Por qué Brasil no tiene rock
21/05/15 14:51POR CARLOS TURDERA, DE SÃO PAULO
“Bueno, vos viste que el rock en Brasil no existe…”, me dijo uno de los integrantes de Fernández Fierro -la orquesta de doce jóvenes recién salidos del conservatorio, que renovó la escena del tango argentino- cuando les pregunté, en su primera presentación en São Paulo, en febrero de 2007, qué conocían y qué les parecía el rock que se hacía por aquí.
El músico no estaba siendo peyorativo o exageradamente elogioso, dos posibles significados para ese “no existe” argentino. Describía, con la contundencia que los 20 años de edad le imprimen a cualquier respuesta, el escaso material que él etiquetaría como #RockBrasil.
La pregunta venía al caso porque, a pesar de ofrecer un repertorio típicamente tanguero (con arreglos innovadores, pero siempre dentro del género), sus integrantes tenían, en promedio, esa edad en que se suele escuchar más música “rebelde” que otra cosa. Pero también porque su puesta en escena recordaba mucho a la irreverencia del rock.
Nación samba
No puede decirse que el rock brasileño no existe. Hay artistas de gran notoriedad cuyas canciones, por ejemplo, fueron música de fondo para luchas generacionales asociadas con el rock. Algunos llegaron a desafiar a la dictadura militar, clamando por elecciones directas en los años 80, en un gesto que es la esencia misma de la actitud roquera en cualquier latitud: la contestación al sistema.
No puede decirse tampoco que no haya medios para su difusión. Hay estaciones de FM especializadas, radios web, señales de TV, publicaciones y estructura apropiada para shows masivos. El propio gobierno municipal de São Paulo promueve artistas del género en grandes eventos, como la “Virada Cultural”, 24 horas de espectáculos al aire libre, en que los escenarios suelen llenarse cuando se presentan atracciones internacionales.
No obstante, los locales en esos medios aparecen diluidos en un tsunami de nombres extranjeros y por ello es bastante común que un “gringo” (como llaman aquí a cualquier visitante de otro país) no tenga muchas referencias cuando se le pregunta sobre el rock brasileño. Lo mismo ocurre cuando un brasileño busca acertar el nombre de algún músico popular latinoamericano. Ya cuando se le pregunta sobre estrellas del rock norteamericano o europeo, la cosa cambia.
Es que en el trópico la producción musical es tan grande y diversa que el rock no alcanza masa crítica. Puede que se escuche bastante rock, pero se produce poco. Agreguése a ello el hecho de que aquí casi todo se mezcla, en una suerte de gran licuadora sincrética, lo que da como resultado el samba-rock, el mangue-beat, el rock-MPB (Música Popular Brasileña), el rap-rock o el trop-rock, sin contar los híbridos con la electrónica.
País continental
Brasil ha creado uno de los más grandes festivales de rock del mundo, Rock in Rio, que ya lleva 15 ediciones, en las que ha reunido a 7,7 millones de espectadores, según datos de los organizadores. Pero sólo cinco de esos eventos fueron realizados en su ciudad natal, donde su coherencia conceptual ha sido cuestionada, aún desde el entretenimiento, por ser escenario para celebridades como Beyoncé, Ivete Sangalo, Claudia Leite y David Guetta, entre otros.
El 17 de mayo pasado, la marca celebró haber reunido a 172.000 personas en Estados Unidos, con Bruno Mars como atracción central y una lista de artistas brasileños más vinculados a ritmos danzantes que a aguerridos riffs eléctricos. Este año, el festival conmemora 30 años de vida. Para los siete días que durará la programación en Brasil, las entradas estuvieron a la venta durante 24 días, a unos 125 dólares por fecha, incluyendo hospedaje y transporte hasta la Ciudad Rock desde las terminales de Río.
A efectos comparativos, la primera versión del festival TomorrowLand ostentaba, dos semanas antes, en la bucólica campiña de São Paulo, un poder de convocatoria en los moldes de Woodstock, pero con la celeridad de la era digital: 180.000 entradas vendidas en apenas tres horas para tres días de ritual en torno de una centena de DJs electrónicos. El precio de la fiesta: de 300 a 850 dólares.
Un dato más: este miércoles 20 de mayo, los diez primeros lugares en el iTunes de Brasil para la categoría “rock” eran ocupados, en orden ascendente, por dos temas de los Beatles, uno de Pink Floyd, una balada acústica de Scalene (banda en ascenso, formada en Brasilia), cinco canciones de Legião Urbana (también de Brasilia, pero de los años 80-90) y un título de Malta en el primer puesto (banda de São Paulo, de “rock romántico”, que en 2014 ganó un concurso televisivo).
Funk the world
En São Paulo existe un edificio de seis pisos, de formas onduladas, que alberga 450 locales comerciales. Allí es posible encontrar material suficiente para fundar una Universidad del Rock. Tras la extinción de las disquerías que le dieron origen, el lugar se reinventó como Galería de Rock y hoy es la meca de quien busca ropas, tatuajes y accesorios de moda.
Muy cerca de allí está la esquina más famosa de la ciudad, la de Ipiranga y Avenida São João, que, si no fuera cantada en “Sampa” por Caetano Veloso, bien podría inspirar un tema de rock. Lo mismo que otras composiciones, como “No existe amor en SP” (Criolo), “Punk da periferia” (Gilberto Gil) o “Augusta, Angélica e Consolação” (Tom Zé), que tienen una poética próxima del rock urbano.
Y, para completar, si géneros como la MPB, el hip-hop o el samba producen letras que no desentonarían en un clásico 4/4, la carga transgresora y contestataria más extrema de Brasil hoy no está en el rock, sino en el funk, ese ritmo afro que es el menos políticamente correcto entre los géneros “rebeldes”, resistido incluso por la misma gente del rock. Tal vez a eso se refería el joven tanguero al decir que el rock en Brasil no existe. Pero eso es tema para otro post.