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Brasil con Ñ

El país con todas las letras

Perfil Natalia Fabeni es periodista y productora de Folha Internacional

Perfil completo

Curiosidades del “juicio del siglo”

Por brasilcomn
27/09/13 10:05

POR NATALIA FABENI

Es miércoles 18 de septiembre en Brasilia. Un grupo de 100 personas se juntó frente al Supremo Tribunal Federal (STF) para conocer la decisión del magistrado Celso de Mello que podría mandar a 12 de los condenados por el “mensalão” directo a la cárcel o darles la chance de tener un nuevo juicio. Hay un grupo con cajas de pizza y vestidos de repartidores. El voto de Mello es positivo. Los condenados por haber montado un gigantesco esquema de sobornos a políticos opositores con dinero público durante 2003 y 2005 continuarán en libertad y volverán a ser juzgados. Mientras tanto, los de las pizzas comienzan a arrojar porciones por el aire y en Twitter no se habla de otra cosa que de “olor a pizza”. Para mí es toda una novedad y a la vez un misterio (que desvelaré más adelante) esta forma de protesta que nunca había visto antes. Lo que les quiero dejar en este post no es un análisis sesudo de lo que pasó, ni mucho menos hacer futurología acerca de lo que vendrá. Quiero compartir con ustedes algunas impresiones, curiosidades, dudas y datos que me llamaron la atención del “juicio del siglo”.

¿Y el pueblo dónde está?

De acuerdo con un sondeo de Datafolha realizado un día antes de que el STF tomara su decisión final, un 55% de los paulistanos se manifestó en contra de la reapertura del juicio del “mensalão”, mientras que un 37% dijo estar a favor de un nuevo proceso.

Asimismo, un 79% apuntó querer la prisión inmediata de los condenados. Pero el dato que más me llamó la atención de la encuesta fue el siguiente: ocho años después del escándalo, sólo un 19% de los entrevistados dijo estar bien informado sobre el “mensalão”, los “más o menos” informados sumaron un 52%, los mal informados, un 14%, y aquellos que admitieron no tener conocimiento ninguno, acumularon un 15%. El resultado es curioso ya que, por la cobertura que han hecho los medios de comunicación, me daba la impresión de que todo el mundo conocía al pie de la letra los pormenores del escándalo.

Los diarios, además de las radios y las revistas políticas, llevaron a sus portadas (y hasta el día de hoy siguen llevando) explicaciones, gráficos y opiniones con el posible desenlace del juicio y sus consecuencias y, desde los editoriales de varios diarios, se alentó la idea de que el voto positivo de Celso de Mello era sinónimo de impunidad para los condenados y de más corrupción para Brasil.

El ministro más veterano del STF Celso de Mello. Pedro Ladeira/Folhapress

Viendo lo que pasó en el país desde junio , imaginé que el miércoles pasado, después de conocerse el voto a favor de la reapertura del juicio, las calles de São Paulo, Rio de Janeiro y Brasilia, como mínimo, iban a llenarse de manifestantes enfurecidos para protestar contra esa decisión. Pero nada de eso sucedió. Quedé un poco confundida: los titulares de los diarios y las revistas y las horas de televisión dedicadas al mediático “mensalão” poco tuvieron que ver con la reacción de la gente. Si como decían los medios, se estaba cometiendo una enorme injusticia y se estaba tomando una decisión que iba a marcar un antes y un después en la historia de Brasil, ¿por qué el pueblo no salió a la calle para repudiar lo que estaba pasando?

La sociedad hace presión (pero mira para otro lado)

También me llamó la atención la justificación del voto a favor de la reapertura del caso de los dos más nuevos ministros del Supremo: Roberto Barroso y Teori Zavascki, que llegaron para reemplazar a otros magistrados que se jubilaron.

Resumiendo, dijeron que las condenas impuestas en 2012 habían sido excesivas y que eso era producto de la presión sobre el STF que había ejercido la sociedad, que buscaba condenas ejemplares y mano dura para los corruptos. Hablando sobre el tema, un amigo me recomendó leer la revista Carta Capital de esta semana. Allí me encontré con una encuesta de la consultora Vox Populi que realizó el año pasado en el momento del auge del “mensalão” y los números volvieron a hacerme algún ruido pensando en lo que habían dicho los magistrados durante su voto. Los datos arrojaron que quienes se consideraban bien informados sobre el asunto sumaban un 18%, pero apenas un 12% podía decir el nombre del tribunal donde estaba ocurriendo el juicio. Además, el sondeo indicó que sólo un 30% de los entrevistados consideraba que “la responsabilidad de los acusados estaba probada”: había un 70% que no estaba seguro de eso. ¿Y la presión social? Otra vez no me quedó otra alternativa que mirar a los medios. Los intereses, parece, van en carriles diferentes.

Integrantes del Movimento Novo Brasil protestan entregando pizzas frente a la sede del TSF. Foto: Eduardo García

Las pizzas voladoras

Otro detalle interesante fue el de las protestas con pizzas, que mencioné al comienzo de este post. Buscando el significado de este tipo de protesta, fui a dar también con una frase que pasó a enriquecer mi portugués, hoy un poco más avanzado de cuándo llegué: “Vai dar em pizza”. Esa expresión se usa para criticar a la política y significa que, a pesar de que haya mucha discusión en torno de un asunto, va a quedar en nada y no habrá consecuencias para nadie. El término surgió dentro del mundo del fútbol y cuenta la historia que, allá por la década del 60, algunos dirigentes del Palmeiras se reunieron para resolver unos problemas. Como demoraron más de 14 horas en ponerse de acuerdo, empezaron a tener hambre y fueron a una pizzería. Después de eso, y de varios “chopes”, todos se fueron a su casa en paz y contentos. Al día siguiente, el diario Gazeta Esportiva sacó un titular que decía: “Crisis del Palmeiras termina en pizza”. Ahora pienso que, con respecto al “mensalão”, hay que tener cautela. Todavía falta un nuevo juicio para saber si “vai a acabar em pizza” también.

 

 

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Por brasilcomn
24/09/13 07:24

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Brasil, más allá de las fotos de Facebook

Por brasilcomn
23/09/13 18:15

POR MARÍA MARTÍN

Que no, que no me paso el día en la orilla de Ipanema refrescándome con agua de coco. Que publicar fotos de playas en las redes sociales no me convierte en una vividora que ha hecho fortuna en Brasil. Se trata de no decepcionar a quien se quedó en España aguantando el chaparrón, porque quien diga que prefiere que comparta las imágenes del infierno que se vive en el metro de São Paulo a las seis de la mañana, o de mis ojos después de 12 horas en la redacción, o de la cantidad de niños que veo pidiendo limosna por la calle, miente.

Las últimas dos semanas trabajé en un reportaje para El País sobre los españoles que vienen a vivir a Brasil, huyendo de una tasa de desempleo del 26.6%. Ya somos casi 100.000 -un 41% más que en 2008-, muchos más si contamos a los que todavía no hemos pasado por el consulado a registrarnos.

