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Brasil con Ñ

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Perfil Natalia Fabeni es periodista y productora de Folha Internacional

Perfil completo

Un Mundial entre el amor y el odio

Por brasilcomn
04/07/14 11:49

POR EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO

Argentinos improvisando un asado en un carrito de supermercado en las calles de Porto Alegre, chilenos amaneciendo al abrasador sol de Copacabana tras una noche de juerga, colombianos enseñando salsa a las mujeres de Cuiabá, en Mato Grosso, y mexicanos cantando más fuerte que los cearenses en el estadio Castelão de Fortaleza.

En la “Copa de las Copas” de Dilma Rousseff, se hablan muchos idiomas pero si hay uno que se ha destacado por encima de todos, hasta el punto de conseguir acallar a los brasileños dentro de los estadios, es el español.

No en vano, este ha sido el Mundial de Latinoamérica y los brasileños y brasileñas ya se arriesgan a cantarlo e incluso chapurrearlo para encontrar pareja. El “portuñol” está de moda.

Y es que en este Mundial ha ocurrido lo inimaginable, no solamente porque apenas ha habido rastros de las tan temidas protestas que muchos esperaban, sino porque el ambiente entre aficiones, que en teoría no se podrían ni ver, ha sido en líneas generales muy bueno.

Un grupo de chilenos pasea por Ipanema, en Río de Janeiro. Fotografía: Fabio Brisolla/Folhapress

Un grupo de chilenos pasea por Ipanema, en Río de Janeiro. Fotografía: Fabio Brisolla/Folhapress

Aunque a muchos les incomode admitirlo, cuando la presidenta Dilma Rousseff afirmó unos días antes de la inauguración del Mundial que el torneo sería “una gran fiesta” tenía razón.

A los datos me remito, la mayor protesta hasta el momento se produjo en São Paulo, el pasado 22 de junio, y reunió a 15.000 personas, una cifra considerable pero no tan impresionante si se la compara con la manifestación de cerca de un millón de personas, que tuvo lugar pocos días antes del comienzo de la Copa de las Confederaciones en 2013.

Pero no todo podía ser paz y alegría en este Mundial. El fútbol es, a partes iguales, capaz de sacar lo mejor y lo peor del ser humano. En ocasiones, la alegría asociada a la victoria de un equipo puede caldear más los ánimos que una derrota.

Con 100.000 argentinos en las calles de São Paulo, cantando aquello de que “Maradona es más grande que Pelé”,  es poco menos que un milagro que las cosas no hayan acabado en tragedia.

Lo que se vivió la noche del martes (1) en el barrio de Vila Madalena, en la zona oeste de São Paulo, fue un aviso. Los 2000 argentinos que allí festejaron su pase a cuartos, tras imponerse en un agónico partido a Suiza,  ya saben a qué suenan las bombas aturdidoras y a qué huele el gas lacrimógeno de la Policía Militar (PM).

La Policía Militar usó gases lacrimógenos para dispersar a los hinchas reunidos en Vila Madalena, barrio bohemio de São Paulo. Fotografía:Avener Prado/Folhapress

La Policía Militar usó gases lacrimógenos para dispersar a los hinchas reunidos en Vila Madalena, barrio bohemio de São Paulo. Fotografía:Avener Prado/Folhapress

“Los bares ya estaban cerrados cuando los agentes intentaron desocupar las calles haciendo un cordón de aislamiento. Algunos aficionados exaltados reaccionaron arrojando piedras, botellas y bengalas”, informó el miércoles la PM, que  en un principio negó haber utilizado bombas de efecto moral sobre los argentinos, pero que más tarde rectificó a información añadiendo una escueta frase: “Una granada de efecto moral fue usada para dispersar al grupo”.

A medida que avanza la competición, los ánimos de los aficionados se van caldeando y las derrotas no se encajan de igual manera. Fue el caso de agresiones entre colombianos y uruguayos en la Fan Fest de Copacabana y de un grupo de uruguayos contra brasileños en el interior del estadio Maracaná, el pasado sábado 28, tras la eliminación de Uruguay por 2-0 ante Colombia.

Los enfrentamientos podrían alcanzar su clímax si Argentina se cuela en la final del Maracaná el próximo domingo 13 de julio. Nadie sabe cuáles serían las consecuencias de un segundo “Maracanazo” y más ante Brasil, el eterno rival de los albicelestes.

Con todo, si se piensa en los 600.000 aficionados que se han desplazado hasta Brasil en estos días, las peleas podrían ser calificadas de minucia. Los brasileños, por su parte, no parecen estar dispuestos a arruinarle la fiesta a nadie, y menos a ellos mismos.

Brasileños festejan el gol de Brasil contra Chile, en la Fan Fest de Fortaleza. Fotografía: Kamil Krzaczynski/Efe

Brasileños festejan el gol de Brasil contra Chile, en la Fan Fest de Fortaleza. Fotografía: Kamil Krzaczynski/Efe

En las 12 ciudades sede, las Fan Fest han sido una fiesta continua y un lugar de encuentro entre los locales y los visitantes. A esta altura, se puede asegurar, sin temor a equivocarse, que en este Mundial el contacto entre aficiones ha traído más historias de amor que de odio.

Brasileños cantando letras de chilenos, colombianos y hasta blasfemando con la ya famosa canción de “los hermanos” sobre Maradona y Pelé.  Lo que no haya conseguido unir estos días el fútbol, lo ha unido Tinder.

La famosa aplicación para la búsqueda de pareja ha sido portada de periódicos de medio mundo, como la aplicación más utilizada estos días en Brasil. En este mundo globalizado, las diferencias entre nacionalidades son cada vez más anecdóticas y todos, ya sean australianos o iraníes, han llegado con las mismas ganas de fiesta.

Los brasileños han olvidado sus preocupaciones por unos días y se han abierto al mundo. Este Mundial lo está demostrando: el brasileño es un pueblo acogedor y siempre preparado para organizar una buena fiesta.

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Gramacho: Impresiones de la vida en el vertedero

Por brasilcomn
20/06/14 11:23

Por Gabriel Bayarri, de Río de Janeiro

Gabriel Bayarri (g.bayarritoscano@gmail.com) es español, estudiante e investigador de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y nos acompañará con una serie de textos cada 15 días en los que abordará parte de su investigación sobre las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en las favelas de Río de Janeiro.

***

En la vida de los gobiernos hay un momento que sucede al orgullo por la amplitud desmesurada de los territorios que han sido conquistados. Se trata de un resquicio de melancolía, de ellos mismos saber que pronto renunciarán a conocerlos y a comprenderlos.

Quizá las fronteras, pensó tal vez algún político, son sólo un zodíaco de fantasmas de la mente y así, los recolectores de basura del antiguo vertedero de Jardín Gramacho, situado en el municipio de Duque de Caxias, a 30 kilómetros al norte de la ciudad de Río de Janeiro, son rozados apenas con la mirada por un gobierno que contrabandea sus estados de miseria, donde la pocilga se convierte en un ensanche del propio hogar.

Conocí Gramacho en el invierno de agosto de 2013. La historia cuenta que en 1978 se decidió que la región de Duque de Caxias albergaría el mayor vertedero de América Latina y, absorbiendo los residuos del Estado de Río de Janeiro, Gramacho llegó a convertirse en uno de los mayores vertederos del mundo.

El éxodo de la fauna salvaje a causa de la deforestación en la región fue sustituida por la emigración humana; cientos de personas, nordestinos principalmente, buscaban en esta mina de residuos una vida mejor y comenzaron a recoger material reutilizable, para venderlo.

Pasaron las décadas hasta que en 2012, antes de cerrarse definitivamente el vertedero, 1603 recolectores, cuyo pasado había sido enterrado en la basura, fueron obligados a abandonar Gramacho.

