La herencia de una dictadura militar
05/09/14 14:41POR GABRIEL BAYARRI
DE RÍO DE JANEIRO
Gabriel Bayarri es español, estudiante e investigador de la Universidad Federal Fluminense (UFF). En una serie de textos quincenales abordará parte de su investigación sobre las Unidades de Policía Pacificadora en las favelas de Río, desde el período anterior al crimen organizado hasta las nuevas formas de pacificación y justicia en las comunidades.
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En la favela se concentran y reproducen las voces de cualquier pueblo oprimido. En todas las dictaduras se escuchan en susurros, y a cuatro vientos, palabras como “opresión”, “libertad”, “pueblo” o “esperanza”.
Procesos dentro de los métodos infames del tribunal de la dictadura militar brasileña, normalizados durante su período (1964-1985), son reproducidos por las instituciones heredadas. Tribunales monstruosos de una monstruosa dictadura.
Pero extirpar los hábitos de antaño no es sólo arrancar el fantasma de sus prácticas policiales, sino eliminarlo de entre los moradores de las áreas carentes, acostumbrados a digerir los abusos, que los aleja del sueño de convertirse en auténticos ciudadanos.
Viéndome intrigado por sus historias, los vecinos recurren a recuerdos frescos. Sentada en un banquito, la señora Maite, vendedora de zumos, susurra bajo. Tan delgada, de una delgadez impresionante, chupada, la cara fina, las manos arrugadas y nerviosas, aquellas manos que hablan junto a los ojos, pero abandonados de la lengua y de la palabra, cuya libertad de expresión se vio limitada por los regímenes dictatoriales de la milicia y del tráfico.
Conocía todo de su favela y de su pueblo, todo lo que era auténtico, desde el océano que se vislumbraba desde el pico, los poemas ofrecidos para Iemanjá, patrona de marineros, navegantes y pescadores, los poemas de los poetas locales, aquellos que plasmaron sus frases en la cal de los muros del morro, que recordaron la utopía de los derechos humanos, y fueron reducidos por las fuerzas paralelas.
Conocía desde las historias heroicas de sus vecinos, torturados por ambas partes, hasta la locura y la muerte; también las lindas historias de amor locales, el sabor romántico de las viejas leyendas, del dulce de leche y de su miel . Así sabía la vida en el morro, con el agrio aliño de la pobreza en sus entrañas.
Su susurro estremecía de amor al hablar de los escritores del lugar, juglares divulgadores del arte literario. Pero contradecía esta dulzura una violenta agresividad al recordar la dictadura en el morro, la sumisión de los suyos o el abandono del resto del pueblo brasileño.
La dictadura con elecciones es una peculiaridad de la historia brasileña. Cuentan los moradores de la favela cómo se mantenía durante este período un escenario de ambiente democrático, cómo se examinaban meticulosamente los documentos de identidad, se ponía especial cuidado en colocar los sellos en lugares destinados a tal fin, se calculaba con precisión el porcentaje de habitantes que votaban y las actas pasaban de un funcionario a otro con las correspondientes firmas de acuses de recibo.
Nadie parecía percibir la contradicción existente entre tan concienzuda observancia de minucias y la flagrante desatención a los principios básicos de la democracia.
Ante estos testimonios, que vislumbran fantasmas de un pasado reciente, cabe destacar la dificultad de determinar el tiempo necesario para reafirmar el éxito o fracaso de las políticas de seguridad, concretamente la de la pacificación de las favelas cariocas (UPPs).
Decía el ex jefe de la policía en Río de Janeiro, Hélio Luz, un controvertido “sherif de izquierdas”, que la policía está estructurada para obtener el control social, manteniendo el orden de la desigualdad y de los privilegios, inhibiendo la actuación de los inconformados.
En casi todas las sociedades democráticas, la investigación criminal y la policía ostensiva son integradas en una misma institución. Por cuestiones históricas y políticas no lo son en Brasil.
No obstante, la implantación de una nueva policía joven que recicle viejos hábitos es fundamental para impregnarse de una nueva cultura de policía comunitaria que entienda al favelado no como un criminal en potencia, sino como un ciudadano que requiere de garantías sociales y de seguridad.
Pero más allá del debate por un modelo democratizado de seguridad pública, la propia interacción con la sociedad se presenta como un mecanismo de control sobre la cuestionada actuación ostensiva de la institución.
Así, parafraseando al doctor Helio: “Lo que hacemos es un remiendo, pues no será la policía la que va a acabar con la violencia”. No será sólo la reforma en las policías la que liberará a la favela de esa humillación, de esa tan larga noche de desgracia, de voces bajas y de alargada y permanente hambre del pueblo.
Magníca descripción de la señora Maite, Y la ilustración de Alberto, estupenda.
Com todo respeito a uma jovem jornalista argentina, aconselho procurar os erros na incompetencia do governo atual … a “Dictadura” acabou há trinta anos e a maioria desses militantes nem havia nascido ainda…mas incompetentes que são, procurarm nos outros os culpados pela sua propria incapacidade…