Las historias de varios personajes trazan una idea de cómo es vivir en el país, en São Paulo sobre todo, la ciudad escogida por dos tercios de mis compatriotas. Y no, el paisaje no tiene nada que ver con los colores de Tropicalia.

Aunque son historias de relativo éxito, la mayoría de nosotros aterrizó aquí con una idea equivocada, la del agua de coco y el dinero fácil, la del Facebook. Pero los precios, los visados, las diferencias culturales o la burocracia tumban nuestro mito del Brasil como tierra de oportunidades.

Un apunte antes de dejarles con algunos de estos valientes: buscarse la vida como inmigrante en España tampoco es nada fácil. Igual que Brasil no es el país de la caipirinha y la samba, España tampoco es el de la siesta y los toros.

Aprovechen los comentarios para contar sus experiencias, aquí y allí. 

Javier de la Plaza, 41 años, directivo de una importante multinacional española. Foto: Bosco Martín/ www.boscomartin.com

Javier de la Plaza encaja en el perfil más común del inmigrante español en Brasil, el del ejecutivo o directivo de grandes empresas españolas o multinacionales. “Tienen entre 40 y 45 años, vienen con la familia y suelen tener un alto poder adquisitivo. Es un perfil que ya existía, pero que ha aumentado mucho con la  crisis. Algunos llegan aquí ante la perspectiva de perder su estatus en España”, explica el Ricardo Martínez, cónsul general de España en São Paulo.

De la Plaza tiene 41 años y es director comercial para Latinoamérica de una importante empresa española. Llegó con su mujer con la que se casó hace 12 años y sus dos hijas pequeñas. No es el perfil de inmigrante que huye de la crisis, pero el que su compañía decidiese centralizar en Brasil su actividad en Latinoamérica le dio la oportunidad que estaba esperando para vivir, por primera, vez fuera de España.

La veintena de veces que viajó a São Paulo por trabajo le pareció que nunca podría vivir aquí. “En esos viajes ves solo lo malo, los atascos, la inseguridad”, cuenta en su despacho, en la decimoquinta planta de un rascacielos.“Tengo una situación económica buena, no tengo deudas, ni casas por pagar. No tenía necesidad de buscarme problemas, pero me interesaba la experiencia profesional en el extranjero. Vine con otras 70 personas de la empresa, si hubiese tenido que venir yo solo tal vez no habría aceptado”.

Aquel día de junio en el que le propusieron la mudanza pensó en la cara que le iba a poner su mujer. Para su sorpresa ella le dijo: “No puedes dejar de hacer algo por miedo”.

Otro perfil que aparece por aquí es el de jóvenes con licenciaturas, idiomas y másteres que no consiguen un empleo de su nivel en España y acaban sirviendo copas detrás de una barra: arquitectos, ingenieros, economistas, informáticos, artistas y muchos periodistas.

Para los primeros, profesionales técnicos requeridos en Brasil por la falta de mano de obra cualificada, llegar hasta aquí sin un contrato es una inversión que quizá merece la pena asumir. Pero para los periodistas, aunque somos varios los que hemos alcanzado un estatus entre la suerte y la precariedad, es una locura plantarse aquí sin visado, sin planes y sin hablar portugués.

Gonzalo Agut, 33 años, montó su propia empresa de consultoría. Foto: Bosco Martín/ www.boscomartin.com

En el reportaje cuento el caso de mi amiga Miren, a la que admiro porque no abandonó su odisea a pesar de que estaba harta de servir tortillas de patata tras nueve meses sin encontrar trabajo y, a pesar también, de la crisis diplomática que vivimos cuando le rechazaron su primer visado. Ella tuvo suerte, como toparse con un chico que le alquiló una habitación durante meses a un precio simbólico o que el Ministerio de Trabajo reconsiderase su solicitud, pero sobre todo invirtió ganas. Y yo, ante su caso, me quito el sombrero. Muchos coincidimos en que Brasil parece ponerte a prueba durante meses y solo cuando demuestras que de verdad quieres quedarte, las cosas comienzan a funcionar. No todo el mundo lo consigue.

Gonzalo Agut es otro joven con éxito. Burgalés de 33 años cursó en 2009 un máster en comercio exterior en São Paulo y quiso volver a España. “Me ofrecían unos salarios terribles. Puestos de gran responsabilidad por 20.000 euros anuales. Significaba cobrar menos que cuando tenía 25 años”, recuerda.

Su puerta se abrió finalmente otra vez en São Paulo con una empresa de distribución de equipamientos de telecomunicaciones en la que ganaba 30.000 euros brutos anuales.  En 2011 salió y decidió montar su consultora para orientar a pequeñas empresas con intereses en el país. “Me di cuenta de que por muchas de las preguntas que me hacían mis contactos había gente que pagaba mucho dinero por ellas”, resume.

Fernado Flores llegó a São Paulo para abrir la sede de una agencia de marketing digital española. Foto: Bosco Martín/ www.boscomartin.com

El día que Fernando Flores nos recibió en su oficina llevaba 12 horas sentado en su silla y aún no había almorzado. No es que trabaje en condiciones de esclavitud, pero ese día era un buen ejemplo de lo que se viene a hacer aquí: trabajar. “Nosotros funcionamos por resultados”, decía. Fernando tenía un negocio de venta de casas de lujo en Portugal hasta que explotó la burbuja inmobiliaria. Le ofrecieron la posibilidad de montar en São Paulo la sede de T2O, una de las agencias de marketing digital más importantes de España y apenas lo dudó. “Ya me contarás qué desafío profesional puedo tener en España a mis 52 años”.

Flores aconseja a quien quiera abrir su negocio aquí que tenga en cuenta que las inversiones tienen un retorno mucho más lento que en otros países, que todo es más caro y que las puertas se cierran a quien pretenda hacer dinero con un producto que los brasileños ya tengan. “Esto no es El Dorado. Hace falta talento, dinero y tiempo. Y olvidarse de ganar nada a corto plazo”.

Quien no tiene una empresa que le ‘apadrine’ vive ilegal. Consigue un trabajo fijo o freelance, pero cobra en negro. Aunque en Brasil no existe una persecución al inmigrante ‘sin papeles’, como sí la hay en España y en otros países europeos, sin visado no se puede salir y volver a entrar al país, no puede abrirse una cuenta bancaria, no se tiene acceso a la sanidad y cualquier trámite como alquilar una casa debe hacerse a través de otros. Casi todos hemos pasado por ahí.

Esa situación ha llevado a algunos españoles a aprovechar sus noviazgos con locales -o a inventarlos- para casarse y regularizar su situación.

La crítica más concreta que he recibido por el reportaje ‘Menos samba y más paciencia’ -además de las burradas habituales de los comentarios- es que he sido suave, que la situación es incluso peor. No creo que sea para tanto, al fin y al cabo aquí estamos, pero sí es verdad que me dejé un testimonio en el tintero que me puso los pelos de punta cuando lo recibí. Es de una amiga periodista que se puso el mundo por montera hace dos meses y decidió mudarse aquí con sus dos hijos.