Cada recolector recibió una indemnización de 15.000 reales (unos 5000 dólares) del ayuntamiento de Río de Janeiro para rehacer y dignificar su vida desde el comienzo. Pero sin planificación económica, el pequeño patrimonio se desvaneció rápido y los antiguos recolectores fueron asentándose alrededor del vertedero, en un anillo de favela, sin lugar a donde ir.

Cuentan sus habitantes que fue entonces cuando llegó la mafia de la basura, cuando los camiones de empresas concesionarias encargadas de transportar los residuos al Centro de Tratamiento de Residuos de Seropédica (CTR), ciudad de la región metropolitana de Río de Janeiro, comenzaron a desviar su rumbo, dejando parte de su mercancía en el nuevo suburbio del antiguo vertedero de Gramacho.

Ilustración de Alberto Costa.

Ilustración de Alberto Costa

Bullían hordas de sobrevivientes movidos por la necesidad de los proscritos, y hacían lo que siempre hicieron en el vertedero: recolectar basura, hurgar, juntar restos y remendar objetos reciclables, como pájaros haciendo sus nidos, exhumando recuerdos ancestrales entre la basura.

El suelo en Gramacho se compone de todo lo que un vertedero ofrece, con montañas de algodón, plástico, verduras, un arcoíris de restos, papeles, cartulinas, cartas de amores perdidos, chanclas de niños que crecieron, olvidos del pasado.

El olor se compone por la mezcolanza del lado oscuro que tiene la fétida cultura del consumo humano. Huele a ropa vieja, a cloaca a cielo abierto, que se entremezcla con fresas rancias y el pedazo de una papaya pasada.

La mirada extranjera recorre el vertedero como páginas escritas: ¿Cómo es verdaderamente la sociedad bajo esta envoltura de deshechos? El ojo nativo del recolector de material reciclable no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas.

Incluso los deshechos de la basura valen no por sí mismos, sino como símbolos de otras cosas.  Y así, la subjetividad se materializa en la percepción de los objetos, extremándose la naturalidad de la relación entre los desechos y sus habitantes.

En mi visita conocí también a una niña, de seis años, con corona de princesa. Ella era la princesa del huerto basural, un río negro, un palacio de madera, con tres puertas, un techo de lata, un suelo con los restos de todos los cariocas, una “boca de fumo” a su derecha, un cerdo bien alimentado y el sueño de llegar hasta Europa en autobús.

La princesa, a su corta edad, conocía mejor que los ancianos adinerados lo que consume toda la población de Río de Janeiro, pues tenía una muestra de la realidad a sus pies. Soñaba con tener lo inmaterial. Una cultura materialista que paradójicamente hinchó a los pobres del vertedero con material hasta las rodillas.

El programa de ayuda económica nacional para familias de extrema pobreza, llamado “Bolsa Familia” (de  aproximadamente 60 dólares por mes), no llegó para la princesita, que no consiguió plaza en el colegio local, requisito imprescindible para acceder a la ayuda del gobierno federal.

Descalza, poseía un osito de peluche al que le faltaba un brazo, viejo recuerdo de algún desapegado. Los niños espantaban buitres al soltar cometas de papel y brillaban a contraluz pedazos de cristal encolados a su cuerda, entrelazando y cortando las cometas de los amigos, un mosaico en el cielo de los miserables.

Sin educación, engrosando el analfabetismo nacional, confundían “sociedad” con “suciedad”. Los niños hacían su mundo, de fantasía, con la basura de otros niños más ricos, convirtiendo en arte vidrios cortados o metales oxidados, en una irresponsable licencia de la imaginación.

La princesa espantó a un puerco de media tonelada que dormía en su colchón, lanzándole un zapato y un viejo videojuego. Grotesco, enorme, se alzó como pudo ante la intolerancia de la niñita y huyó unos metros, más allá de la línea imaginaria de la propiedad.

El escritor irlandés James Joyce describió en su libro “Ulises” que un fantasma es un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, o por cambios de costumbres.

Y es por ausencia que se convirtieron en fantasmas todos los habitantes del antiguo vertedero de Gramacho, donde la pacificación no llegó, ni tampoco los grandes eventos deportivos, pues en allí se juega al fútbol sin zapatos, y el balón es un pedazo de esponja.

El recolector de basura, al igual que los fantasmas,  es sólo una aparición onírica, recuerdo del sueño nocturno, lejano de estar presente en la cotidiana realidad. Son los recolectores buscadores de recuerdos agentes contra el olvido que, paradójicamente, han sido olvidados por el resto de la sociedad.

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Mundial 2014: ¿ganará el pan y el circo?

Por brasilcomn
12/06/14 16:30

POR MILLI LEGRAIN, DE RÍO DE JANEIRO

Si los adornos callejeros fueran un índice del apoyo del pueblo brasileño al Mundial, vamos bastante mal. Cuando faltan pocas horas para el comienzo de la Copa del Mundo 2014, en Río de Janeiro, la ciudad del célebre estadio Maracaná, cuya remodelación costó más de 500 millones de dólares, las banderas de Brasil han ido apareciendo tímidamente.

“El pueblo solía decorar los barrios, pero ahora son sólo la municipalidad y los comerciantes los que lo hacen”, contó el carioca Gilson Ribeiro.

Según cifras oficiales, los gastos del gobierno federal, de los estados y municipios para el evento llegan a los 11.500 millones de dólares. Y es que muchos brasileños sienten que el pueblo no le va a sacar partido.

Si bien la presidenta Dilma Rousseff anunció que este Mundial será “la Copa de todas las Copas”, el lema que se escucha en las calles desde hace un año es “¿Copa para quién?”.

Manifestaciones en contra de los gastos públicos para el Mundial. Fotografía: Milli Legrain.

Manifestaciones en contra de los gastos públicos para el Mundial. Fotografía: Milli Legrain.

Una encuesta reciente del Ibope reveló que las mayores preocupaciones de cara al Mundial son la falta de inversión pública en salud y educación, en seguridad pública y el desvío de dinero público.

Entre los gastos públicos más criticados están los 3600 millones de dólares dedicados a la reforma y construcción de 12 estadios en el país. Por ejemplo, uno de los temas más controvertidos es el de la reforma del Maracaná.

Es difícil entender cómo la reforma del estadio carioca puede haber costado más que la construcción del estadio Stade de France, escenario de la final del Mundial de 1998.

Es más, según una investigación de Folha las obras de infraestructura para el Mundial costaron al menos 2000 millones de dólares más que lo estimado inicialmente, y se gastó dinero en decenas de obras inacabadas que no se han contabilizado todavía.

Entre los que se manifiestan en contra del torneo de fútbol, el sindicato de profesores de Río de Janeiro, por ejemplo, reclama que el dinero hubiera sido mejor invertido en servicios públicos, como la educación.

Si bien en un discurso por cadena nacional el martes Dilma dijo que el valor invertido en educación y salud en Brasil es 212 veces mayor que el destinado a estadios, muchos se preguntan dónde están los resultados.

Pinturas alusivas al Mundial en el barrio de Santa Teresa. Fotografía: Milli Legrain.

Pinturas alusivas al Mundial en el barrio de Santa Teresa. Fotografía: Milli Legrain.

“Me gustaría saber en qué se gasta ese dinero. No se gastó en mi escuela, ni en mi salario”, denunció Alfredo Bittencourt, profesor de Historia en Teresópolis, la ciudad donde se entrena la selección brasileña.

En un año electoral, el clima parece propicio para exhibir todos los descontentos acumulados en Brasil por los distintos sectores de la sociedad. Esta semana, en São Paulo, los que mostraron su insatisfacción parando la ciudad fueron los trabajadores del metro.

