Río de Janeiro: hogar digno y necesidades desnudas
12/03/15 16:35POR GABRIEL BAYARRI, DE RÍO DE JANEIRO
El escritor checo Franz Kafka escribió en “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones” que muchos de nosotros chillamos sin darnos cuenta, sin saber siquiera que chillar es una de nuestras características, y que como los ratones, el ser humano pertenece a una especie de alta fecundidad y peligro existencial, donde una nueva generación de niños y roedores empuja rápidamente a la anterior.
Fue en “La ideología alemana” donde Karl Marx y Friedrich Engels propusieron que las necesidades son, por naturaleza, acumulativas e irreversibles.
O, dicho de otra forma, que una vez adquirida una cama, no querrás volver a dormir en la calle, pudiendo aumentar la intransigencia hasta el infinito, es decir, hasta los confines de sentir un guisante bajo el colchón.
Sólo así se justificaba la construcción de castillos medievales, el absolutismo inconmensurable, el crecimiento desmedido de las dimensiones de la propiedad, o hasta sustantivos abstractos de trazo filosófico, como la ambición, la codicia, la avaricia, y todas las otras “icias” que siempre provienen de un exceso.
No obstante, más poderosos que la necesidad o el capricho son los desahucios, la decadencia social, la crisis o la inmigración forzada en busca de empleo, capaces de arrasar con la gran mayoría de las cuestiones categorizadas hasta ahora como “necesarias”, desplazando las antiguas necesidades al campo del privilegio: propiedad particular, apartamento individual, privacidad, calefacción, aire acondicionado, ventilación, ventanas, familia, hospital, seguridad alimentaria, medio de transporte, remuneración, tiempo de descanso, muebles… y una innumerable cantidad de elementos que han conformado nuestro imaginario, expectativa y lista necesaria ante lo que debe considerarse un “hogar digno”.
Resulta así que para discutir acerca del fenómeno de la especulación inmobiliaria en Río de Janeiro, ciudad con barrios más caros que la isla de Manhattan, es mucho más práctico utilizar el término “sobrevivir” al término “vivir”, que se convierte en un verbo sobrecargado de connotaciones relacionadas con el nivel de bienestar, con la calidad del menú, el aroma frutado del vino o el funcionamiento del ascensor.
“Sobrevivir” aporta la máxima desnudez posible a la necesidad, su término más fiel, pues es sinónimo de “perdurar” o “subsistir”.
“¿Dónde sobrevives?”, pregunté en una ocasión a Manuel, un español que trata de abrir un negocio en Río y vive en el barrio de Copacabana.
“Pago un alquiler de 1100 reales mensuales (aproximadamente 400 dólares) por un zulo de 1 metro x 2,5 metros. Llegué a ver otros lugares, algunos parecían auténticas prisiones. Tengo que dormir con tapones para no volverme loco. La ventana da a un espacio interior donde hay una máquina de aire acondicionado y el extractor de humo de un bar, mal instalado, huele a frito todo el día. Tengo una compañera de piso que no tiene ni una ventana y paga 1000 reales (cerca de 350 dólares). La gente se aprovecha mucho de la necesidad ajena. En España este tipo de vivienda no tendría cédula de habitabilidad”.
Según un estudio del Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (Ipea), entre 2007 y 2012, por lo menos medio millón de familias de la ciudad con renta de hasta 3 salarios mínimos (unos 600 dólares) gastan más del 30% de su salario en su vivienda, cuyo alquiler ha aumentado en 10 años más de un 50% .
Además, las agencias inmobiliarias establecen dificultades infinitas para aceptar los avales que garanticen el pago del alquiler: el aval debe cumplir una serie de requisitos que “ennoblecen” a las zonas ricas de la ciudad, como es con frecuencia el requisito de tener dos propiedades o pertenecer a la misma ciudad del interesado, generando una casta endogámica del perfil de vecino de los barrios nobles y que impiden el ingreso de los extranjeros en la ciudad, obligados con enorme frecuencia a caer en el mercado negro del subalquiler.
Así, la especulación inmobiliaria demuestra una máxima expresión de talento creativo, donde espacios peligrosamente similares a grutas, cuevas, pozos, cavernas húmedas, vertederos, madrigueras o ratoneras, se convierten en nuevos espacios habitables por donde corretea desnuda la necesidad, apartamentos “aptos para la supervivencia”, aunque camino de convertirse en espacios privilegiados.