Es un testimonio que no aparece en los perfiles que manejan los consulados o las cámaras de comercio. Tampoco aparece en el reportaje. Es el del otro Brasil del que dicen que no hablamos, mucho menos en Facebook.

“Yo soy una recién llegada y no me considero una expatriada (esos son los suertudos), sino una a la que han echado de España. Con 45 años se me habían acabado las posibilidades de trabajar, futuro laboral cero y me negaba a aceptar esta situación. Después de trabajar como autónoma y cerrar mi empresa de comunicación en 2012, llevaba un año mandando currículums y ni siquiera conseguí una entrevista. En marzo vine a ver si me gustaba el país y en julio me vine con mis dos hijos, sin papeles y a probar suerte. Llevo dos meses y ya me he dado cuenta de que conseguir un contrato de trabajo no es fácil, por lo que estoy valorando trabajar por cuenta propia en la enseñanza del español (hice un curso de profesora para extranjeros antes de venir) y como guía turística, para lo que voy a comenzar un curso en octubre que me permita obtener el carnet de guía. Pero esto solo soluciona la supervivencia y no el permiso de residencia. Mi visado de turista acaba dentro de un mes y he tomado la decisión de enviar a los niños de vuelta a España y quedarme de ilegal hasta que solucione los papeles. Si no fuera por los amigos que me están ayudando esto sería imposible. No puedo alquilar una casa excepto las carísimas para turistas, no puedo ni tener un teléfono y aún menos ADSL,  pero los niños están matriculados en la escuela pública y encantados con el lugar donde nos hemos podido ubicar, una isla sin coches a 40 minutos de Rio. También empiezo a pensar que casarme va a ser la única opción”. 

La Secretaría de Asuntos Estratégicos de Presidencia ya ha anunciado que el gobierno prepara algunos cambios para facilitar la llegada de profesionales extranjeros a Brasil, donde solo un  0,3% de su población es inmigrante –la media mundial está en el 3%-.  El ministro responsable de la Secretaría, Marcelo Neri ha reconocido varias veces que Brasil es un país “muy cerrado”, donde todavía se ve a los extranjeros como una amenaza en el ámbito laboral. A los españoles, que no nos hemos caracterizado por facilitar las cosas a los imigrantes, la experiencia en Brasil nos está sirviendo de aprendizaje, por no decir de lección.

 

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Por brasilcomn
20/09/13 13:22

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Venezuela aún no es Mercosur

Por brasilcomn
18/09/13 13:28

POR PAULA RAMÓN

¿Venezuela forma parte del Mercosur?, la pregunta se repetía entre los cubículos del tercer piso del edificio de la Policía Federal en São Paulo dos semanas atrás. Caracas asumió la presidencia pro témpore del Mercado Común del Sur en julio pasado, sin embargo la noticia aún no había llegado a oídos de los funcionarios que a diario tratan con solicitudes migratorias en la ciudad más importante de Brasil. No es descuido de ellos, es que en la práctica, desde la firma nada ha cambiado para los venezolanos que deciden cruzar al sur de su frontera.

Cuando el fallecido presidente Hugo Chávez decidió que la Comunidad Andina de Naciones le quedaba pequeña a Venezuela y comenzó a enfocar la mirada en el Mercosur, no pocas voces se alzaron en contra. Como era de esperar, como todo en el país desde que el líder de la revolución asumió la Presidencia en 1999, el debate político se volvió esencialmente binario: sólo se puede estar en contra o a favor de las posiciones del mandatario, los grises no forman parte de la paleta. 

Con reservas internas yluego de años de vaivenes políticos, Venezuela fue aceptada como miembro pleno del bloque en julio de 2012. Apadrinado por el peso, nada despreciable, de Brasil, Chávez veía su aspiración concretada. Era hora de comenzar a disfrutar de los tan mentados beneficios de formar parte del grupo que, en la década de los 90, fuera una de las apuestas más promisorias de América Latina.

Dilma Rousseff recibe el retrato de Chávez en manos de Nicolás Maduro. Alan Marques/Folhapress

Para quienes no tienen interés en lidiar o entender sobre acuerdos fronterizos, impuestos y condiciones políticas, las ventajas más atractivas e inmediatas para los ciudadanos es la de poder desplazarse y aprovechar oportunidades laborales y educativas prescindiendo de burocracia. Brasil, con sus promesas de progreso y crecimiento económico, comenzó a despuntar como un destino interesante para sus vecinos en la región, que al estar inscritos en la alianza podrían pensar en probar fortuna de forma más simple que en destinos tradicionales como Estados Unidos y España.

Según el censo de 2010 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), la tercera comunidad de inmigrantes del país proviene de Paraguay (24.666 personas), en tanto que la quinta es de Bolivia (15.753 personas), miembro pleno y asociado del bloque sureño, respectivamente. Basta una visita a las oficinas de la Policía Federal para entender esos números y su crecimiento en estos tres años –en São Paulo los bolivianos ya son la colonia más numerosa– para constatar que los venezolanos no han cambiado aún su patrón migratorio: los destinos más codiciados siguen siendo Estados Unidos, España, Colombia, República Dominicana, Portugal y Canadá. 

Sin embargo, para aquellos que rompen el esquema y deciden probar fortuna en estos lares, amparándose en que elMercosur puede representar un acuerdo más rápido que el proceso para conseguir un permiso de residencia, la primera sorpresa es que es justamente Venezuela es el único país del bloque (incluyendo los asociados Colombia, Chile, Bolivia y Perú) que aún no se beneficia del tratado en materia migratoria. Puesto en palabras de un encargado de migración de la Policía Federal “Venezuela será miembro del Mercosur, pero no a nuestros efectos”. 

 

Frontera de Brasil con Venezuela. Lalo de Almeida/Folhapress

No es ignorancia de los funcionarios, ni que al Ministerio de Justicia se le olvidó actualizar los documentos, es que, a más de un año de su inclusión en el bloque, el gobierno venezolano no ha iniciado los trámites oficiales para regularizar la residencia temporal de dos años de sus ciudadanos en Brasil, según explicó el Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño al ser consultado sobre el caso. 

Durante la toma de posesión de la presidencia pro témpore, Nicolás Maduro, heredero político de Chávez, enumeró una serie de ventajas por pertenecer al Mercosur. Arreglos arancelarios, crecimiento del mercado, creación de zonas económicas especiales para fomentar la producción, nuevas inversiones y transferencia tecnológica, entre otros. Las facilidades migratorias para la población no figuraron en el discurso. Poder estudiar o trabajar en uno de los países de la alianza, con menos carga burocrática, nunca estuvo en la larga lista de beneficios repetida durante los últimos siete años por los voceros del gobierno venezolano. 

Caracas, que preside el bloque hasta diciembre, aún tiene tres años de plazo para solicitar la activación del acuerdo de residencia temporal y demostrar que su interés en el bloque no era meramente político y sí una estrategia para ampliar la perspectiva nacional.

