Juegos de espías en todo el mundo
06/11/13 11:59POR GERMÁN ARANDA
La semana pasada, el diario El Mundo armó un gran revuelo al publicar un reportaje que mostraba que 60 millones y medio de llamadas fueron interceptadas por los servicios de espionaje estadounidenses en suelo español en tan sólo un mes, durante diciembre de 2012 y enero de este año.
Formaba parte de la serie de filtraciones internacionales que vienen publicándose en diversos medios del mundo a partir de los documentos del ex agente de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) Edward Snowden, que decidió renunciar a su vida como informático del espionaje norteamericano para mostrarle al mundo los abusos de la superpotencia en este ámbito. Ahora, mientras todos hablan de él y muchos defienden su causa, Snowden vive exiliado en Rusia por miedo a las represalias de su país, que seguramente le llevaría a la cárcel por traición y por revelar documentos secretos.
Una publicación similar había provocado una tormenta política en Francia y la NSA reaccionó asegurando que en ambos países se habían malinterpretado los documentos, aunque no aportó pruebas al respecto y el periodista Glenn Greenwald, único poseedor de los documentos de Snowden desde que se conocieron en Hong Kong, volvió a mostrar los textos que sustentaban la versión de los periodistas que firmaban el artículo en El Mundo: él y el autor de este post.
La fiscalía española abrió una investigación por lo que podría suponer un crimen contra la privacidad. El gobierno español expresó abiertamente su indignación y que “podría romperse el clima de confianza” con Estados Unidos, pero lo hizo poco antes de que se conociera la colaboración de los servicios secretos españoles y europeos con el espionaje de metadatos estadounidense. El máximo representante del Centro Nacional de Inteligencia español (CNI) comparecerá hoy ante el Congreso y a puerta cerrada.
Se trata de un escándalo parecido al que agitó en septiembre pasado a Brasil, cuando se conoció primero el espionaje a 2300 millones de comunicaciones en el país y, después, el seguimiento de las llamadas de la presidenta Dilma Rousseff y de sus asesores; además de las comunicaciones de la petrolera Petrobras, la mayor empresa del país.
La indignación de Rousseff fue tal que canceló un viaje oficial a Estados Unidos y no reparó en recriminaciones hacia Washington en su último discurso ante la Asambleade las Naciones Unidas, organismo que por cierto también fue espiado por la NSA.
Pese a que su enfado fue grande y a que el caso de Brasil -por el momento- es más grave que el de España o Francia, ya que implica directamente a empresas y a su jefa de Estado, Estados Unidos demostró con su reacción más sonora (una declaración del director de la NSA, el general Keith Alexander, y el reconocimiento de excesos por parte del Secretario de Estado, John Kerry) que todavía se toma mucho más en serio al Viejo Continente que a la sexta potencia del mundo.
Esta semana empezó con la publicación por parte del diario Folha de São Paulo de que Brasil habría espiado, a través de la Agencia Brasileña de Inteligencia (ABIN), a diplomáticos de Rusia, Irán, Irak y también de Estados Unidos. Según el gobierno, se trató de operaciones que tenían el objetivo de proteger secretos que eran del interés del Estado brasileño e indicó que lo hizo también para cerciorarse de que dichos países no estaban llevando a cabo tareas de espionaje. O sea, era contraespionaje.
Más o menos las cosas son así: yo te espío para saber si me espías y de esta manera se arremolina un bucle infinito de desconfianza. Claro que no es lo mismo fiscalizar un lugar y tomar nota de las rutinas profesionales de un embajador mediante la observación, que pinchar teléfonos de millones de ciudadanos, políticos y empresas.
Queda claro, en cualquier caso, que el verbo espiar se conjuga en todas las personas cuando hablamos de países. De manera individual y con cooperación: yo espío, tú espías, él espía, nosotros espiamos, vosotros espiáis, ellos espían.
El periodista Ricardo Bonalume Neto escribió ayer en Folha que “espiar no es pecado, lo malo es ser descubierto”, y con esa frase me vino de repente el olor a escuela, a pupitre y a folio en blanco, el silencio inusual de una clase el día del examen. “Lo malo no es copiarse, lo malo es que te pillen”, te decían los profesores más pragmáticos mientras pensaban un castigo.
Y, por cierto, la práctica no era tan diferente: recopilar información de diferentes fuentes externas, el pupitre vecino o la “chuleta” (papel pequeño con apuntes que se lleva oculto para usarlo en los exámenes) de turno en este caso, sin ser visto. Pues bien, espías del mundo, les hemos pillado. Solo falta evaluar, como hacía el profesor, cuán malo es aquello que andan haciendo a escondidas y qué tipo de medidas están en nuestras manos, las de los ciudadanos, para defendernos de los abusos y de la ambigüedad de los gobiernos, que hoy se recriminan el espionaje en público y mañana colaboran para espiar mejor a un tercero.
El debate sobre la privacidad en internet está prácticamente en su infancia y queda un largo y complicado camino por recorrer. Todavía no sabemos exactamente cómo protegernos (¿encriptar las comunicaciones es suficiente?) ni cómo conseguir que se frenen estos abusos (¿basta con manifestarse y que los gobiernos lleguen a acuerdos de cara a la galería?). Pero el primer paso, que se hable de ello, era también difícil y necesario.