Hace unas semanas hicieron lo mismo los conductores de autobuses. Antes, los que entraron en huelga fueron los policías en el Nordeste y casi todos los días ha habido protestas del movimiento de los sin techo, que ahora llegaron a un acuerdo con el gobierno.

Aun así, con la llegada de multitudes de turistas que vienen a apoyar su equipo nacional, en las calles de Río de Janeiro, la euforia ya es palpable. Se escuchan fuegos artificiales lanzados desde las favelas, bocinas de coches y el ruido constante de las vuvuzelas.

En esta ciudad, al menos, el ritmo de las protestas parece haber bajado. Si bien un grupo de trabajadores en el aeropuerto internacional se declaró en huelga esta mañana, mientras que profesores y otros profesionales se manifestaron en el centro de Río.

Sin duda, muchos manifestantes ven con recelo el despliegue de policías, incluso dentro de los vagones del metro.

Es que en un año que se destaca por su violencia y abuso de armas no letales por parte de la policía, se sabe que cualquier intento de interrumpir el espectáculo será reprimido.

Turistas mexicanos recién llegados a Copacabana. Fotografía: Milli Legrain.

Turistas mexicanos recién llegados a Copacabana. Fotografía: Milli Legrain.

Y en lo que algunos ven como una llamada de atención, ayer Sininho una líder de protestas sociales reconocida fue llamada a declarar ante la policía.

Mientras tanto, esta mañana en São Paulo, donde hoy se realizará el juego de apertura entre Brasil y Croacia, cuatro periodistas y dos manifestantes fueron heridos por bombas y balas de goma en un enfrentamiento entre black blocs y la policía.

Sin embargo, como me dijo ayer un taxista, “al brasileño le gusta el fútbol. Las manifestaciones son en contra del gobierno, no en contra del Mundial. Una vez que Brasil gane el primer partido, todo va a estar tranquilo”.

Queda por ver si los brasileños siguen tan firmes en sus convicciones como lo han sido a lo largo de este año, o si termina venciendo la teoría del pan y del circo. Sin duda, el desempeño de la selección brasileña tendrá mucho que ver. ¡Vaya responsabilidad que tiene Neymar!

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Juan Carlos traduce Brasil

Por brasilcomn
11/06/14 13:33

POR CECILIA ARBOLAVE, DE SÃO PAULO

Él se despierta tarde, generalmente no antes de las diez. Esas horas matutinas son necesarias para recuperar el sueño, pues a Juan Carlos Panez Solorsano le gusta trabajar de madrugada, acompañado del silencio de la casa donde vive, en el barrio de Pacaembú, en la región central de São Paulo. Por eso se puede quedar leyendo e interpretando textos hasta las 5 de la mañana.

Peruano, nacido en la ciudad de Huancavelica, adoptó la ciudad de São Paulo como su hogar hace tres años. Si hay algo que un extranjero no pierde al mudarse de país, es el idioma. Es cierto que el modo de hablar recibe nuevas tonadas y el léxico se amplía con expresiones muchas veces inexistentes.

Pero a pesar de los matices, la lengua materna perdura. Y es justamente con su idioma que Juan Carlos trabaja diariamente.

El abogado de 30 años es traductor de libros jurídicos, principalmente de las obras del brasileño Paulo de Barros Carvalho, referencia en materia de derecho tributario. Ya suma 24 libros traducidos al español, de los cuales 17 ya están publicados y los otros siete están en imprenta o fase de pre-impresión, en editoriales de Perú.

Según cuenta, normalmente se tarda unos dos o tres años para traducir un libro de unas 400 páginas. Metódico y responsable, quiso huir de la regla y, con el tiempo, fue ganando velocidad. Actualmente, demora en torno de dos meses para completar un libro de esas dimensiones, y siempre intenta entregarlo unos días antes.

Con esa velocidad que lo caracteriza, completó 24 títulos en apenas cuatro años. Su trabajo no sólo exige concentración como también dominio del asunto. Y en el mundo del derecho, cada país tiene sus reglas. Por eso Juan Carlos tuvo (y aún tiene) que estudiar mucho para realizar su oficio con la responsabilidad que amerita.

Juan Carlos llegó desde Perú y vive en el barrio de Pacaembú. Fotografía: Cecilia Arbolave

Juan Carlos llegó desde Perú y vive en el barrio de Pacaembú. Fotografía: Cecilia Arbolave.

A la pregunta: “¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?”. Él responde, con naturalidad: “No tengo tiempo libre”. Pero al abogado eso no lo perturba. Es apasionado por lo que hace y tiene una postura generosa en relación a su entorno.

“Prefiero sacrificar un poco mi tiempo para aportar un granito de arena, antes de dedicarme a mis propios estudios”, dice. Y ese granito de arena es difundir la ciencia del derecho no sólo en Perú, sino también en otros países de habla hispana.

De la San Marcos a Pacaembú

En 2009, cuando aún era estudiante en la Universidad San Marcos, en Lima, entró en una clase abierta de derecho tributario del profesor Jorge Bravo, que mencionaba al trabajo del Dr. Paulo. Algo allí despertó el interés del joven peruano.

Un tiempo después, ese profesor lo llamó para traducir una obra al portugués y también fue gracias a su intermediación que Juan Carlos llegó a São Paulo, por la primera vez, en 2010. Fueron cinco meses en los que pudo asistir a clases de maestría y doctorado. Y quedó fascinado con la experiencia.

Al año siguiente, durante un congreso internacional en homenaje al Dr Paulo, el intelectual brasileño le hizo una propuesta, “de esas que no se repiten”. Era una invitación para vivir en São Paulo. Después de pensarlo por unos días, Juan Carlos aceptó.

Cuando cuenta de su pasado, parece que su vida podría haber tomado rumbos dispares si hubiera terminado su primera carrera: la de ingeniería metalúrgica, siguiendo el área de actuación de su familia.

Pero él no estaba feliz con la idea de dedicarse a esa profesión y, en el quinto año, dejó los estudios para encarar de cero una segunda carrera universitaria, diametralmente opuesta. La elección por el derecho parece ser una de las más acertadas pues, con su joven edad y dos carreras bajo el brazo, se destaca en el área en que actúa actualmente.

Desde 2011, vive en una casa en el tranquilo barrio de Pacaembú, a pocos metros del Instituto Brasileño de Estudios Tributarios, presidido por Paulo de Barros Carvalho, que también es profesor emérito de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP), en donde dicta clases desde 1971, y de la facultad de derecho de la Universidad de São Paulo (USP).

Algunos de los libros traducidos por Juan Carlos. Fotografía: Cecilia Arbolave.

Algunos de los libros traducidos por Juan Carlos. Fotografía: Cecilia Arbolave.

Juan Carlos realiza diversos cursos del instituto y asiste a algunas clases de una maestría en la PUC-SP, mientras se prepara para realizar la suya, el año que viene.

En las horas ociosas –¡cuando las hay!- trabaja en su propio libro, aunque sin prisa. “Me gustaría, en unos años, volver a vivir en Perú y plasmar todo lo que aprendí en el mundo académico”, dice.

De la música clásica a la pesca

El abogado vuelve a su país unas cuatro veces por año, para acompañar los pasos finales de los libros que traduce. Y con tantas obras publicadas, su nombre ganó reconocimiento y prestigio en tierras andinas. Pero al ver su joven apariencia, algunos doctores dudan de su identidad. Se imaginan a un hombre de edad más avanzada y una vez hasta le pidieron el documento.

Siempre con apariencia prolija y muy educado al hablar, Juan Carlos es agradecido por las oportunidades que se le abrieron en Brasil. Le gusta la vida paulistana y una de sus actividades preferidas es escuchar música clásica los domingos por la noche en la Sala São Paulo, una de las casas de conciertos más prestigiosas de la ciudad y del país.

Sale a pasear por la capital, pero principalmente cuando recibe visitas, como la de su novia peruana que vive en Buenos Aires. En esos momentos es cuando permite distenderse.

