Llanto y lluvia
30/01/15 15:37POR GABRIEL BAYARRI, DE RÍO DE JANEIRO
Narra un viejo refranero brasileño que no se debe tener miedo de la lluvia, pues el ser humano no está hecho de azúcar y no corre el peligro de deshacerse bajo el agua.
Semejante afirmación provoca un baile de calle bajo aguaceros tropicales, que hereda los elementos ritualistas de los pueblos amerindios, de los graznidos chamánicos que entonan al compás de la percusión la llegada de las nubes y el chispeo del oro líquido que completa el ciclo vital del pueblo y la tierra del Brasil, un país que almacena el 14% del agua dulce del planeta .
Contra toda previsión de la sabiduría ancestral y moderna en materia meteorológica, los rituales no están consiguiendo cambiar el rumbo del viento.
En un artículo reciente, del diario “Folha de S. Paulo” informó que un 68% de los paulistanos tuvieron problemas con el abastecimiento de agua en los últimos 30 días .
Ocurre también que la sequía nordestina está ganando terreno, zona oscura y desértica que todavía virgen queda lejos de ser ganada por cualquier tipo de civilización, donde carreteras y vías ferroviarias son absorbidas por el óxido y la arena, y los ríos y afluentes navegables por la piedra y el viento, secos enemigos del Brasil.
Se deja de respirar el perfume húmedo que desprende la selva, cálido, bochornoso, de fruta fermentada, que embriaga y cansa de forma deliciosa, que otorga un compás vital.
Crisis por la falta de agua en Brasil
En medio de esta grave crisis de abastecimiento de agua en Brasil un informe del gobierno federal muestra que el 37% del agua tratada para el consumo se pierde antes de llegar a los grifos de la población.
La principal causa es la falta de manutención de válvulas y cañerías en las ciudades. La pérdida de agua en las cañerías es el indicador que menos avanza en los índices de saneamiento, de acuerdo con el mismo informe.
En 2010, la pérdida de agua supuso un perjuicio económico de 1300 millones de reales (cerca de 500 millones de dólares).
Recuerda un pueblo afrobrasileño tiempos de tinajas, aquellos en los que cada cántaro de agua era agradecido con un canto a Iemanjá, orixá de los mares, cuando el preciado líquido se subía a pulso en vasijas de barro, balanceándose sobre las cabezas mulatas.
Tal vez debamos cantar juntos y más alto, dejándonos las amígdalas en un grito de tormenta, que comienza a ser de guerra, no sólo contra la inminente sequía, un grito de guerra que atraviese las nubes y llegue hasta los todopoderosos encorbatados, aquellos capaces de establecer estrategias de trileros en la política del agua, aquellos que lloran la falta de lluvia como cortina de humo ante la real necesidad de inversiones en infraestructura básica.
Tal vez, con eso sea posible conseguir que el trueno retumbe en sus oídos, con un embate tan potente que aire y agua pulvericen la larga noche de espera, y que llore Brasil, pero que lo haga de húmeda alegría.