Periodismo en Brasil, una profesión de riesgo
18/07/14 12:34POR EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO
Acurrucado en el suelo y paralizado por el dolor, que los fragmentos de una bomba de efecto aturdidor habían causado en su pierna, el periodista canadiense, Jason O´Hara, se puso a salvo en medio de la protesta que estaba teniendo lugar el domingo pasado (13) cerca del estadio Maracaná, en Río de Janeiro.
Como pudo, el profesional se sobrepuso al sufrimiento para captar las imágenes que denunciasen el horror que le había tocado presenciar en un día más de su trabajo. No tuvo tiempo de reaccionar. De entre la columna de policías militares que avanzaban junto a él, una bota apareció de la nada para impactar en su rostro.
Por suerte, el casco que portaba y la máscara de gas, fiel compañera de los periodistas que cubren las protestas, amortiguaron el impacto. No pudo decirse lo mismo de su equipo fotográfico.
No sólo perdió una de las carísimas lentes de su equipo, sino que su pequeña “GoPro”, esas cámaras que suelen usarse para deportes extremos, “desapareció” tras aquella insólita y gratuita patada.
Pero lo más sorprendente es que el autor del puntapié, que parecía querer emular a quienes jugaban la final del Mundial aquella tarde, muy cerca de donde se realizaba la protesta, no era un “vándalo” o un “criminal”, sino un policía militar de Río de Janeiro.
“Se supone que ellos están aquí para protegerme, pero no es así”, afirmaba O´Hara visiblemente perturbado mientras era atendido por otros manifestantes, antes de ser conducido al hospital municipal Souza Aguiar.
Sin embargo, su sorpresa sólo aumentó cuando descubrió el destino de su preciada cámara: “Me robó un policía, me quitó la GoPro y ahora no tengo nada que hacer”.
Pero el asombro de O´Hara, quien por cierto no era ningún recién llegado a Brasil, puesto que ya había producido un documental sobre las Unidades de Policía Pacificadora, no era para menos.
Aquella tarde del 13 de julio, mientras Alemania y Argentina daban patadas a un balón frente a 75.000 personas, 15 periodistas resultaron heridos mientras acompañaban una manifestación en contra del Mundial, que juntó a mil personas y que sufrió una represión desmedida por parte de la policía.
El asunto es serio. A pesar de que Brasil no es una zona de conflicto armado, el país ocupa la cuarta posición en el ranking mundial de periodistas víctimas de la violencia. Según los datos aportados por la ONG internacional “Reporteros sin Fronteras”, solamente en lo que va del año se han registrado tres casos de periodistas muertos en Brasil.
Una cifra escalofriante que solamente es superada por Somalia con seis, México con cinco y Siria con cuatro. El triste récord se queda cerca de los cuatro casos contabilizados en 2012 por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que además señala que desde 1987 el país acumula 43 periodistas muertos.
Volviendo a la agresión del canadiense, lo sorprendente de la patada y posterior robo por parte de los policías militares es la total impunidad con la que suelen acabar estos actos, perpetrados por los que, en teoría, deberían hacer cumplir la ley.
Solamente el hecho de que la agresión fuera registrada en vídeo por otros compañeros periodistas hizo que el caso no cayera en el olvido como otros tantos. El pasado martes (15), debido a la repercusión que la filmación tuvo en las redes sociales, la policía militar anunció la detención de cuatro de los policías que actuaron en aquella manifestación.
El soldado Carlos Henrique Ferreira fue acusado de agredir a O´Hara y el también soldado Cristiano Ximenes de robar la cámara. Además, los policías Jair Portilho y Rogerio Costa de Oliveira fueron también presos por agredir a un fotógrafo y a una manifestante respectivamente. La foto de este último propinando una patada a una joven también causó un importante revuelo mediático.
Pero no hay que llevarse a engaños. Solamente los abusos registrados en vídeo y difundidos masivamente en las redes sociales suelen conllevar algún tipo de reprimenda para un policía que concibe como “normal” la agresión a un ciudadano al que suele calificar de “enemigo”.
Por ejemplo, la periodista española Anna Veciana no tuvo tanta suerte como el fotógrafo canadiense. Asfixiada por los gases lacrimógenos durante esa misma protesta, decidió emprender el retorno a la estación de metro donde tuvo la “peor experiencia” de su vida como profesional de la información.
“Vi que las cosas se ponían feas y decidí entrar al metro, justo cuando bajaba las escaleras una bomba de gas lacrimógeno cayó a mi lado. Acto seguido una avalancha de personas que huía del Batallón de Choque cayeron sobre mí. Al llegar a la parte de abajo de las escaleras conseguí respirar pero no pude evitar vomitar por la reacción a los gases. Fue entonces cuando apareció un policía y comenzó a golpearme sin motivo en la espalda y los brazos”, recuerda Anna quien todavía tiene el cuerpo repleto de hematomas.
Pero más allá de la agresión física, que por suerte no fue grave, al igual que O´Hara, la periodista recuerda la mala intención de los policías con su equipo de trabajo.
“Cuando se cansó de golpearme rompió el objetivo de la cámara de un porrazo. Espero que la televisión para la que trabajo se responsabilice”, se lamenta esta trabajadora freelance a la que la pérdida de su equipo le supone un perjuicio añadido y que difícilmente podrá ver restituido.
Es la gota que colma el vaso: al peligro de la profesión se le une la progresiva precarización de las condiciones laborales.
La de Anna es una historia más de las decenas de agresiones que, a diferencia del caso de O´Hara, jamás aparecerán en los medios y, por tanto, quedarán impunes. De ahí el valor del caso del canadiense.
Aunque puede que la sanción a los cuatro policías haya servido más para mejorar la imagen de la policía en los medios que a una voluntad real de acabar con el comportamiento abusivo de sus miembros, no hay que olvidar que se trata de una victoria.
Si bien es cierto que en la última semana cientos de periodistas internacionales hicieron sus maletas tras el Mundial, otros muchos permanecerán aquí, codo con codo con los locales, para continuar denunciando con sus textos, sus comentarios y sus grabaciones los que muchos no quieren ver.
Brasil no ganó una estrella más en su camiseta pero, esta semana, con los policías violentos tras las rejas, ganó credibilidad.