Entre medio de tantas hojas, conceptos y frases para descifrar, cada tanto le gusta alejarse hacia el interior del estado y dedicarse a una de sus pasiones: la pesca. Mirar el horizonte y poner la mente en blanco, mientras espera el pique de una tilapia, no viene nada mal.

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Tragedia humana, corrupción y demora en la ciudad de la selección brasileña

Por brasilcomn
06/06/14 15:43

POR MILLI LEGRAIN, DE RÍO DE JANEIRO

Cuando faltan pocos días para el  comienzo del Mundial, en la ciudad serrana de Teresópolis, en Río de Janeiro, la selección brasileña se entrena en la Granja Comary, un centro de entrenamiento cuya reforma costó US$6,5 millones.

Mientras tanto, del otro lado de la ciudad, una tragedia humana sigue su curso.

A principios de 2011, lluvias torrenciales y ríos de barro, producto de una gran inundación, dejaron más de 900 muertos, más de 240 desaparecidos y cerca de 9000  personas sin casa en siete municipios de la región, según cifras oficiales.

Antiguos residentes del humilde barrio de Campo Grande, en Teresópolis, describen cómo el  vendaval  que  los sorprendió de madrugada dejó desprovistos a miles de habitantes, arrasó con todo y se llevó a una comunidad entera.

Una casa que sobrevivió a las lluvias en el barrio abandonado de Campo Grande. Fotografía: Milli Legrain.

Una casa que sobrevivió a las lluvias en el barrio abandonado de Campo Grande. Fotografía: Milli Legrain.

Manuel Antonio de Oliveira da Silva, un obrero de 57 años, cuenta  que perdió a cuatro de sus hijos, además de varios sobrinos y cuñados, sumando 20 familiares en total.

Pero son varios los  que intuyen que en realidad murieron más personas de las que constan en los registros oficiales.

“Cuando se hicieron públicas las listas de los muertos, muchos nombres no aparecían. Solo aquí, en este campo de fútbol comunitario, se juntaron unos 500 cuerpos”, denuncia Flávio Carreiro, un joven conductor, ahora desempleado, que también perdió a una veintena de familiares en el barrio Granja Forestal.

Esta teoría también la sostiene  Joel Caldeira, de la  Asociación de las Victimas de las Lluvias del 12 de enero en Teresópolis (AVIT). “No hubo  129 desaparecidos en esta ciudad. Familias enteras desaparecieron”.

Y el dolor no acaba allí. “Después de la tragedia natural, vino la tragedia humana”, continúa Joel.

Se refiere al desvío  de US$ 33,7 millones en recursos federales, estatales y donaciones nacionales y extranjeras destinados a la reconstrucción de las siete ciudades afectadas.

Esto lo confirma un informe del Tribunal Federal de Cuentas del Estado de Río de Janeiro.

De izquierda a derecha: Joel Caldeira, Flávio Carreira, Adalberto Serafin y Clovis de Oliveira da Silva. Fotografía: Milli Legrain.

De izquierda a derecha: Joel Caldeira, Flávio Carreira, Adalberto Serafin y Clovis de Oliveira da Silva. Fotografía: Milli Legrain.

Asimismo, en noviembre de 2011, el entonces alcalde de Teresópolis Jorge Mário fue separado de su cargo por haber estado involucrado  en negocios turbios con varias constructoras locales a las que les cobraba coimas.

Mientras tanto, Manuel Antonio, conocido por sus amigos como Clovis, cuenta que han sido tres años y cuatro meses sin casa ni atención psicológica. Se pregunta dónde está el dinero para las víctimas.

Ahora,  el gobierno del estado de Río de Janeiro intenta terminar 220 casas en la Fazenda Ermitage antes de  septiembre. El momento es oportuno. Las  elecciones para gobernador son en octubre. Pero el nuevo conjunto habitacional bordea una carretera peligrosa sin viaducto para los peatones.

“Inaugurar casas en barrios sin la infraestructura adecuada suele terminar mal. Miren lo que pasó en la Cidade de Deus”, recuerda Joel refiriéndose al barrio de viviendas sociales mejor conocido por sus guerras entre pandillas y por el tráfico de drogas.

Sus residentes habían sido removidos de los barrios caros  de la ciudad como parte de una política de limpieza social de la zona Sur de Río de Janeiro en los años sesenta y setenta.

Por su parte, la Secretaría de Obras del Estado explicó a esta cronista que las obras se retrasaron por la falta de terrenos adecuados y la necesidad de recurrir a una expropiación de las tierras, algo que generó complicaciones.

Clovis junto a sus compañeros del Club de Fútbol del Posse. Fotografía: Milli Legrain.

Clovis junto a sus compañeros del Club de Fútbol del Posse. Fotografía: Milli Legrain.

Hay quienes argumentan que la tragedia de Teresópolis alcanzó  esa magnitud porque muchas de las casas estaban hechas en terrenos irregulares, sobre áreas de riesgo, bordeando riachuelos.

Según una investigación parlamentaria de la Asamblea Legislativa del Estado de Río de Janeiro (ALERJ), presidida por el diputado Luiz Paulo (PSDB-RJ), la falta de una política habitacional consistente en la región es otra pieza clave para entender la tragedia.

Aún así, a pesar del dolor y de la larga espera, Clovis -que se hizo evangélico después del desastre-, no parece guardar rencor. Confiesa que si no fuera por la iglesia se hubiera vuelto loco hace tiempo. “Pensé muchas veces en dejarme llevar por las aguas, ya que allí murieron mis hijos”.

Este voluntario del AVIT sale adelante con unos  US$220 mensuales que le alcanzan para cubrir los costes de su alquiler. Según Joel, impulsadas por los miembros de la asociación de víctimas, hubo 800 acciones judiciales para que las personas más vulnerables recibieran esta subvención.

Clovis me pide que le saque una foto al lado de unas flores amarillas. “Donde haya vida habrá esperanza”, dice con una sonrisa y sus ojos llenos de lágrimas.

Insiste que la tormenta no tuvo nada que ver con la selección brasileña y que espera que gane. Aun así, salta a la vista la ironía de ver tanto desamparo en la casa del futbol brasileño.

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El arte urbano ya ganó el Mundial

Por brasilcomn
03/06/14 17:16

POR EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO

Barricadas y autobuses incendiados ceden el protagonismo a murales repletos de color y mensajes de esperanza. El olor del gas pimienta de la Policía Militar se desvanece ante el sonido de los spray de pintura deslizándose por las paredes en las manos de los artistas del graffiti. En Brasil, el arte urbano ha tomado la iniciativa y la potencia de su mensaje ha conseguido eclipsar las formas tradicionales de protesta ciudadana.

Cuando faltan poquísimos días para el inicio del Mundial, las calles de Río de Janeiro y São Paulo no parecen el campo de batalla que muchos esperaban tras la experiencia de la Copa de las Confederaciones el año pasado. Ahora son artistas como los paulistanos Paulo Ito y Chivitz, y el carioca Marcelo Eco, los que dan color y voz a la indignación en sus ciudades.

Pero no están solos, decenas de colectivos como el viral “Movimento de Decoraçao Anti-Copa” aglutinan, a través de las redes sociales, a cientos de artistas anónimos que postean sus intervenciones que ya pueden encontrarse en cualquier rincón del país.

El arte urbano, protagonista del Mundial

Conversando con Paulo Ito, cuesta creer que un artista que responde mensajes en Facebook con total naturalidad y que suele pintar únicamente “en las calles de al lado de casa [en la periferia de São Paulo]”, se haya convertido en todo un icono para millones de ciudadanos brasileños que están en contra del gran evento de la FIFA.

