, por lo que los trabajadores que viven en la favela no pueden disponer de esta ventaja al regresar de sus trabajos.
VHILS nos muestra que entre esas paredes hubo una casa, un hogar habitado por personas con nombre y apellido.
Nos enseña sus rostros y perpetúa ese territorio que hoy es un espacio destruido, con su técnica de perforar paredes para contar historias, dramas basados en hechos reales.