Deseos y temores
17/02/14 15:15POR GABRIEL BAYARRI
Gabriel Bayarri (g.bayarritoscano@gmail.com) es español, estudiante e investigador de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y nos acompañará con una serie de textos cada 15 días en los que abordará parte de su investigación sobre las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en las favelas de Río de Janeiro, desde el período anterior al crimen organizado hasta las nuevas formas de pacificación y justicia dentro de las comunidades.
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El escritor italiano Ítalo Calvino dijo que los sueños se componen de deseos, temores y azar. Y así, en la construcción de las ciudades, la lógica de sus creadores se reproducía en cada calle. De cada país, llegaron nuevos hombres que habían tenido sueños compuestos por estos ingredientes. Así, deseos y temores fueron la base de la construcción social del Brasil y del resto de los lugares.
Con el azar fue diferente, pues no fue por azar por lo que la favela es negra, ni por azar que sus habitantes ocupen las posiciones sociales más bajas, y mucho menos fue por azar el triste caso que ocurrió hace unos días en el barrio noble de Flamengo, en la zona sur de Río de Janeiro.
El chico de 15 años estaba desnudo, su cuerpo era negro, estaba acurrucado en la farola a la que estaba preso, unido por una cadena de hierro que rodeaba su cuello. Le faltaba un trozo de oreja. En silencio, pero con lágrimas, aguardó mientras el equipo de bomberos cortaba la cadena que lo unía a la farola. El crimen fue cometido por los autodenominados “justicieros”, jóvenes del lugar que acusaron al chico de robar en el barrio, y lo torturaron.
Como la pólvora, la noticia corrió por los medios de comunicación y las redes sociales. Algunas frases escuchadas en las redes sociales fueron “esa raza debe ser exterminada con crueldad”, “pobre blanquito abrazado a la farola”, “faltó alcohol y un mechero”, “pena que no pasé con mi pitbull para dejarlo jugar un poco con él”.
Pareció que existía una sociedad embarazada de un racismo que a menudo se niega en Brasil, que sólo necesitaba una chispa para estallar; y el viejo argumento que justifica que Brasil no sufrió un apartheid como el norteamericano o el sudafricano quedó anulado con el valor de las imágenes del negro desnudo. Los “justicieros” actuaban entonces como marionetas de un racismo institucionalizado, en el que resulta más barato y más seguro gobernar los efectos que gobernar las causas.
Paradójicamente, la discusión sobre los “justicieros” gira en torno a su relación con la justicia, al “margen de apreciación” que se concede para autodeterminar justicia, para autodeterminar “procedimientos de excepción” en situaciones concretas que amenazan a la seguridad pública, para autodeterminar soberanía a las acciones frente a la justicia real.
Esta salvaje arbitrariedad no existe ni en las propias leyes de la selva. El escritor británico Rudyard Kippling describió las reglas de una sociedad animal sensata en su “Libro de las tierras vírgenes”, el “Libro de la Selva”, donde la ley es estricta, y Kippling cuenta cómo la asamblea de los lobos vendió al cachorro humano Mowgli a Bagueera, la pantera, a cambio de un buey, y Mowgli no pudo matar jamás al animal que le dio la vida, al buey, para mantener el orden soberano de su sociedad manada, la justicia de la manada por encima de la justicia individual.
“Razones de seguridad”, bajo ese lema se absorbe la legitimidad de los “justicieros”, y genera un enorme agujero negro, en la sociedad y en la doctrina del derecho público. La expresión “por razones de seguridad” funciona como argumento de autoridad que corta cualquier discusión por la raíz, y permite adoptar medidas que serían inaceptables en otro contexto.
“La necesidad no tiene ley”, o “un fin que justifica los medios” son frases que respaldan los procedimientos de excepción, que suspenden por un período limitado de tiempo las garantías de la ley, por lo que constituye seriamente una amenaza inmediata y real.
Los procedimientos de excepción han llegado también a la pequeña favela de Santa Marta, situada en la zona Sur de Río de Janeiro. Cinco mil cámaras controlan sus calles, una proporción de una cámara para cada vecino de la comunidad. La pacificación de 2008 trajo consigo el servicio de video-vigilancia, un sistema creado para controlar las prisiones, y que difumina la noción de espacio público en el área pacificada. Este alineamiento entre el espacio público y el privado materializado en la video-vigilancia está justificado “por razones de seguridad”, por la preocupación de identificar criminales o individuos peligrosos.
En esta lógica todo ciudadano se convierte en un terrorista potencial. Deseos y temores constituyen un paisaje invisible que condiciona lo visible. Los temores constituyen muros, justicias paralelas, imaginarios segregacionistas, estigmas. Queda entonces recurrir al deseo, al de casi todos, al de que se gobiernen las causas y no sólo los efectos, sin “justicieros” para poder hacer justicia de base, en sus pilares, donde el propio azar se puede transformar en algo más justo.