La creación, el pasado 10 de mayo, en el barrio de Pompeia, en São Paulo, de un graffiti en el que un niño negro llora de hambre frente a un plato que contiene únicamente un balón de fútbol, le ha valido reconocimiento internacional y lo situó a la vanguardia de los movimientos críticos de arte urbano.

“Me sorprendió mucho la repercusión de la actuación, en especial de mi mural”, comenta Ito, que con toda la humildad reconoce la fuerte influencia de otros “graffiteros” en su obra.

“Quería hacer un mural con un contenido muy chocante para llamar la atención de los turistas que viniesen a São Paulo durante el Mundial, para ello me inspiré en la obra del francés ‘Goin’, que había realizado obras similares en la ciudad de Praga. Solo tuve que añadirle un toque brasileño”, cuenta.

Pero si Ito ha acaparado la atención de los medios internacionales, muchos otros continuan siendo una referencia en el ámbito local. El carioca Marcelo Eco fue uno de los primeros en criticar la represión durante las manifestaciones de 2013.

Acostumbrados a ver sus caras alargadas en todos los rincones de la zona sur de Río de Janeiro, fueron muchos los que aplaudieron que incorporase máscaras de gas en sus creaciones como manera de criticar los abusos de la Policía Militar contra los manifestantes.

Mucho más directo que los anteriores es el caso de Chivitz, surgido del mundo del tatuaje de São Paulo en 1996. Su estilo, lleno de color y formas redondeadas, está cargado de mensajes explícitos contra la celebración del Mundial.

El artista no oculta su rechazo frontal al torneo en su página de Facebook en la que puede leerse un manifiesto con frases como “La Copa del Mundo está llegando y Brasil está siendo maquillado para que los gringos lo vean bonito” o “Nuestro pueblo todavía no disfruta de salud, educación, cultura, y un largo etcétera… pero todo bien!!! La Copa ha llegado y Brasil será hexacampeón”.

La lista de artistas urbanos críticos es larga. Para el investigador del programa de posgrado de la Universidad Federal Fluminense, Abel Navarro, esto tiene una explicación lógica desde que tanto el graffiti, como el arte urbano en general, siempre estuvieron asociados a la crítica social.

“Desde sus inicios, el graffiti fue un acto subversivo y clandestino que tuvo por objeto mostrar su disconformidad con el establishment”, asegura el investigador español cuyo objeto de estudio es, precisamente, el graffiti como herramienta de crítica a la celebración del Mundial en la zona del Maracaná, en el norte de la ciudad de Río de Janeiro.

“En los últimos meses, los graffitis han pasado de criticar asuntos más generales como la corrupción a orientarse específicamente contra el Mundial e incluso utilizar de manera intencionada los propios símbolos de la FIFA como elementos negativos. Es el caso de los “graffiti bola” o con la imagen de la mascota Fuleco”, señala Navarro.

Además, subraya la popularización de nuevos métodos que agilizan la producción de obras como el “stencil”, es decir, graffiti por medio de plantillas que popularizó el prestigioso artista británico Banksy, y el “collage”o impresiones en papel listas para ser encoladas y pegadas en las paredes. Aunque, sin duda, una de las principales novedades y la que más llama la atención del investigador son las proyecciones sobre fachadas de edificios.

“Hay un fenómeno relativamente reciente, y que podría considerarse como una performance, en el que colectivos de activistas proyectan mensajes e imágenes de protestas sobre las fachadas de las comisarías de policía”, destaca Navarro quien recuerda que, a diferencia de los grandes nombres del graffiti, optan por el más completo anonimato.

No hay duda que en el siglo XXI el arte urbano, beneficiado por el impulso de las redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram, que permiten compartir las creaciones al momento, se ha convertido en un referente de la nueva sociedad civil.

Con la llegada del Mundial, muchos artistas y colectivos aprovecharán la visibilidad del evento para darse a conocer o lanzar sus mensajes. Paradójicamente, uno de los grandes nombres del mundo del graffiti en Brasil, “Os Gemeos”, han decorado con sus ilustraciones el avión que transportará a la selección brasileña.

Ya sea para criticar el evento o para dar ánimo a la “seleçao”, como siempre ocurre cuando Brasil disputa un Mundial, no hay duda de que el arte estará bien presente en las calles del país. Esta vez, parece que le ganó la partida a la violencia a la hora de exigir cambios a los políticos.

Todo esto me lleva a una conclusión esperanzadora: la creatividad y el ingenio de los brasileños se impone a un gobierno exhausto y desconfiado que ha gastado miles de millones de dólares en material antidisturbios. Al fin y al cabo, el arte nos viene a recordar que a pesar de todos los tanques del ejército brasileño, que aguardan a la espera de conflictos en el Mundial, no se pueden matar moscas a cañonazos.

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Llegó la FIFA: ¡Tanques a la calle!

Por brasilcomn
28/05/14 17:12

POR EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO

Es mediodía y una lluvia torrencial descarga sobre la favela de Nova Holanda, uno de los barrios que componen el Complexo da Maré, en la zona Norte de Río de Janeiro. Bajo un cobertizo de chapa, el mismo en el que hace apenas unas semanas los traficantes del Comando Vermelho se protegían de la lluvia, un grupo de militares vigilan el acceso de una de las favelas más violentas de la ciudad.

A su lado, unos niños preguntan curiosos por las prestaciones de las armas de gran calibre que cargan sobre sus hombros. Entre ellos no existe miedo, ni sorpresa. “Con ese acierto hasta el Morro do Timbau [otra de las favelas que forman parte del Complexo da Maré]”, dice uno de los muchachos mientras otro le replica: “Cállate, para eso mejor un rifle de precisión”.

Sin duda, no son los primeros fusiles AR-10 que han visto en sus vidas y más de uno sabe perfectamente cómo usarlos. Resulta triste pensarlo, pero para estos menores sólo se trata de otros adultos jugando a un mismo juego, el que ya vieron jugar muchas veces en estas calles, el de la guerra.

El pasado 5 de abril, cerca de 2700 militares del Ejército y la Marina brasileña, a bordo de 21 tanques y dos helicópteros, ocuparon en plena noche las 16 favelas del Complexo da Maré, para expulsar a los narcotraficantes que controlaban la región.

Desde que en 2008 la Secretaría de Seguridad de Río de Janeiro inició el proceso de pacificación de las favelas, jamás había sido necesario recurrir a una ocupación del territorio por parte del Ejército.

Militares brasileños ingresaron en el Complexo da Maré, ubicado cerca del aeropuerto internacional de Río de Janeiro. Fotografía: Edu Sotos

Militares brasileños ingresaron en el Complexo da Maré, ubicado cerca del aeropuerto internacional de Río de Janeiro. Fotografía: Edu Sotos

Su actuación siempre se limitó a dar apoyo logístico y táctico durante las operaciones, cediendo rápidamente el comando a los efectivos de la Policía Militar y, en última instancia, a las Unidades de Policía Pacificadora (UPP).

Pero este caso fue diferente. El gobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral, solicitó de urgencia el refuerzo del Ejército para actuar en el Complexo da Maré. La presidenta Dilma Rousseff no lo pensó dos veces y, en tiempo record, aprobó la medida sin que hubiese mediación con los representantes locales.

El pretexto para semejante actuación fue garantizar la seguridad de los 60.000 turistas que visitarán la ciudad durante la celebración del Mundial, que comenzará en poco menos de dos semanas.

Las consecuencias son que 130.000 personas deberán vivir entre la espada y la pared durante tres meses. Digo esto porque solamente en las dos semanas posteriores a la ocupación se registraron más de 20 ataques a militares y tres muertes de civiles.

Los comandos no iban a vender barata su salida y, a pesar de haber perdido el control del territorio, continúan moviendo los hilos, y la droga, de forma encubierta. Nadie duda que cuando el Ejército salga, el próximo 31 de julio, los colaboracionistas recibirán castigo.

