Justin Bieber, el peor ejemplo de "gringo" en Río
14/11/13 12:55En su paso por Brasil, Justin Bieber dio todo un recital de cómo no ser un modelo a seguir, pese a que es un icono para centenares de miles de adolescentes en todo el mundo. Y, de paso, se dibujó como el peor de los estereotipos de turista (aunque en su caso estaba aquí por trabajo) “gringo” en Río de Janeiro: el que llega a la ciudad en busca, tan sólo, de fiesta y sexo, “caipirinha” y “garotas gostosas”.
Pintó la fachada de un hotel abandonado y mandó a sus escoltas a agredir a un fotógrafo que intentaba capturar el momento. Al menos se llevó una multa por ello. Una modelo (algunos dicen que prostituta) saltó a la fama después de grabarle durmiendo y contar sus aventuras con él en la televisión y en el diario sensacionalista inglés The Sun. Justin fue filmado saliendo de una lujosa sauna-prostíbulo de Ipanema y creó una especie de “rodizio” de chicas alrededor de él, entrando y saliendo de la mansión que alquiló o del camarotede una de las discotecas que visitó.
Elegía selectivamente a las que le parecían guapas para sentarse con él, al más puro estilo macho alfa rey dela manada. Varias admiradoras (a las que debe su fama y dinero, por cierto) se quejaron también de que fue bastante desagradable con ellas y el colofón lo puso cuando abandonó un concierto en SãoPaulo en la mitad del show, después de que una botella de plástico impactara contra su mano e hiciera que se le cayese el micrófono.
Hace unos días la revista Veja mostró las vergüenzas de la sociedad elitista de SãoPaulo con ese “rey del camarote” que, sea o no real, es una caricatura de sí mismo y de los valores lamentables que se esconden detrás del consumismo desorbitado y el aparentar. Pues bien, parece que Justin Bieber está resuelto a ser una especie de “rey del camarote” versión famoso, joven y guapo.
La diferencia es que él no necesita ni siquiera invitar a una copa para que las jóvenes se peleen por sentarse a su lado y que, en su caso, no le sería necesario montar toda esta serie de circos para llamarla atención. Como ídolo, se podría esperar más de él. Como demuestran decenas de casos, no debe de ser fácil lidiar con la fama mundial a tan temprana edad y seguro que existen múltiples factores y causas personales que motiven la ridícula e infructífera rebeldía del joven canadiense. Pero también sus fans, muchas de ellas entrando ya en edad adulta, podrían pararse un minuto a reflexionar si ese es el tipo de ídolo que quieren.
Por otra parte, actitudes como la de Justin Bieber y algunas otras celebridades que pasan por Brasil no hacen sino potenciar ese turismo hedonista y vacío que desmerece a una ciudad como Río de Janeiro, que a poco que se escarbe tiene mucho más que ofrecer y que puede crecer más todavía con la emergencia creativa de sus jóvenes.
Constante renovación y experimentación en lo musical, nuevos museos y contacto continuo entre diversos géneros artísticos, un intensísimo e interesante debate político desde que arrancaron las manifestaciones el pasado mes de junio, una naturaleza tropical delirante que no ha conseguido ser ahogada por la gran ciudad, una actividad deportiva al aire libre sin igual en ninguna otra urbe, historias de superación personal y de cooperación comunitaria apasionantes (especialmente en las favelas), conductores de autobuses y vendedores ambulantes que te alegran el día con su amabilidad, una imperfección despreocupada y sonriente que enamora a muchos y un “flow” que no se acaba nunca.
Tomando como punto de partida el agitado paso de Justin Bieber por la ciudad y la preparación de cara al Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, el diario The New York Times publicó recientemente un reportaje sobre la lucha contra el turismo sexual y, más concretamente, se centraba en la persecución y el cierre de los lupanares en “una de las metrópolis más sexy de Brasil”.
El Centaurus, lujoso y legendario burdel de Ipanema, sigue siendo sin embargo un atractivo para visitantes adinerados como Bieber, el actor norteamericano Vin Diesel o los jugadores de la selección de México, algunos de los que han sido vistos por allí. En Copacabana, recientemente fue cerrado Help, otro de los míticos “burdeles”. Pero, advertía la nota, el cierre de estos locales alimenta ciertas polémicas y contradicciones, como la vulnerabilidad de los derechos de las prostitutas si se quedan sin dichos espacios, pues quedan más expuestas a la explotación y a la trata de blancas.
La paradoja, además, se agudiza con el hecho de que la prostitución sea una práctica legal y sin embargo no lo sean el proxenetismo y la ejecución en burdeles, de modo que locales como el Centaurus quedarían en una “área gris” en términos legales. Durante los días cercanos a la cumbre de desarrollo sostenible Rio+20 de 2012, rescatan Simon Romero y Taylor Barnes en el artículo del New York Times, la policía intervino en más de 10 prostíbulos, incluyendo el Centaurus, donde se encontraron 150.000 dólares en efectivo y 90 prostitutas trabajando en el momento de la redada.
Aunque el debate sobre la legalidad o no de la prostitución y sus condiciones es amplio y da lugar a numerosas interpretaciones, no va a ser sólo con la persecución –por enérgica que sea- de la profesión más antigua del mundo como se va a acabar con el tópico del turismo sexual asociado a ciudades brasileñas como Río de Janeiro.
Más bien, el resto de “maravilhas” que ofrece la ciudad deberían acabar por ahogar o minimizar esta relación, ya sea con el estímulo institucional a las energías creativas que vienen surgiendo, con una publicidad menos sexuada del lugar, con una mejora de la oferta gastronómica y de hospedaje a precios más asequibles o con un pequeño esfuerzo por parte del turista por ir un poco más allá de los tópicos. O celebrando y aplaudiendo a otros extranjeros, turistas o no, que prefieren sacarle mucho más jugo y aportarle mucho más a su destino, que también hay muchos.
Quedándose en la “caipirinha”, la “bunda” y la “garota gostosa” salimos todos perdiendo. La ciudad, por no recibir con ese tipo de “turista-cliché” la inyección cultural que puede darse en un lugar frecuentado por ciudadanos de todo el mundo. El propio turista, por volverse a casa con mucho menos enriquecimiento del que debería suponer cualquier viaje. Y un poco también el extranjero que, como yo, intenta ganarse la vida desde hace ya un par de años trabajando aquí y todavía es tratado a veces como un turista más, otro “gringo” con ganas de chicas, por culpa de ejemplos como el de Justin Bieber.