Boipeba, ejemplo de prostitución ambiental
08/12/14 11:03POR GABRIEL BAYARRI, DE RÍO DE JANEIRO
Ojos que descienden de navíos negreros nos observan curiosos en la isla de Boipeba, insertada en el archipiélago de Tinharé, en el litoral del estado brasileño de Bahía.
Cuentan que el nombre de Boipeba deriva de la lengua tupí (m’boi pewa), que significa “cobra chata”, una denominación indígena para la tortuga marina.
En razón de la importancia del patrimonio natural y de la necesidad de protección de los ecosistemas, el gobierno del estado de Bahía creó el Área de Protección Ambiental (APA) de las islas en 1992.
En el corazón de la isla encontramos el virgen poblacho de Monte Alegre, de 90 personas, reconocido en el año 2006 por la Fundación Palmares como comunidad quilombola, descendiente de esclavos africanos que mantiene tradiciones culturales, de subsistencia y religiosas a lo largo de los siglos y que tiene derecho a la titulación de sus tierras.
Las viviendas son de arena, los techos de paja hilada, un trabajo artesanal en el que luchan los vecinos para hacerlas impermeables. Media docena de casas se yergue en el pico de la colina, zona serrana de la isla.
Aquí la pesca no es tan común. Nos observan desde sus chozas ojos todavía vírgenes de la sociedad artificial, almas limpias, un pueblo trabajador de la recolección de las plantaciones de coco, dendé y frutas como el mango, el cajú o la mangaba.
Sonrisas sin dientes, sonrisas transparentes de un pueblo que conoció la maldad del sistema esclavista, aunque no parece guardar rencor, o lo guarda dentro de sus entrañas.
Una piedra en forma de corazón preside la barraca de João, agricultor, vendedor y consumidor de cachaza. Diez kilos de corazón fósil, tallado en una sola pieza, que representa simbólicamente a un pueblo cálido que está dispuesto a tallar su felicidad.
Relatan leyendas la existencia de túneles fantásticos que atraviesan la isla de Boipeba. Túneles cavados por esclavos fugitivos, que huyeron al igual que los ancestros de Monte Alegre, instalándose en la colina.
Habla el anciano del quilombo, se le escucha con respeto y se rellena su vaso con cachaza.
Así se refresca el sudor en el pico de la colina, donde cada objeto es un bien preciado y el valor de un tronco para cocinar al fuego es una ofrenda de sudor a Ochosi, orishá (divinidad del Candomblé) de la tierra, la floresta y los campos cultivables.
Se enfrenta ante esta realidad un emprendimiento urbanístico megalomaníaco en el sur de la pequeña isla, el “Proyecto Turístico-Inmobiliário Hacienda Ponta dos Castelhanos”, financiado por el empresario Arthur Bahia, por el ex presidente del Banco Central Armínio Fraga y por José Roberto Marinho, miembro de la familia dueña del imperio mediático Globo.
El proyecto amenaza con destruir la paz y la preservación de la forma de vida.
Un “eco-resort” multimillonario y para millonarios, una depredación latifundista para crear en medio de la pequeña isla, de 80 kilómetros cuadrados, campos de golf y un aeropuerto que ocuparán el 20% de su espacio. Asambleas públicas sin resultados, acuerdos sin cumplimiento, ignorancia ante las propuestas de los líderes locales.
Un estudio de impacto ambiental mentiroso, inconsistente, ante la depredación de la isla, de la real multiplicación en un 300% de vertederos o la tala en 16 hectáreas de su territorio, de los cambios en el ecosistema, pérdidas en la biodiversidad de la reserva, dificultades en la pesca artesanal y en la agricultura familiar, impulsando la explotación turística agresiva y motorizada.
Las formas de vida tradicional en la isla mantienen su preservación arrinconada ante este emprendimiento monstruoso, disfrazado de desarrollo, ante el que los habitantes han tenido la sabiduría de decir “no lo queremos”, a pesar de que no han tenido hasta ahora el poder suficiente.
Al hablar del emprendimiento, las miradas cambian, y expresan un grito de auxilio desde lo más profundo de sus almas, pidiendo protección. Muestran su miedo a la precarización de sus vidas, a retomar una esclavitud contemporánea, fregando, friendo y frotando al son de las madames.
Muestran el miedo al saqueo de la riqueza natural, a la destrucción cultural de su espacio, al surgimiento del crimen. Un sentimiento de angustia invade la isla, de impotencia ante el poder económico, capaz de arrasar la naturaleza y la cultura, especialista en hallar agujeros legales que justifiquen la prostitución socio-ambiental a la que someten su isla.
Se escucha un vehículo pesado llegar por la inclinada ladera de tierra. Gallinas de Angola, utilizadas en los rituales del candomblé, atraviesan la placita de Monte Alegre. Los niños llegan en tractor a su poblado desde la escuela, es el único transporte en esta isla que no conoce el asfalto.
Mastican por el camino dulces de banana, fabricados por una cooperativa local de mujeres campesinas. Y llegan sonrientes, sin imaginar siquiera estos brotes de fantasmas en la isla, los brotes de los dueños de sus ancestros.
su nombre és mas pra italiano que español!
manja que te fabene. Come que te faz bem.
Rs,rs!
Seus artigos são muito bons!
Parabéns.
Ademir