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Cara y cruz de la paz en Río de Janeiro

Por brasilcomn
16/09/13 10:18

POR NATALIA FABENI

En la favela Santa Marta, ubicada en el barrio de Botafogo, en la zona sur de Río de Janeiro, de los tiros entre bandas de narcotraficantes que alguna vez atemorizaron a su población solo quedan unas cuantas marcas en una de las paredes de lo que hoy es el cuartel de la Unidad de Policía Pacificadora (UPP).

Esa época de balas perdidas, miedo y violencia descarnada quedó atrás en diciembre de 2008, hace poco menos de cinco años, cuando la primera UPP de Río se instaló en lo alto del morro Dona Marta, en lo que era una de las comunidades más violentas de la ciudad.

Ahora, ese tiempo en el que el Comando Vermelho (CV) manejaba el tráfico de drogas en la favela y peleaba esa plaza con balas de fusil se encuentra en el libro “Abusado”, del periodista Caco Barcellos, quien retrató la realidad escalofriante del tráfico en la favela a principios de la década de 2000, a cargo de Marcinho VP, líder del Comando Vermelho.

 

En una de las paredes externas de lo que hoy es la UPP de Santa Marta aún pueden verse las marcas de disparos de otra época. Natalia Fabeni

Según datos del Instituto de Seguridad Pública (ISP), después de la instalación de la UPP en Santa Marta, una comunidad de aproximadamente 6.000 habitantes, los homicidios se redujeron a cero. En 2007, antes de la pacificación, se habían registrado dos asesinatos.

“Desde que se instaló la UPP, en diciembre de 2008, nunca más se disparó un tiro en esta comunidad”, me cuenta con orgullo el capitán Márcio de Almeida Rocha, que trabaja en la favela desde 2011. No sólo los datos estadísticos ni los más de 120 policías de la UPP hablan de la drástica reducción de la criminalidad, sino que también los habitantes de la favela lo reconocen. “Acá nunca más se escuchó un disparo”, me comenta Paulo Lopes, de 45 años, dueño de un puesto que vende remeras, almohadones y souvenirs frente a la estatua de Michael Jackson, en la explanada homónima, bautizada en honor al fallecido rey del pop que filmó en Santa Marta, en 1996, el videoclip “They Don’t Care About Us.

Hoy, la “Laje de Michael Jackson” es uno de los platos fuertes de la visita a la favela y se cuentan a cientos los turistas que se sacaron fotos con la estatua. Los paseos guiados a cargo de los habitantes de Santa Marta son una de las principales fuentes de ingreso que tiene la comunidad.

Lopes vive en la favela desde hace 30 años y me dice que no hay punto de comparación entre lo que era antes y lo que es ahora: “Hoy ya no vivo con miedo, mis hijos pueden ir y venir solos, si compro algo en la ciudad ya nadie se niega a traerlo hasta acá arriba. Aunque falta mucho por hacer, las cosas cambiaron en Santa Marta”.

Cuando habla de “cosas por hacer”, Lopes se refiere a la infraestructura de la favela. La construcción de muchas de las casas es muy precaria, hay cloacas a cielo abierto, pilas de basura acumulada y cuando llueve los habitantes tiemblan. No sólo por la estructura de las casas, sino también porque el único medio de transporte del morro, el plano inclinado, deja de funcionar. Son más de 200 escalones los que separan la base de la cima.

El espacio dedicado a Mickael Jackson. Paula Giolito/Folhapress

Me mezclo entre madres y niños que van a la escuela y bajo hasta el pie del morro en el plano inclinado. La vista desde lo alto es impactante: el Cristo Redentor, el Pão de Açucar y Botafogo. Abajo, en la Praça Cantão y sus alrededores, el movimiento de los comercios y de la gente es constante. Jaqueline, de 33 años, aprovecha para visitar amigas en el único día libre que tiene en la semana. Nació y creció en Santa Marta, junto a cinco hermanos y decenas de primos, y hoy trabaja en el Palacio Laranjeiras, residencia oficial del gobernador de Rio de Janeiro, Sergio Cabral. Pero no es lo único que hace: gana unos reales extra los sábados trabajando en un geriátrico. Me cuenta que ese dinero lo guarda en una latita, que está escondida en su casa, y que sueña con viajar, con conocer la playa del Noreste.

“No quiero hacer otra cosa, no me importa mudarme, nunca pensé en irme de la favela, acá nací, acá está la gente que quiero, nunca dejaría este lugar”, me explica mientras arregla su cabello en un rodete. Le pregunto cómo era la vida en Santa Marta antes de la UPP. Me responde una cosa que luego voy a escucharla una y otra vez en boca de varios habitantes de la favela: “Si no te metés con las personas que no tenés que meterte, no pasa nada. Cada uno en su rincón, aunque todos nos conocemos”.

Principal medio de tansporte de Santa Marta. Natalia Fabeni

Reconoce, al igual que muchos otros habitantes, que con la llegada de la UPP las cosas cambiaron, pero remarca que todavía hay mucho por hacer y que no todas las favelas “abrazaron” a la policía tal como lo hizo Santa Marta. “Me acuerdo que mi mamá no nos dejaba estar en la calle y hoy los más chicos juegan tranquilos. Mi vida era del colegio a casa y de casa al colegio. ¿Tiros? Todo el día y por todas partes, pero desde que está la UPP nunca más hubo uno”, describe. Como trabaja en el Palacio Laranjeiras, le pregunto por Cabral, blanco de las protestas de los últimos meses enRío de Janeiro. “Si es corrupto tiene que ir preso. Si la gente cree que puede estar mejor y por eso sale a la calle, creo que es justo, lo que no entiendo son los destrozos que generan en la ciudad. Si supieran todo lo que cuesta arreglar lo que destruyen…”, reflexiona.

Mientras camina, Jaqueline se para frente a una peluquería y saluda a Felipe Miranda, que tiene 21 años, y que ese día estrena nuevo oficio: cortar el cabello de hombres y mujeres. Hizo un curso de seis meses y ayuda en el negocio del que es dueña su tía. Para Felipe vivir en Santa Marta es ahora más tranquilo, y cuenta que al principio la convivencia entre los habitantes de la favela y la policía no era fácil, porque había recelo y desconfianza. “Había que acostumbrarse, no éramos nosotros los que teníamos que ganarnos la confianza de ellos, sino ellos de nosotros. Hoy estamos todos más tranquilos, pero es bastante malo cuando no nos dejan hacer fiestas o poner música alta”, se queja. Ese es precisamente el punto de roce más fuerte entre la policía y la gente.

El capitán Rocha me lo explica de la siguiente manera: “Tratamos de evitar esas situaciones en donde haya mucho alcohol, porque es un momento de debilidad, en donde alguno puede salir a buscar droga o alguien puede aprovechar para venderla”. Por eso a los bares y a todo lo que pasa alrededor de ellos los miran con mil ojos, porque el tráfico en Santa Marta todavía existe, aunque en cantidades mucho menores y ya no viene acompañado de crímenes violentos. Por ejemplo, a lo largo de 2012, según datos del ISP hubo 18 incautaciones de drogas. “La gente disfruta de vivir tranquila, por eso, si ve algo extraño o alguien que levante sospechas enseguida lo reporta, así nos ayudan a cuidarlos, porque nadie quiere volver a esos años en donde no se podía ni caminar por el morro”, desliza el policía.