“Cuando los militares se vayan más de uno recibirá un escarmiento”, confesó con voz temerosa un comerciante del Morro do Timbau y no es el único que así opina. Basta con pasearse por las calles de la favela para percibir que la gente tiene miedo de hablar.

El caso de una mujer que fue apaleada solamente por haber participado en la celebración del BOPE tras la pacificación les ha metido el miedo en el cuerpo.

Al igual que varios cientos de periodistas, acompañé aquella madrugada del 5 de abril el estremecedor despliegue bélico y me adentré en los callejones del Complexo da Maré junto los miembros del BOPE.

La ocupación del complejo de favelas se hizo con la policía y la marina brasileña; allí viven 130.000 personas

La ocupación del complejo de favelas se hizo con apoyo de la policía y la marina brasileñas; allí viven 130.000 personas. Fotografía: Edu Sotos

Después de haber oído y leído mucho sobre la mayor pacificación hasta la fecha,  no puedo evitar plantearme algunas preguntas: ¿Realmente un evento deportivo justifica una ocupación militar? ¿Debe ser el Ejército y no la policía el garante de la seguridad de los civiles?

“Es ridículo traer tanques para patrullar las calles de la comunidad,  ¿pretenden hacer creer que esto es Irak?”, me espetó al respecto la líder de la comunidad más reivindicativa, Andrea Matos. Como presidenta de la asociación de habitantes de Nova Holanda, ella misma impidió la colocación de la polémica bandera de la tropa de élite tras la ocupación de la favela.

Durante la conversación que mantuve con Matos en la sede de la asociación, no ocultó en ningún momento su disgusto con la manera en la que la pacificación había sido efectuada. Además, señaló que únicamente responde a intereses que están más allá de la protección de los ciudadanos.

“La pacificación es una gran mentira del gobierno en un año electoral y para contentar a la FIFA, que teme que pase algo con alguna de las delegaciones del Mundial, ya que estamos ubicados a lo largo de la autovía que lleva al aeropuerto internacional de Río”.

Sin poner en duda que la pacificación debía realizarse, porque el Estado debe recuperar el control del territorio y mantener la paz social, no me resulta fácil encontrar argumentos para justificar la ocupación o hacerla precisamente en este momento.

En el fondo, creo que lo que a muchos nos pone la piel de gallina es pensar que a escasas semanas del Mundial las autoridades brasileñas comiencen a echar mano del comodín del Ejército y que este modelo pudiera extenderse, por ejemplo, a las protestas ciudadanas.

Un hombre posa frente a vehículo blindado de las Fuerzas Armadas, durante la ocupación del Complexo de favelas da Maré, en la zona norte do Río. Fotografía: Daniel Marenco/Folhapress

Un hombre posa frente a un  vehículo blindado de las Fuerzas Armadas, durante la ocupación del Complexo de favelas da Maré, en la zona norte de Río. Fotografía: Daniel Marenco/Folhapress

Esta posibilidad viene siendo denunciada hace tiempo tanto por Marcelo Freixo, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro, así como por Atila Roque, director ejecutivo de Amnistía Internacional en Brasil, quien hace unas semanas afirmó que “al acercarse el Mundial crece nuestra preocupación sobre la posible expansión del modelo de ocupación del Ejército en las favelas. La periferia no puede ser tratada como territorio enemigo que debe ser conquistado. No se puede criminalizar así a toda una comunidad”.

El ejemplo del Complexo da Maré es extremo y no permite extraer conclusiones, pero ha dejado claro cómo podrían resolverse los conflictos que, sin duda, aparecerán en las próximas semanas en las calles del país.

No será solamente en las favelas, como advertía Amnistía Internacional, sino que cualquier situación podría ser resuelta echando mano del Ejército. Ya lo vimos con la Fuerza Nacional en Recife y podríamos verlo en  cualquiera de las 12 ciudades sede en las próximas semanas.

No se está diciendo que en ocasiones el Ejército no tenga que intervenir como refuerzo, pero su persistencia en las calles sólo puede ser entendida como un fracaso del Estado y la sociedad civil en garantizar la seguridad y libertad de los ciudadanos.

El show de la FIFA está a punto de desembarcar en el país y hay demasiados intereses en juego como para que las reivindicaciones de los brasileños indignados, ya sean del Complexo da Maré, Copacabana o de cualquier parte de Brasil, acaben restándole brillo a lo que Pelé calificó como “la fiesta del fútbol”.

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“Made in Brazil”

Por brasilcomn
22/05/14 17:13

GABRIEL BAYARRI, DE RÍO DE JANEIRO

Gabriel Bayarri (g.bayarritoscano@gmail.com) es español, estudiante e investigador de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y nos acompañará con una serie de textos cada 15 días en los que abordará parte de su investigación sobre las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en las favelas de Río de Janeiro, desde el período anterior al crimen organizado hasta las nuevas formas de pacificación y justicia dentro de las comunidades.

***

Durante los años de la escuela pensé que las normas estrictas de la sociedad se fundaban en los criterios más antiguos y sabios de la civilización y que no había más remedio que someterse al imperio de la razón de los ancestros. No obstante, las imágenes de la miseria de la desnutrición en el Cuerno de África y de los conflictos armados despertaron en mí una pequeña duda hacia la eficacia de todas las reglas que conforman la utopía de la justicia social.

Grupos paramilitares y guerras civiles eran surtidas con armamento occidental y esta industria bélica, que tenía por cliente a la guerrilla negra, me provocó sentimientos como empatía o impotencia hacia un pueblo empobrecido, y hasta cierto remordimiento, de deuda histórica con las ex colonias, siendo este punto el que definitivamente me apartó del credo en las verdades absolutas de nuestros ancestros.

Desde el 2000, un 48% de los conflictos civiles ocurrieron en el continente africano. En 2009 fueron registrados 70 conflictos, de los cuales 55 ocurrieron en economías agrarias en desarrollo. Con estos datos surgió mi interés por el estudio del abastecimiento de armas en África “Made in Brazil”. Así, comencé a reflexionar en el proceso de la exportación armamentística y encontré el detallado trabajo realizado por la Agencia brasileña de reportajes y periodismo de investigación “Pública”, que explica el enorme pastel que la industria bélica brasileña está degustando hoy en día, y me he basado en los datos presentados en su estudio para articular el presente texto.

Ilustración de Alberto Costa

Ilustración de Alberto Costa

Para comenzar, actualmente toda exportación de armas debe ser aprobada primero por el Instituto Diplomático Itamaraty y por el Ministerio de Defensa, pero, una vez aprobada, la actuación de estas instituciones se limita a observar las diversas consecuencias de las exportaciones, pues no existe una legislación internacional para el comercio de armas leves, por lo que se considera un mero contrato entre partes privadas, y se le apelan a ellas las responsabilidades por el uso de su producto bélico.

Como indica el estudio, se trata de un sistema de “acuerdo entre caballeros”, de consultas informales e  inexistencia de cooperación formal entre las agencias. Además, el respaldo de los órganos gubernamentales para el crecimiento del sector armamentístico es uno de los puntos establecidos por la Estrategia Nacional de Defensa, lanzada en 2008 y estimulada a través de incentivos fiscales, como el financiamiento del propio Banco Nacional de Desarrollo (BNDES) hacia una industria poco transparente.

Empresas brasileñas, como Taurus, venden su armamento al exterior y son legitimadas y apoyadas por el gobierno federal a través de premios hacia el fomento del comercio exterior. Taurus es la principal responsable por la internacionalización de la industria armamentística brasileña, ya que exporta a más de 70 países. Según la Asociación Brasileña de las Industrias de Defensa y Seguridad (Abimde), el sector emplea a 25.000 personas y contribuye para generar 100.000 empleos indirectos.

