El forró renace entre dunas y aguas claras
30/07/14 15:57POR MILLI LEGRAIN, DE RÍO DE JANEIRO
“Rostro pegadito, manita en la nuca, presión en la cintura y sentimiento en el corazón”.
Así se describe en pocas palabras la pasión que despierta el forró, en el reciente libro “Forró al encuentro de las melodías del alma y ritmos del corazón”, de la brasileña Agnes Lutterbach.
Este género musical que reúne diferentes ritmos como el xote, el baião y el arrasta pé nació en los años 40 en el nordeste brasileño de la mano del famoso compositor de Pernambuco: Luiz Gonzaga.
Algunos dicen que el nombre forró se originó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando en la ciudad de Natal, en el estado de Río Grande del Norte, las bases militares estadounidenses realizaban fiestas abiertas “for all” o “para todos”.
Otros creen que la palabra tiene su origen en el “forrobodó”, un término del Nordeste para “confusión” o “desorden”.
En todo caso, gracias al Festival Nacional de Forró que se realiza en Itaúnas, un antiguo pueblo de pescadores en el extremo norte del estado de Espíritu Santo, ubicado entre Bahía y Río de Janeiro, el forró, que durante muchos años fue objeto de preconceptos, está ganando adeptos en Brasil y más allá.
Cada julio, desde hace 14 años, jóvenes y no tan jóvenes brasileños se dirigen en ómnibus, auto y avión desde São Paulo, Brasilia, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Bahía y algunos desde más lejos, para bailar al ritmo del triángulo, del acordeón y de un tambor africano conocido como zabumba.
Paulo Matos, fundador del festival, llegó a Itaúnas desde São Paulo cuando era un joven estudiante de Geografía.
Ahora, con 54 años, este nieto de un músico de jazz de Bahía, confiesa que terminó quedándose tras enamorarse de las personas del lugar.
“Llegué con 42 discos de vinilo bajo el brazo y al ver que Itaúnas no tenía ninguna área de diversión nocturna, alquilé un espacio y comencé como DJ”, explica. Más tarde, en 2001, acabaría lanzando el Festival de Forró de Itaúnas.
Desde entonces, el festival ha ido creciendo. Hoy en día, cada noche, durante nueve días, desde las 23 hasta el amanecer, en el patio trasero de la casa que Paulo comparte con su mujer Juliana, coordinadora del festival, unas 1500 personas se deleitan bailando en pareja, bien abrazaditos.
Siguen el ritmo de decenas de bandas, que se presentan en vivo a lo largo de la semana, bajo un cielo estrellado en un espacio abierto, iluminado por luces tenues, y protegido por un techo erguido por maderas barnizadas.
Pero no es ninguna casualidad que el festival haya despegado en Itaúnas. Reunidos en la puerta de su casa, mientras tocan la guitarra e improvisan canciones regadas por cerveza, un grupo de personas mayores cuenta cómo en este pueblo escondido entre un paisaje de dunas de suaves arenas y aguas claras, el forró anima bodas y cumpleaños desde hace tiempo.
“Hace 40 años bailábamos forró en la oscuridad en casa de los amigos. Pues no había luz ni agua todavía en Itaúnas. Era una forma económica de reunirnos y divertirnos”, dice Abel.
Su amigo, Don Caboklinho, un pescador jubilado de 74 años, añora ese forró de antaño. “Era una cosa más familiar, con niños y no había violencia ni drogas”, cuenta.
A pesar de su importancia, y para no comprometer la calidad del evento, el festival no tiene apoyo público ni patrocinadores. Esto da rienda suelta a los organizadores para invitar a la crema y nata del forró brasileño en su forma más tradicional, conocido como pé de serra.
En una región de tierras áridas, el pie de la montaña era un área fértil donde se recogía el agua de lluvia. Este estilo se opone al forró más comercial o estilizado que se promueve actualmente en el Nordeste del país.
“El forró pé de serra no ha perdido su fama en el Nordeste, lo que pasa es que los grandes medios no lo difunden”, lamenta Junior Limeira, cantante y compositor de forró, que realiza un programa sobre el festival para el canal público TV Brasil.
“Pero allí vamos con nuestra lucha”, añade.
A lo largo del festival, en sus escenarios se presentan estrellas del pé de serra de la altura de Pinto do Acordeão, que tocó con el mismo Luiz Gonzaga.
A las presentaciones de los gigantes del sector, se juntan decenas de nuevas bandas que concursan con la esperanza de ganar un premio de 4000 reales (1800 dólares) y una invitación para tocar en festivales de Europa.
Así, el festival de Itaúnas ha ayudado a fomentar un forró sin fronteras. Hoy en día, rusos, daneses y franceses, cuyos antepasados trajeron el acordeón a Brasil, también forman parte del público.
Estos mismos ahora se preparan para el festival de forró de Barcelona en septiembre y el de Londres, en febrero de 2015.
Mientras tanto, en Itaúnas, fuera de las paredes del festival oficial, los forrozeiros se lanzan a bailar espontáneamente en las calles del pueblo, 24 horas al día.
Animados por músicos y otros apasionados, baten palmas al ritmo del tambor, en una especie de euforia contagiosa como en un carnaval dedicado exclusivamente al forró, ocupando alguna panadería local en caso de lluvia.
En Itaúnas, el forró no conoce horas ni límites.
“Quien viene por aquí, siempre vuelve”, dice Paulo. En mi caso, no tengo dudas.