 

Vista del barrio de Botafogo desde Santa Marta, en la zona sur de Rio de Janeiro. Natalia Fabeni

El otro lado de la pacificación 

El año pasado, cuando se cumplieron cuatro años de la pacificación en Santa Marta, el Secretario de Seguridad Pública de Rio de Janeiro, José Mariano Beltrame, dijo que quizás por haber sido la primera favela en Rio en recibir una UPP, fue la que tuvo más éxito en su implantación.

Los mismos habitantes de la favela reconocen que lo que pasa en Santa Marta es diferente de lo que sucede en las otras 33 UPPs instaladas en Río desde 2008 hasta esta fecha, en particular en Rocinha, Mangueira o Alemão. “Tengo familia y amigos en Rocinha y sé que allá no es igual que acá, los policías se aprovechan de las chicas más lindas y eso crea bronca dentro de la comunidad”, dice Jennie mientras sube las escaleras del morro para llegar a su casa.

A principios de este mes, la TV Folha emitió un informe acerca de cómo, tras cinco años de la pacificación, se logró una reducción significativa del tráfico de drogas, aunque las denuncias contra policías por el hostigamiento y desaparición de personas fue en aumento.

A partir de testimonios de los habitantes de las favelas y de documentación de la Policía Civil y Militar, el informe concluyó en que hay denuncias contra el desempeño de los uniformados en 25 de las 33 UPPs de Rio de Janeiro, lo que representa un 76% de ellas.

 

El día a día en Santa Marta. Natalia Fabeni

Además, aunque el número de homicidios cayó un 68%, los datos estadísticos del ISP muestran que hubo un aumento en el número de desaparecidos en las primeras 18 comunidades que recibieron UPPs entre 2008 y 2012, que albergan una población de casi 211.000 personas, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) y el Instituto Pereira Passos (IPP).

Por ejemplo, las desapariciones saltaron de 23 a 133, lo que significa un aumento del 56%.

Una de las más mediáticas, que dio la vuelta al mundo y aún hoy es motivo de protestas fue la desaparición del ayudante de albañil Amarildo de Souza, visto por última vez entrando a un patrullero de la UPP en Rocinha, una de las favelas más grandes de Rio, para ser interrogado. A dos meses de que a Amarildo se lo haya tragado la tierra, su esposa e hijos siguen reclamando justicia y una explicación acerca de su paradero. La mancha que significó en la UPPRocinha la desaparición de Amarildo forzó el cambió en su plana mayor: el coronel Edson Santos fue reemplazado por la mayor Pricilla de Oliveira Azevedo, que ya había comandado la UPP de SantaMarta.

Otro caso emblemático que puso de manifiesto que el tráfico continúa y que los barones de la droga (el Comando Vermelho, principalmente) aún ostentan una porción grande de poder es el deJoséJunior, fundador de la ONG AfroReggae, quien hoy vive amenazado de muerte y que por repetidas intimidaciones de los traficantes tuvo que paralizar decenas de actividades culturales que desde hace más de 10 años desarrollaba en el Complexo do Alemão, una de las favelas más peligrosas de Rio, pacificada desde 2012.

En una reciente entrevista con la revista Trip, Junior dijo que “la UPP, la pacificación fue la mejor cosa que le pasó a Rio de Janeiro en los últimos tiempos” y que, pese a la situación en la que se encuentra, lo que pasó con él demuestra el “debilitamiento del tráfico”, porque, si los narcos estuvieran fuertes, “ya hubiese muerto”. Pese a los errores y a reconocer ciertas críticas, Junior apoya a las UPPs.

“Quien quiere el bien para Rio de Janeiro tiene que querer que ciertas políticas avancen, y la de la pacificación es una de ellas”, afirmó.

 

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Tras las máscaras de las protestas

Por brasilcomn
11/09/13 12:12

POR MARÍA MARTÍN

Los brasileños volvieron a tomar la calle este fin de semana. 

Era el 191 aniversario de la Independencia de Brasil, el día para exhibir el poderío militar del país en varias ciudades, pero el protagonismo se lo llevaron otros, sin buques ni aviones. El país estaba pendiente de los Black Bloc que, entro otras cosas, invadieron el desfile militar de Rio de Janeiro. La jornada acabó con casi 300 detenidos. 

Desde que las manifestaciones de junio perdieron fuelle, los ojos de periodistas, políticos, analistas, profesores y manifestantes, ávidos por entender lo qué se cuece tras las protestas, se centraron en aquellos que, con el rostro tapado y vestidos de negro, avivan las marchas a base de golpes a cajeros automáticos, fachadas de multinacionales o barricadas de basura incendiada. 

Se han dedicado varios reportajes para hablar de ellos. Uno de los más completos y de los primeros en explicar los orígenes del Movimiento Black Bloc lo publicó la revista Fórum. En él se recoge la explicación del estudioso de movimientos anarquistas Jairo Costa con la que recuerda que los Black Bloc no son una invención de ahora. Surgieron en Alemania, en la década de 1980, como una forma utilizada por autonomistas y anarquistas para defender los squats (ocupaciones) y las universidades de las acciones de la policía y de los ataques de grupos nazis y fascistas. 

Enfrentamiento con la policía durante las protestas del Día de la Independencia en São Paulo. Eduardo Anizelli/Folhapress

En el reportaje que publiqué en El País sobre ellos, donde intenté sin mucho éxito aportar algo de luz al asunto, recogí la observación de la profesora española Esther Solano, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) acerca de una característica específica de los que asumen la táctica Black Bloc en Brasil. 

Mientras fuera del país, la corriente Black Bloc es esencialmente anticapitalista, con alguna excepción como la de los enmascarados de Egipto que estaban más centrados en combatir la “tiranía fascista de los Hermanos Musulmanes”, aquí es un movimiento que parece ser más amplio, que lucha por la mejor eficiencia del Estado, por la mejora de los servicios públicos. Al fin y al cabo, los que asumen la táctica de los Black Bloc son, en su mayoría, jóvenes de la periferia que sufren la cara más fea de la mala calidad de los servicios públicos. 

Al otro lado de la ponderación de Solano, que ha decidi salir de su oficina para seguir la trayectoria de estos jóvenes de la periferia, está el reportaje publicado por la revista Veja. Es otro tono, otro enfoque, otro juicio.

No quiero entrar en detalles, pero sí me llamó la atención un cierto regusto machista camuflado en el perfil de una de las integrantes -de ojos verdes- que estaba acampada frente a la casa del gobernador de Rio Sergio Cabral. “Emma también aprecia los momentos de placer”, cuenta con ironía el periodista antes de desvelar que fue vista con dos de los acampados en un mismo día. Es, sin duda, una información reveladora que, en el caso de tratarse de un hombre, habría tenido muchas papeletas para no publicarse por irrelevante. O quizá por obvia. Para colocar el broche de oro al perfil citan a otra activista, “defensora de todas las libertades” que decía: “Si no puedo bailar, esta revolución no me interesa”. 