Las mayores fabricantes, tras Taurus, son la Compañía Brasileña de Cartuchos (CBC), Imbel, Amadeo Rossi y E.R. Amantino. La actuación creciente de Brasil en el marco internacional se produce en torno a los armamentos leves, de pequeño porte, habiendo triplicado el valor de sus exportaciones entre el año 2005 y 2010, de US$ 109,6 millones a US$ 321,6 millones, de acuerdo con datos del Ministerio de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior (MDIC) de 2010.

Entre estas fechas fueron exportadas 4.482.874 armas de fuego, según un levantamiento realizado por el Ejército brasileño, en 2010.El mercado global de armas leves genera un lucro de más de 7000 millones de dólares anuales. El Instituto de Estudios Internacionales y de Desarrollo de Ginebra publicó en 2013 el informe “Small Arms Trade Survey”, en donde indica que Brasil fue el cuarto mayor exportador mundial de armas leves, sólo por detrás de Estados Unidos, Italia y Alemania.

El informe revela también que Brasil superó la producción israelita y austríaca, fuertes inversoras en este mercado. Con estos datos se puede decir que la exportación de armas brasileñas está en alta. Hasta la fecha, el destino de la mitad de los revólveres, pistolas y fusiles ha sido Estados Unidos, donde viejos miedos y fantasmas respaldados por la Constitución promueven la posesión del arma de fuego como instrumento de seguridad.

No obstante, percibida cierta estabilización en este mercado y a causa de los países emergentes, la industria bélica mapea excitada nuevos mercados para el segmento de armamentos leves y ha puesto el dedo en África, pues el Ministerio de Desarrollo, Industria y Comercio (MDIC) impuso en el año 2002 una tasa por exportación de municiones y material armamentístico ligero de un 150% para la mayor parte de los países que componen América del Sur, Central y El Caribe.

A diferencia de otros, el mercado armamentístico conlleva la triste peculiaridad de crecer en el conflicto, en países con histórico de conflictos armados y violaciones a los derechos humanos. La Norwegian Initiative on Small Arms Transfers (NISAT) indicó el alcance de esta industria en el continente africano: entre 1999 y 2012 Brasil vendió armas de fuego para Angola, Argelia, Botsuana, Burkina-Faso, Cabo Verde, Costa de Marfil, Egipto, Ghana, Guinea, Kenia, Madagascar,  Malawi, Marruecos, Mauritania, Namibia, Níger, Nigeria, República Democrática del Congo, Senegal, Somalia, Sudáfrica, Tanzania, Túnez, Uganda, Zambia y Zimbabue (que posee el Índice de Desarrollo Humano más bajo del mundo).

La política de expansión en África es vista con preocupación por los analistas internacionales, que recuerdan que no existe ningún organismo internacional que regule las exportaciones globales, sino pequeños pasos, atravesando de puntillas los pasillos de las Naciones Unidas, establecidos en tratados o acuerdos que no conllevan mecanismos de fiscalización y control. Nicolás Marsh, de la NISAT, declaró en 2012 que  “existen muchas más reglas para la exportación de maíz, automóviles o cualquier otro producto que para las armas… que siempre fueron excluidas de los tratados globales”.

Ante esta situación, el Ministerio de Defensa de Brasil  declaró sonrojado a la Agencia Pública que ellos “incentivan el fortalecimiento de la Industria Nacional de Defensa y no buscan ampliar la producción nacional de armas”, y no aclaró la influencia que pudo ejercer la donación de casi un millón de dólares por parte de las principales empresas del sector a las campañas de parlamentarios en las elecciones generales de 2010.

Paralelamente, la industria armamentística ha constituido un discurso original para justificar la exportación a África. Más allá de preocuparse en si las armas colaboran o no en las masacres humanas, la industria se ha apropiadode un “discurso ecocéntrico”, en el que la naturaleza emerge en un primer plano y las acciones y los pensamientos del individuo deben centrarse en el medio ambiente.

Así, la posesión de un arma será una consecuencia ante esta unión entre el hombre y la naturaleza que lo rodea, surgirá como una herramienta cuya finalidad es la pura supervivencia ancestral de las poblaciones rurales e indígenas ante los peligros animales, y no humanos, que los acechan. Surge también un discurso ambientalista en el que empiezan a escucharse términos como “armas verdes” o “armas amistosas con el medio ambiente”, hijos de un nuevo nicho de mercado y que están concienciados con el cambio climático y la cuestión ambiental.

Iconos rediseñados bajo estos nuevos patrones ideológicos son acompañados en la empresa gaúcha E.R. Amantino con la frase: “No fabricamos armas para matar hombres, sino para estar en contacto con la naturaleza y respetar sus ciclos y su preservación”. Observando con interés el espectáculo de la miseria, sólo queda preguntar a los filósofos sobre cuáles serán los siguientes pasos de esta industria “Made in Brazil”, capaz de generar las más creativas aberraciones ideológicas.

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Desaparición forzada: ¿crimen de ayer o de hoy?

Por brasilcomn
16/05/14 15:56

MILLI LEGRAIN, DE RÍO DE JANEIRO

“Entre 2007 y 2013, sólo en el estado de Río de Janeiro, desaparecieron unas 38.000 personas”, denunció indignado el pastor presbiteriano y activista Antonio Carlos Costa, fundador de la ONG Rio de Paz en la favela de Jacarezinho, en la zona norte de la ciudad.

“Estas son las cifras oficiales, pero tengo claro que hay miles que no han sido registradas”, añadió.

Son los denominados “desaparecidos de la democracia”. Sin duda, muchos de  ellos desaparecieron  por  motivos diversos, ya sea huyendo de la violencia doméstica o por trastornos mentales.  Algunos incluso habrán vuelto a casa. ¿Pero cuántas de estas personas habrán sido “forzosamente desaparecidas” por agentes del Estado?

La desaparición forzada fue política de Estado durante la dictadura militar instaurada en Brasil por el golpe de 1964 y en distintos países del Cono Sur y de la región. Pero en el Brasil democrático de hoy, esta práctica sigue ocurriendo.

La entrada a la comunidad de Jacarezinho, en la zona norte de Río. Fotografía: Milli Legrain

La entrada a la comunidad de Jacarezinho, en la zona norte de Río. Fotografía: Milli Legrain

Si bien la Comisión de la Verdad investiga desde 2012 los crímenes de esa época para esclarecer el pasado y evitar que los crímenes de lesa humanidad se repitan, los perpetradores siguen amparados por la ley de amnistía  de 1979 vigente en el país. Pero en un país con una impunidad superior al 90%, también cabe preguntarnos: ¿quién está investigando los crímenes de hoy?

Los homicidios cometidos por la policía son clasificados por el Estado brasileño como “auto de resistência”, un término que deja entender que la víctima murió como resultado de una confrontación.

Pero muchas veces se trata de muertes por ejecución extrajudicial, producto del uso desproporcionado de la fuerza por parte de la policía, o peor aún, de una simple “bala perdida”.

Así lo denunciaron ONGs ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en noviembre de 2012. “La excusa es siempre que la persona reaccionó. Pero sabemos que son cada vez más los casos en los que esa resistencia no ocurrió”, dijo recientemente el abogado brasileño Alexandre Ciconello de Amnistía Internacional.

Es el caso de Claudia Silva Ferreira, la madre de familia que murió por la bala de un policía militar en la zona norte de Río en marzo pasado.

Según las estadísticas oficiales publicadas a principios de mes por el Instituto de Seguridad Pública de Río, en el primer trimestre de este año murieron 153 personas como resultado de la violencia policial. La tendencia está en aumento: el año pasado, en la misma época, los muertos fueron 96.

