Llegó la FIFA: ¡Tanques a la calle!
28/05/14 17:12POR EDU SOTOS, DE RÍO DE JANEIRO
Es mediodía y una lluvia torrencial descarga sobre la favela de Nova Holanda, uno de los barrios que componen el Complexo da Maré, en la zona Norte de Río de Janeiro. Bajo un cobertizo de chapa, el mismo en el que hace apenas unas semanas los traficantes del Comando Vermelho se protegían de la lluvia, un grupo de militares vigilan el acceso de una de las favelas más violentas de la ciudad.
A su lado, unos niños preguntan curiosos por las prestaciones de las armas de gran calibre que cargan sobre sus hombros. Entre ellos no existe miedo, ni sorpresa. “Con ese acierto hasta el Morro do Timbau [otra de las favelas que forman parte del Complexo da Maré]”, dice uno de los muchachos mientras otro le replica: “Cállate, para eso mejor un rifle de precisión”.
Sin duda, no son los primeros fusiles AR-10 que han visto en sus vidas y más de uno sabe perfectamente cómo usarlos. Resulta triste pensarlo, pero para estos menores sólo se trata de otros adultos jugando a un mismo juego, el que ya vieron jugar muchas veces en estas calles, el de la guerra.
El pasado 5 de abril, cerca de 2700 militares del Ejército y la Marina brasileña, a bordo de 21 tanques y dos helicópteros, ocuparon en plena noche las 16 favelas del Complexo da Maré, para expulsar a los narcotraficantes que controlaban la región.
Desde que en 2008 la Secretaría de Seguridad de Río de Janeiro inició el proceso de pacificación de las favelas, jamás había sido necesario recurrir a una ocupación del territorio por parte del Ejército.
Su actuación siempre se limitó a dar apoyo logístico y táctico durante las operaciones, cediendo rápidamente el comando a los efectivos de la Policía Militar y, en última instancia, a las Unidades de Policía Pacificadora (UPP).
Pero este caso fue diferente. El gobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral, solicitó de urgencia el refuerzo del Ejército para actuar en el Complexo da Maré. La presidenta Dilma Rousseff no lo pensó dos veces y, en tiempo record, aprobó la medida sin que hubiese mediación con los representantes locales.
El pretexto para semejante actuación fue garantizar la seguridad de los 60.000 turistas que visitarán la ciudad durante la celebración del Mundial, que comenzará en poco menos de dos semanas.
Las consecuencias son que 130.000 personas deberán vivir entre la espada y la pared durante tres meses. Digo esto porque solamente en las dos semanas posteriores a la ocupación se registraron más de 20 ataques a militares y tres muertes de civiles.
Los comandos no iban a vender barata su salida y, a pesar de haber perdido el control del territorio, continúan moviendo los hilos, y la droga, de forma encubierta. Nadie duda que cuando el Ejército salga, el próximo 31 de julio, los colaboracionistas recibirán castigo.
“Cuando los militares se vayan más de uno recibirá un escarmiento”, confesó con voz temerosa un comerciante del Morro do Timbau y no es el único que así opina. Basta con pasearse por las calles de la favela para percibir que la gente tiene miedo de hablar.
El caso de una mujer que fue apaleada solamente por haber participado en la celebración del BOPE tras la pacificación les ha metido el miedo en el cuerpo.
Al igual que varios cientos de periodistas, acompañé aquella madrugada del 5 de abril el estremecedor despliegue bélico y me adentré en los callejones del Complexo da Maré junto los miembros del BOPE.
Después de haber oído y leído mucho sobre la mayor pacificación hasta la fecha, no puedo evitar plantearme algunas preguntas: ¿Realmente un evento deportivo justifica una ocupación militar? ¿Debe ser el Ejército y no la policía el garante de la seguridad de los civiles?
“Es ridículo traer tanques para patrullar las calles de la comunidad, ¿pretenden hacer creer que esto es Irak?”, me espetó al respecto la líder de la comunidad más reivindicativa, Andrea Matos. Como presidenta de la asociación de habitantes de Nova Holanda, ella misma impidió la colocación de la polémica bandera de la tropa de élite tras la ocupación de la favela.
Durante la conversación que mantuve con Matos en la sede de la asociación, no ocultó en ningún momento su disgusto con la manera en la que la pacificación había sido efectuada. Además, señaló que únicamente responde a intereses que están más allá de la protección de los ciudadanos.
“La pacificación es una gran mentira del gobierno en un año electoral y para contentar a la FIFA, que teme que pase algo con alguna de las delegaciones del Mundial, ya que estamos ubicados a lo largo de la autovía que lleva al aeropuerto internacional de Río”.
Sin poner en duda que la pacificación debía realizarse, porque el Estado debe recuperar el control del territorio y mantener la paz social, no me resulta fácil encontrar argumentos para justificar la ocupación o hacerla precisamente en este momento.
En el fondo, creo que lo que a muchos nos pone la piel de gallina es pensar que a escasas semanas del Mundial las autoridades brasileñas comiencen a echar mano del comodín del Ejército y que este modelo pudiera extenderse, por ejemplo, a las protestas ciudadanas.
Esta posibilidad viene siendo denunciada hace tiempo tanto por Marcelo Freixo, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro, así como por Atila Roque, director ejecutivo de Amnistía Internacional en Brasil, quien hace unas semanas afirmó que “al acercarse el Mundial crece nuestra preocupación sobre la posible expansión del modelo de ocupación del Ejército en las favelas. La periferia no puede ser tratada como territorio enemigo que debe ser conquistado. No se puede criminalizar así a toda una comunidad”.
El ejemplo del Complexo da Maré es extremo y no permite extraer conclusiones, pero ha dejado claro cómo podrían resolverse los conflictos que, sin duda, aparecerán en las próximas semanas en las calles del país.
No será solamente en las favelas, como advertía Amnistía Internacional, sino que cualquier situación podría ser resuelta echando mano del Ejército. Ya lo vimos con la Fuerza Nacional en Recife y podríamos verlo en cualquiera de las 12 ciudades sede en las próximas semanas.
No se está diciendo que en ocasiones el Ejército no tenga que intervenir como refuerzo, pero su persistencia en las calles sólo puede ser entendida como un fracaso del Estado y la sociedad civil en garantizar la seguridad y libertad de los ciudadanos.
El show de la FIFA está a punto de desembarcar en el país y hay demasiados intereses en juego como para que las reivindicaciones de los brasileños indignados, ya sean del Complexo da Maré, Copacabana o de cualquier parte de Brasil, acaben restándole brillo a lo que Pelé calificó como “la fiesta del fútbol”.