Y sí, a pesar de los intentos de unos y de otros, los que los condenan –la mayoría– y los que intentan entenderlos, los Black Bloc continúan siendo unos desconocidos. 

Los Black Bloc protestan en la Avenida Paulista, en São Paulo, en una manifestación de apoyo a los actos de Rio. Fabio Braga/Folhapress

 

Aunque no está tan claro que la sociedad brasileña haya dejado las calles por su culpa, es un hecho que no se siente cómoda con su presencia. Ellos mismos lo reconocieron poco antes del esperado 7 de septiembre en su página de Facebook. 

“En las últimas semanas hemos notado un aumento del rechazo a la acción Black Bloc por parte de la población en general y hasta de algunos grupos que también poseen reivindicaciones que consideramos serias […] La destrucción de patrimonio público y privado sin criterio ha sido frecuente y muchas veces injustificada. ¿Quiosco de prensa atacado? ¿Por qué? ¿Para qué? Es comprensible cuando arrancamos señales de tráfico y quemamos papeleras para hacer barricadas contra el avance de la policía, pero lo que hemos visto es un descontrol -perdonen el término- imbécil, que solo dispersa el grupo convirtiendo la palabra bloque en una broma”. 

En Rio de Janeiro, epicentro de las protestas que aún mantienen en vilo a las autoridades, han decidido estrecharles el cerco. La semana pasada, días antes de la gran manifestación convocada por el grupo en todo el país, la Policía Civil detuvo a tres integrantes del movimiento – además de a dos menores- que esperan en prisión un juicio por incitación a la violencia y formación de banda armada –encontraron una especie de palo con clavos para reventar ruedas en una de las casas–. 

“Al ser lanzado […] puede herir a cualquier persona, alcanzar una patrulla policial”, mantuvo la jefa de la Policía Civil para mantener su acusación. Es obvio que cualquier cosa lanzada contra alguien con la intención de herir puede hacer daño, lo contradictorio es que no espere también en prisión el policía que ha dejado tuerto a un estudiante de 19 años tras lanzarle una bomba de gas durante una manifestación. 

Para ponérselo algo más difícil, la Justicia de Rio, capital del Carnaval mundial, también ha prohibido a los manifestantes el uso de máscaras. 

Hay quien piensa que la aparición de los enmascarados ha ayudado a diluir la convocatoria en las calles, lo que beneficia directamente a los intereses políticos; hay quien mantiene que los Black Bloc han secuestrado las manifestaciones pensando solo en su propio interés; también quien cree que el gigante, tras el entusiasmo inciial, se volvió a dormir. 

La cuestión es que pocos de los que filosofan y firman análisis sesudos salen a la calle a empaparse de lo que se está cociendo en las aceras. 

Dicho esto, aprovecho para dejarles una crónica del periodista español Bernardo Gutiérrez, que lleva casi una década en Brasil, para que conozcan con él la cara más rebelde de las calles de la ciudad olímpica.

 

 

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La devaluación y el futuro de Dilma

Por brasilcomn
06/09/13 09:00

POR NATALIA FABENI

Una amiga argentina que trabaja en una multinacional en São Paulo y cobra en dólares me contó la semana pasada que desde hace unos meses consigue ahorrar una pequeña parte de su sueldo, algo que antes no podía hacer.

Ayer, en un supermercado del barrio de Barra Funda, mientras esperaba pagar mi compra semanal, mi compañera de fila, Dona Tereza, se quejaba de los precios y me dijo que entre lo que paga de alquiler y lo que cuesta la comida el dinero ya no le alcanza.

Ni mi amiga, ni Dona Tereza siguen de cerca las noticias económicas. Mucho menos compran revistas de actualidad política, como Época o Veja, que la semana pasada llevaron en sus portadas reportajes sobre la caída del real frente al dólar.  Sin embargo, las dos sienten en sus bolsillos (una para bien y la otra para mal, claro) que el real se devaluó y está dejando de ser una de las monedas más codiciadas, como lo era hasta hace unos años.

El mes pasado, la moneda brasileña llegó a cotizarse hasta 2,45 unidades por dólar y se colocó en sus niveles más bajos frente al “billete verde” en cuatro años. Desde comienzos de 2013, el real se depreció cerca del 20% en relación a la moneda norteamericana y la gran preocupación del gobierno de Dilma Rousseff es el impacto sobre la tasa de inflación, que se llegó en julio a un 6,27%, ligeramente por debajo de la meta fijada, que es del 6,5% al año.

El Ministro de Hacienda brasileño, Guido Mantega, ya había admitido hace unas semanas una “minicrisis” y dijo que “el aumento del dólar podrá tener impacto sobre los precios, en caso de que la depreciación del real se intensifique”.

Fila en un supermercado de São Paulo. Edson Silva/Folhapress

A partir de ahí, el gobierno de Dilma sacó toda su artillería para hacerle frente a esa subida del dólar y calmar los ánimos, cuando falta poco más de un año para unas elecciones en las que Rousseff busca la reelección.

El miércoles pasado, la propia presidenta rompió el silencio y sostuvo que Brasil tiene las armas para enfrentar la disparada del dólar, entre ellas, 372.000 millones de “billetes verdes” en reservas internacionales que sirven como colchón contra la volatilidad de la moneda norteamericana.

Su gobierno también anunció el lanzamiento de un programa para intervenir en los mercados de divisas mediante la inyección de hasta 60.000 millones de dólares en lo que resta de 2013 para frenar la volatilidad de los tipos de cambio.

En este nuevo contexto internacional, en donde las economías que estaban en crisis comenzaron a dar signos de recuperación, y a partir de la subida de la tasa de interés en los Estados Unidos, los capitales empezaron a migrar de los países emergentes, como Brasil, lo que provocó el debilitamiento del real.

Eduardo Andrade, doctor en Economía y profesor del Instituto de Enseñanza e Investigación (Insper), me explicó, además, para una nota que publiqué esta semana en el diario La Nación que el real no solo “acompaña el movimiento ocurrido en otras economías como India, Indonesia y Sudáfrica” sino que también “Brasil dejó de ser el niño mimado del mercado, como reflejo de las políticas equivocadas del gobierno deRousseff, que abandonó el trípode económico que venía desde la época deFernando Henrique Cardoso (y que continuó Lula da Silva), basado en un régimen de metas de inflación, tasa de cambio flexible y equilibrio fiscal. El ambiente macroeconómico se deterioró y la confianza de los empresarios está en baja. En este escenario, no es sorprendente que el real sufra más fuertemente”.

El gobierno de Rousseff está especialmente preocupado porque la devaluación del real podría elevar la tasa de inflación, y con eso cada ciudadano perdería poder de compra. Pero no sólo se verán afectados los viajes, las compras en el exterior y las personas y empresas con deudas en dólares.

