Un Mundial entre el amor y el odio
04/07/14 11:49POR EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO
Argentinos improvisando un asado en un carrito de supermercado en las calles de Porto Alegre, chilenos amaneciendo al abrasador sol de Copacabana tras una noche de juerga, colombianos enseñando salsa a las mujeres de Cuiabá, en Mato Grosso, y mexicanos cantando más fuerte que los cearenses en el estadio Castelão de Fortaleza.
En la “Copa de las Copas” de Dilma Rousseff, se hablan muchos idiomas pero si hay uno que se ha destacado por encima de todos, hasta el punto de conseguir acallar a los brasileños dentro de los estadios, es el español.
No en vano, este ha sido el Mundial de Latinoamérica y los brasileños y brasileñas ya se arriesgan a cantarlo e incluso chapurrearlo para encontrar pareja. El “portuñol” está de moda.
Y es que en este Mundial ha ocurrido lo inimaginable, no solamente porque apenas ha habido rastros de las tan temidas protestas que muchos esperaban, sino porque el ambiente entre aficiones, que en teoría no se podrían ni ver, ha sido en líneas generales muy bueno.
Aunque a muchos les incomode admitirlo, cuando la presidenta Dilma Rousseff afirmó unos días antes de la inauguración del Mundial que el torneo sería “una gran fiesta” tenía razón.
A los datos me remito, la mayor protesta hasta el momento se produjo en São Paulo, el pasado 22 de junio, y reunió a 15.000 personas, una cifra considerable pero no tan impresionante si se la compara con la manifestación de cerca de un millón de personas, que tuvo lugar pocos días antes del comienzo de la Copa de las Confederaciones en 2013.
Pero no todo podía ser paz y alegría en este Mundial. El fútbol es, a partes iguales, capaz de sacar lo mejor y lo peor del ser humano. En ocasiones, la alegría asociada a la victoria de un equipo puede caldear más los ánimos que una derrota.
Con 100.000 argentinos en las calles de São Paulo, cantando aquello de que “Maradona es más grande que Pelé”, es poco menos que un milagro que las cosas no hayan acabado en tragedia.
Lo que se vivió la noche del martes (1) en el barrio de Vila Madalena, en la zona oeste de São Paulo, fue un aviso. Los 2000 argentinos que allí festejaron su pase a cuartos, tras imponerse en un agónico partido a Suiza, ya saben a qué suenan las bombas aturdidoras y a qué huele el gas lacrimógeno de la Policía Militar (PM).
“Los bares ya estaban cerrados cuando los agentes intentaron desocupar las calles haciendo un cordón de aislamiento. Algunos aficionados exaltados reaccionaron arrojando piedras, botellas y bengalas”, informó el miércoles la PM, que en un principio negó haber utilizado bombas de efecto moral sobre los argentinos, pero que más tarde rectificó a información añadiendo una escueta frase: “Una granada de efecto moral fue usada para dispersar al grupo”.
A medida que avanza la competición, los ánimos de los aficionados se van caldeando y las derrotas no se encajan de igual manera. Fue el caso de agresiones entre colombianos y uruguayos en la Fan Fest de Copacabana y de un grupo de uruguayos contra brasileños en el interior del estadio Maracaná, el pasado sábado 28, tras la eliminación de Uruguay por 2-0 ante Colombia.
Los enfrentamientos podrían alcanzar su clímax si Argentina se cuela en la final del Maracaná el próximo domingo 13 de julio. Nadie sabe cuáles serían las consecuencias de un segundo “Maracanazo” y más ante Brasil, el eterno rival de los albicelestes.
Con todo, si se piensa en los 600.000 aficionados que se han desplazado hasta Brasil en estos días, las peleas podrían ser calificadas de minucia. Los brasileños, por su parte, no parecen estar dispuestos a arruinarle la fiesta a nadie, y menos a ellos mismos.
En las 12 ciudades sede, las Fan Fest han sido una fiesta continua y un lugar de encuentro entre los locales y los visitantes. A esta altura, se puede asegurar, sin temor a equivocarse, que en este Mundial el contacto entre aficiones ha traído más historias de amor que de odio.
Brasileños cantando letras de chilenos, colombianos y hasta blasfemando con la ya famosa canción de “los hermanos” sobre Maradona y Pelé. Lo que no haya conseguido unir estos días el fútbol, lo ha unido Tinder.
La famosa aplicación para la búsqueda de pareja ha sido portada de periódicos de medio mundo, como la aplicación más utilizada estos días en Brasil. En este mundo globalizado, las diferencias entre nacionalidades son cada vez más anecdóticas y todos, ya sean australianos o iraníes, han llegado con las mismas ganas de fiesta.
Los brasileños han olvidado sus preocupaciones por unos días y se han abierto al mundo. Este Mundial lo está demostrando: el brasileño es un pueblo acogedor y siempre preparado para organizar una buena fiesta.