La ONG Rio de Paz realizó una protesta en noviembre pasado para exigir información sobre el cuerpo de Amarildo de Souza. Fotografía: Marcelo Sayão/Efe

La ONG Rio de Paz realizó una protesta en noviembre pasado para exigir información sobre el cuerpo de Amarildo de Souza. Fotografía: Marcelo Sayão/Efe

Curiosamente, un estudio realizado por Michel Misse, sociólogo de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ)  muestra que después de 2007, año en que los homicidios cometidos por la policía eran particularmente elevados (1330 víctimas en todo el estado de Río), el numero comenzó a caer, mientras que el de desaparecidos empezó a aumentar.

Es en ese contexto que el Secretario de Seguridad Pública de Río, José Mariano Beltrame, anunció en marzo que creará en junio una Unidad para Desaparecidos.

Esta nueva entidad, que existe en otros estados como São Paulo y Minas Gerais, llega en respuesta a la presión ejercida  por familiares de desaparecidos y grupos de presión como Meu Rio y Rio de Paz, que buscan atención especializada.

La legislación internacional considera a la desaparición forzada como un crimen que se sigue cometiendo hasta que se localiza el cuerpo de la víctima. Familiares de víctimas relatan la angustia sufrida por el hecho de no saber lo que sucedió con un ser querido.

El secretario de Seguridad Pública de Río, José Beltrame, anunció que creará en junio una Unidad para Desaparecidos. Fotografía: Maíra Coelho/Agência O Dia

El secretario de Seguridad Pública de Río, José Beltrame, anunció que creará en junio una Unidad para Desaparecidos. Fotografía: Maíra Coelho/Agência O Dia

“En 1986, mi madre pensaba que mi hermano aún estaba vivo. Cuando mi padre quiso mudarse de casa, ella tenía miedo de perder contacto con él”, relató Elizabeth Silveira, hermana de un desaparecido político de la dictadura, que lleva 40 años luchando por conocer su paradero.

Actualmente, en la Cámara de Diputados existe una propuesta de ley específica sobre desapariciones forzadas, que pone a Brasil en línea con sus obligaciones internacionales, como firmante de la Convención Interamericana sobre Desapariciones Forzadas.

El proyecto de ley nace a raíz de la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos del caso conocido como “ Guerilla de Araguaia” (o Gomes Lund vs.Brasil) sobre la desaparición de 70 campesinos y militantes que lucharon contra la dictadura. Esta sentencia emitida en 2010 exige específicamente que Brasil tipifique el crimen de desaparición forzada.

“No podemos dejar que la policía sea el árbitro que juzgue que alguien muera o desaparezca”, dijo Beatriz Affonso, abogada del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL), que litigó en el caso.

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El Mundial de las oportunidades (y del oportunismo)

Por brasilcomn
13/05/14 10:58

EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO

Con poca majestuosidad, más bien con descaro, “O Rei do Futebol”, Pelé, abandonaba la semana pasada un acto publicitario en São Paulo. ¿Qué podría hacer huir de una manera tan poco honrosa al héroe de toda una generación de brasileños?

La respuesta es aún más inverosímil que la pregunta: los apenas 200 manifestantes del movimiento “sin techo” que en ese momento desfilaban por la Avenida Paulista, en el centro de la ciudad. Una protesta pacífica y minoritaria era suficiente para poner en fuga a un icono del país ante la mirada incrédula de los periodistas que acompañaban el acto.

Algo que en un primer momento podía parecer anecdótico, casi irrisorio, en realidad encerraba una enorme carga simbólica. Una gloria del pasado huyendo de personas que sólo reclamaban un futuro mejor. Aquel que solía despertar respeto y admiración en el pueblo ahora lo evita e incluso le pide que se comporte y “no acabe con la fiesta del fútbol”.

Pelé participó la semana pasada de un evento publicitario en São Paulo. Fotografía: Nacho Doce/Reuters.

Pelé participó la semana pasada de un evento publicitario en São Paulo. Fotografía: Nacho Doce/Reuters.

¿Qué ha cambiado en Brasil para que el que se diera baños de multitudes ahora las evite a toda costa? ¿Ha dejado de ser el fútbol el escaparate de las glorias de Brasil para pasar a ser el de sus vergüenzas? El “padrão FIFA” parece ser la respuesta.

Cuando faltan sólo 30 días para el inicio del Mundial, los brasileños se dividen entre aquellos que encajan en los estándares de la FIFA, es decir, los que han comprado sus entradas y viajarán por todo el país acompañando a la “canarinha” y los que ni quieren, ni se pueden permitir, la que Dilma se atrevió en llamar “la Copa de las Copas”.

Aquellos que esta semana perdían el apetito porque Scolari no llamó ni a Kaka ni a Robinho, y los que solamente con pensar en los 12.600 millones de dólares que ha costado el torneo a los contribuyentes, se les corta la digestión.

La sociedad a través de fútbol está expresando su división. El deporte que antaño aunaba a todos los brasileños ahora los divide. Incluso las dos grandes leyendas del fútbol brasileño, Pelé y Romario, parecen haber asumido el papel de líderes de ambos bandos. “La Copa será el mayor atraco de la historia de Brasil”, llegaba a asegurar, ya en 2012, “O Baixinho”.

Palabras que por aquel entonces sonaban a profecía trasnochada pero que el año pasado tomaban forma cuando millones de brasileños tomaban las calles antes y durante la Copa de las Confederaciones, antesala del Mundial y experimento fracasado de la FIFA.

El ex jugador Romário criticó en varias oportunidades los gastos del Mundial. Fotografía: Pedro Ladeira/Folhapress.

El ex jugador Romário criticó en varias oportunidades los gastos destinados al Mundial. Fotografía: Pedro Ladeira/Folhapress.

Mientras Romario ha ido denunciando los “abusos” cometidos en nombre del todopoderoso organismo deportivo, Pelé se ha ido encargando de relativizarlos, incluso afirmar, que incidentes como las muertes de los obreros en los estadios son solamente “cosas que pasan”. Sin embargo, con sus palabras “O Rei” podría convertir el Mundial, el buque insignia de la FIFA, en el próximo Titanic.

Algo que, desde luego, no le interesa a un hombre que a sus 73 años podría embolsarse nada menos que 26 millones de dólares entre eventos y contratos en publicidad durante el evento. De ahí su escasa preocupación por las personas que salen a la calle o quienes han perdido la vida en los estadios. Puede que sea cierto aquello que dijo Romario cuando afirmó que “Pelé callado es un poeta”, lo que si es seguro es que si consigue mantener la boca cerrada en las próximas semanas será un poeta rico.

Brasil se enfrenta estos días a sus fantasmas y el fútbol hace las veces de amplificador. Una banana, sobre el césped de un estadio de fútbol en España, es hoy día capaz de generar todo un debate sobre el gran tabú que todavía suscita el racismo en Brasil.

Una manifestación del movimiento sin techo hizo que Pelé abandonara la avenida Paulista. Fotografía: Luiz Claudio Barbosa/Futura Press/Folhapress.

Una manifestación del movimiento sin techo hizo que Pelé abandonara la avenida Paulista, la semana pasada. Fotografía: Luiz Claudio Barbosa/Futura Press/Folhapress.

Paradójicamente, puede que al final el campeonato sirva para sacar de una vez todas esas cuestiones sin resolver que, hasta ahora, los brasileños intentaban olvidar cada vez que se sentaban frente a la televisión para ver a su equipo.

Nadie sabe cuál será el legado del Mundial pero por mucho que se empeñen no serán ni Pelé ni Romario con sus palabras sino personas con sus actos, como los 200 “sin techo” de la Avenida Paulista, los que van a decidirlo. En la “Copa de las Copas”, la verdadera victoria o derrota del pueblo brasileño puede que no se juegue sobre el césped de los lujosos estadios, sino sobre las humildes calles de sus ciudades.

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