El economista y profesor de la Universidad de Sao Paulo (USP) Manuel Enriquez García lo ilustró de la siguiente manera: “Aquellos acostumbrados a comer carne argentina o ir a una pizzería pronto sentirán el impacto de la devaluación, porque las materias primas, que deben ser adquiridas en los mercados externos en dólares, van a costar cada vez más reales”.

De acuerdo con los analistas, y con el sentimiento del día a día en la calle, la verdadera alarma para Dilma es que frente a la pérdida de poder de compra, los brasileños tengan que ponerle un freno al consumo, lo que podría llegar a costarle su reelección el año que viene. Es así que todos, principalmente la presidenta, van a estar pendientes de cómo evolucionarán las medidas tomadas hasta ahora para contener la disparada del dólar.

El miércoles, tras sufrir un rebote, la moneda brasileña se apreció 0,16% y cerró en 2,356 reales por unidad. Ahora, más que nunca, toman sentido para Rousseff las palabras pronunciadas por un asesor de Bill Clinton durante la campaña presidencial de 1992, cuando le ganó la elección a George H. W. Bush (padre): “Es la economía, estúpido”. Tal como me comentó Andrade, “los electores votan en función de sus perspectivas económicas”.

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Brasil, bueno, bonito y ¿barato?

Por brasilcomn
04/09/13 12:25

POR MARÍA MARTÍN

Cuando llegué a Brasil, sin trabajo, sin visado, sin perspectiva ninguna de lo que haría con mi vida, me surgió la oportunidad de trabajar para una revista sobre fondos de inversión. Recuperaba asuntos publicados en la prensa local, hacía entrevistas e intentaba publicar temas propios a razón de cinco artículos por semana. Cobraba 400 euros al mes, 526 dólares.

El día que me reuní con mis jefes en Madrid estuvimos hablando del proyecto, de lo importante que era Brasil en estos momentos y de lo interesante que sería escribir un blog desde allí. Pedí más dinero.

– Pero si con 400 euros allí debes tener un apartamento en la playa

Me entró la risa. Primero porque en la ciudad de São Paulo no hay playa y segundo porque no podía creerme que alguien pensase todavía que con esa miseria, que no es ni un salario mínimo en España, podía vivir dignamente en Brasil. Aún menos en São Paulo, la ciudad más cara de América del Sur para los expatriados, la decimonovena del mundo, según el último informe sobre coste de vida de la consultora Mercer.

Brasil no es esa exótica república bananera de agua de coco y caipirinha a un real que muchos piensan. El lunes el Instituto Brasileño de Turismo Embratur publicó un informe que refleja cómo los de fuera tenemos una idea equivocada de lo que cuesta vivir en el país, sobre todo en las principales capitales como Rio de Janeiro, São Paulo o Brasilia, las ciudades más caras del continente.

Según la encuesta, un tercio de los 537 extranjeros entrevistados que visitaron Brasil durante la Copa de las Confederaciones se sorprendieron con los precios de las seis ciudades sede. Les parecieron caros los hoteles, los taxis y los billetes de avión. Y con razón.

Recorrer en taxi el trayecto de menos de cinco kilómetros que lleva del barrio de Jardins al animado Vila Madalena no sale por menos de 20 reales (US$ 8). Embarcar en el puente aéreo São Paulo-Rio este fin de semana es imposible por menos de 360 dólares (R$ 860).

Pero la vida del turista, aún siendo víctima de su propio estatus, es más agradecida que la del ciudadano común.

Precio del tomate italiano en abril de este año: 3,8 dólares el kilo. Rivaldo Gomes/Folhapress

A pesar de que tras las protestas de junio se redujeron las tarifas, mi monedero sangra cada vez que subo al autobús o entro en el metro. Tres reales, 1,26 dólares, más de cinco veces el precio que pagan mis colegas en México DF -donde el estado subvenciona dos tercios del coste del servicio- o en Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador. Unos 0,70 céntimos menos de lo que cuesta en Madrid, donde circula una de las mejores redes de suburbano del mundo -nada que ver con el servicio ofrecido aquí-.

Aún así debo dar gracias por poder viajar en transporte público en una ciudad donde aparcar el coche puede costar hasta 15 dólares por hora.

Aún recuerdo cuando entré en el Carrefour por primera vez para hacer mi primera compra. Salí con una lechuga y dos zanahorias. Me escandalizó el precio de cosas básicas como las bolsas de basura, las tablas de planchar, las sartenes, las perchas para colgar la ropa, el vino, las setas o los tomates. Ahora porque ya estoy anestesiada, pero mi alboroto debería ser mucho mayor tras comprobar los efectos de la inflación.

¿Casa? A día de hoy no tendría cómo permitirme vivir en un apartamento para mi sola en una zona relativamente acomodada de la ciudad. Un amigo que vive en el barrio de Santa Cecilia, fronterizo con el degradado centro de la ciudad, paga 711 dólares (R$ 1.700) por un estudio con una habitación, un saloncito y una cocina diminuta; tiene una pequeña terraza linda, eso sí. Otro amigo ha visto como su alquiler de un piso de tres habitaciones en el barrio de Vila Madalena, considerado zona bien, pasaba de 1.000 a 1.255 dólares en tan solo un año. En México DF, un gran amigo paga 987 dólares por dos habitaciones en el mejor barrio de la ciudad. En España, por ese precio, uno ya puede vivir a sus anchas en acabados de mármol.

Entre las pocas cosas que me parecen asumibles –además de la cerveza, el esmalte de uñas y las plantas de interior- está el servicio móvil de Internet. Pago menos de cuatro euros al mes. ¿Cómo? Porque es de prepago, porque la velocidad razonable de descarga se desploma a los cuatro días, porque se cuelga cuando quiere y porque me paso la vida enganchada al wifi. Pero es que en España mis facturas no bajaban de los 100 dólares.

En este sentido soy una especie aparte, lo sé, porque el servicio de Internet móvil es el que más reclamaciones acumula del país -después de los bancos- y el que más decepcionó, por ejemplo, a los peregrinos que llegaron a Rio en la Jornada Mundial de la Juventud. Un 30% de ellos se quejó de la calidad y de su precio, según otra encuesta de Embratur.

Por si les queda alguna duda de lo que intento explicarles pueden echar un vistazo al post en inglés de Vincent Bevins donde cuenta sus desventuras con Vivo por una factura de 3.000 dólares.

En fin, la lista es larga y les he evitado los restaurantes, a los que solo me acerco en ocasiones especiales, así como las peluquerías, tiendas de electrodomésticos, cines o conciertos de grandes artistas. Brasil es un país maravilloso, pero tiene poco que ver con un bazar al por mayor rodeado de palmeras. Si estas son mis quejas, mientras algunos euros sanean mis cuentas bancarias mensualmente, imaginen las de la famosa nueva clase media que vive con un salario mínimo de 284 dólares.

