El ingeniero que no quiere parar
17/02/15 10:37POR CECILIA ARBOLAVE, DE SÃO PAULO
Era comienzo de diciembre y una brasileña y un italiano pasaron por la Banca Tatuí, en el primer día de la obra. Era un kiosko desnudo, sin techo y con mucho polvo. Pasaron para comprar un libro pero se terminaron quedando casi una hora charlando con el simpático jefe de obra, Mario Figueroa.
No recuerdo bien los temas, pero era ya de noche y el chileno los invitó a comer algo y a tomar una cerveza en el bar de al lado. No se conocían y no había obligación de invitarlos. Pero la explicación de Mario para ese gesto fue algo como: “Siempre me trataron tan bien en el extranjero, que me gusta devolver el favor de alguna forma.”
Este ingeniero mecánico, que vive en Brasil desde hace cuatro décadas, tiene 76 años pero no parecen pesarle tanto como uno se imaginaría. Basta verlo trabajar en obras, levantando peso, cortando chapas metálicas, soldando y dando órdenes a su equipo, para admirar su vocación y resistencia.
Cuando no está dedicado de lleno a este tipo de proyectos, trabaja como consultor en una empresa metalúrgica: Mario está siempre trabajando.
Es buen conversador y si uno se sienta con él, de a poco, va revelando detalles de su biografía. Como por ejemplo que fue piloto comercial y militar, que integró la Fuerza Aérea de Chile y que realizó muchos rescates aéreos.
Tuvo una propuesta para trabajar en la ex aerolínea brasileña Varig, pero desistió porque sabía que la vida en las nubes lo alejaría de su mujer, Nuri, y de sus tres hijos, Mario, María Soledad y Rodrigo.
Esa oferta fue una de las tres que recibió en 1974, cuando participó de un congreso en Río de Janeiro. Mario volvió a Chile animado con esas puertas abiertas, pero aún así con dudas. Eran tantas que demoró un año en tomar la decisión de mudarse a Brasil y, cuando finalmente pisó tierras paulistanas, se quedó sin el pan y sin la torta.
Pero no demoró más que dos semanas para conseguir trabajo en la industria de alambres. Desde entonces, pasó por varias empresas de diferente porte, trabajando siempre con producción, construcciones, máquinas y equipamientos metalúrgicos y siderúrgicos. Adoptó Brasil como su nueva residencia y hoy vive en Santo André, en la región metropolitana de São Paulo.
HERENCIA DE FAMILIA
Conocer su pasado ayuda a entender esa vocación por el trabajo. Su padre, que capitaneaba barcos, trabajó hasta morir, a los 83 años. Creó la primera escuela industrial de pesca, que ayudó a cambiar la imagen de los pescadores y profesionalizó esa labor.
Cuando Mario era universitario y vivía con su familia en la ciudad de Concepción, en la zona Centro-Sur de Chile, estudiaba con disciplina, pero también con rabia. Le dolía ver a su padre despedirse y salir en el medio de la noche a enfrentar el Pacífico para sustentar a la familia.
“En mis cuadernos de matemática, hay manchones con lágrimas de impotencia”, recuerda Mario.
Pero esa dedicación a los estudios le trajo buenos frutos. Gracias a su buena formación y a su trabajo desde temprano, Mario pudo darse ciertos lujos, como la compra de una moto. “Tenía una vida de ‘filhinho de papai’ [expresión brasileña para una vida de rico], pero era con esfuerzo. Disfrutaba de la vida, pero estudiaba mucho.”
De adulto y con familia formada, pudo conocer el mundo y darle una buena educación a sus tres hijos. Uno de ellos es el arquitecto Mario Figueroa, a quién le enseñó las posibilidades de usar el acero en la construcción.
Ese conocimiento resultó en proyectos como el imponente Museo de la Memoria, en Santiago, la capital chilena, que llama la atención por su entramado metálico y paredes de vidrio. Padre e hijo trabajan juntos hasta hoy en diferentes obras, sean museos de gran escala, reformas en residencias o hasta pequeños kioscos de revistas.
MÁS DE LO QUE IMAGINABA
Al hablar, Mario mezcla un poco de español y portugués, manteniendo su tonada chilena. Entre una historia y otra, el ingeniero me vuelve a sorprender al contarme que fue nadador profesional: compitió en piscinas, lagos, ríos y mar abierto.
Cuando estaba en la universidad, entrenaba a la noche en un lago de Concepción, mientras que su padre se quedaba en la orilla, dentro del auto con las luces prendidas, para que Mario pudiese encontrar el camino de vuelta en la oscuridad.
Entre otras curiosidades, me dice que trabajó con todo tipo de equipamientos, que participó de pruebas de máquinas de submarinos, que también sabe luchar, que participó de la construcción de caminos en Chile y que conoció a Pablo Neruda, entre otras personalidades famosas.
“Pienso que mi vida valió la pena, que hice más de lo que yo mismo imaginaba y que soy un hombre feliz”, reflexiona.
Pregunto si quiere jubilarse algún día, ya imaginando una respuesta negativa. “Si uno para de trabajar, teniendo condiciones de hacer cosas, acepta que se está muriendo. Y yo no me voy a preparar para el fin.”
lindo e emocionante artigo. parabéns, Cecília !