 

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Tránsito nuestro de cada día

Por brasilcomn
02/09/13 12:07

POR PAULA RAMÓN 

Ir al trabajo hoy no ha sido fácil ni barato para los pasajeros que dependen de nueve líneas de autobús de la zona oeste, y de 41 que circulan en la zona sur de la ciudad. Huelgas y protestas han impedido el funcionamiento de estas rutas esta mañana y han dejado a un sinnúmero de pasajeros buscando alternativas para llegar a sus destinos. En mi caso fue un taxi y un gasto imprevisto de 20 dólares, mientras que para otros fueron nuevas rutas, más dinero o un día de permiso.

El tráfico no se ha convertido en el tema del día de la noche a la mañana. Las carencias del sistema de transporte público en São Paulo alteran de tal forma a los usuarios, que en junio pasado fueron el motor de la principal revuelta social de Brasil de las últimas dos décadas.

Las cantidad de horas que los usuarios pasan detenidos en las calles de la ciudad son motivo de conversación diaria. La Compañía de Ingeniería de Tráfico (CET, por sus siglas en portugués) indica que hay 7,5 millones de carros registrados en la mayor urbe del país, de los cuales 3,5 millones componen la flota circulante -o un auto por cada tres habitantes-. El promedio de los atascos puede variar, alcanzando hasta 300 kilómetros –reciente récord-, dependiendo del horario y la zona en medición.

El día 26 de julio, São Paulo registró una congestión de 300 kilómetros, un récord histórico en el periodo nocturno. Evaldo Fortunato/Futura Press/Folhapress

Pero las colas no son el único reclamo. Según datos de la Prefectura de São Paulo, en promedio, cada día 8,8 millones de personas utilizan la red de autobuses para circular por la ciudad. Para este porcentaje de la población, atrasos imprevistos, accidentes, errores de los conductores y unidades rebasadas son elementos diarios que marcan el comienzo y el fin de sus jornadas.

El precio del transporte público en Brasil hace que la mala calidad del servicio destaque aún más. Un estudio realizado hace tres meses por el profesor de la Fundación Getulio Vargas, Samy Dana, y el economista Leonardo Siqueira de Lima, revela que el brasileño tiene que trabajar más que los ciudadanos de 12 ciudades de América, Ásia y Europa para costear el transporte público.

Luego de la reducción de la tarifa, apoyados en datos del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística, del Banco Mundial y de las alcaldías de cada ciudad, los especialistas determinaron que en São Paulo una persona tiene que trabajar 12,8 minutos para pagar un pasaje, tiempo nueve veces mayor de lo que le toma a un vecino de Buenos Aires.

Otro estudio de los autores muestra que si bien el costo en São Paulo es mayor al de otras ciudades de Brasil, la diferencia salarial deja los ciudadanos de regiones como Amazonas, Bahia o Mato Grosso trabajando más tiempo para cubrir los gastos de movilidad.

A juicio de Dana, autor de ambas investigaciones, para mejorar la calidad del servicio, Brasil necesita ajustarse a parámetros internacionales. “Aunque los precios de los pasajes fuesen iguales a los de otras ciudades alrededor del mundo, estaríamos en desventaja, porque en esos países el transporte público llega a más lugares, funciona durante la madrugada y muestra más calidad”, comentó el profesor en junio pasado.

En el asfalto paulistano nadie la tiene fácil. Quien tiene carro reclama de las horas que pasa retenido en el tránsito; los pasajeros se agolpan en las paradas de autobús por tiempo indeterminado; los ciclistas exigen espacio y reconocimiento; los peatones tienen que lidiar con una ciudad que los excluye; y los motorizados tienen que surfear entre los retrovisores para desplazarse.

 

Pasajeros en la estación de metro de Jabaquara donde el pasado noviembre había que esperar 15 minutos de fila solo para alcanzar los tornos de entrada. Vinicius Pereira/Folhapress

En estos puntos, el centro económico de Brasil puede no ser diferente de otras capitales de la región que también se ven rebasadas por los cambios que impuso la migración y los nuevos modelos de desarrollo. Quizá por esto, puede que sea difícil para los ciudadanos de Caracas o Santiago de Chile entender por qué en junio miles de personas se lanzaron a las calles frustrados por el mal servicio en el transporte público y por los interminables “quilômetros de lentidão“, que a diario reporta la CET.

Pero tal vez haya una diferencia. Durante los últimos tres años se esparció por el país un sentimiento de “Brasil vai”. El optimismo de convertirse en una nación con números de primer mundo tomó a buena parte de la población, y las expectativas estaban a flor de piel. Los compromisos internacionales – ser sede para los mayores eventos deportivos del mundo: Mundial de 2014, y Olimpiadas de 2016- ayudaron a impulsar aquella visión del país que “agora vai”. Brasil crecía y, al contrario que sus vecinos, se volvía un referente regional. Al igual que sus Havaianas, había logrado transformarse en una marca de moda.

El problema viene de lejos. Pasajeros intentan embarcar en un autobús en la zona sur de la ciudad en 2010. Rivaldo Gomes/Folha Imagem

Pero la ilusión tropezó con la realidad de una nación que no seguía al pie de la letra las estimaciones económicas. Cuando los indicadores se distanciaron de los patrones esperados, los brasileños también comenzaron a comportarse de forma inesperada. Este componente psicológico, tal vez puede ayudar a entender porque menos de diez centavos de dólar costaron tan caro a la jerarquía política. Es que le experiencia diaria de esperar un autobús por una hora y pasar otros 90 minutos a bordo, de pie, puede transformar a cualquiera en el militante más radical de los Black Blocs.

El tema no sale de la pauta editorial. Al tiempo que el alcalde de São Paulo, Fernando Haddad (PT), promete nuevos corredores y expone fórmulas para garantizar la financiación del transporte público sin aumentar los costos para los pasajeros, una evaluación reciente de la SPTrans, la empresa municipal de transporte, reveló que en los primeros seis meses de su gestión, empeoraron los servicios prestados por 13 de las 19 empresas de autobuses de la ciudad.

En una suerte de juego del huevo y la gallina, las operadoras responsabilizaron a las manifestaciones y al tránsito de la capital. Las empresas con las peores evaluaciones fueron dos líneas que trabajan en la zona este, conocida por ser la más pobre de São Paulo.

La movilidad urbana, o mejor dicho, la falta de, no tiene soluciones inmediatas, tiene aspirantes a paliativos. La CET anunció una posible ampliación del “rodízio” o control de carros por número de placa, que abarcaría vías fuera del llamado centro expandido. La meta es mejorar la velocidad de los autobuses para incentivar a los conductores a pasar de la estadística de carros particulares a engrosa la de pasajeros, pero, desde su aplicación en 1997, la medida no ha incidido en la disminución de la compra de automóviles. De hecho, muchas familias compran dos y tres vehículos para poder sortear la restricción. Eso en una ciudad donde un estacionamiento puede costar hasta US$ 15 por hora. 

Entendiendo que los dramas de los usuarios van más allá de la lentidão del tránsito, no es tan simple culparlos. Hace unos días, Leonardo Sakamoto, periodista y politólogo, resumió la disyuntiva en su blog: “¿Estamos preparados para que la prioridad sea el transporte colectivo en vez del individual, o vamos a continuar defendiendo eso como una idea bonita, pero para los otros?”.

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